Era médico residente y tenía el turno nocturno en la sala de urgencia del hospital. Cada noche era muy agitada por la cantidad de pacientes que llegaban a esa hora, pero no creí que a partir de esa noche algo horripilante sucedería.
Había llegado un señor indigente reportado por las autoridades por los gritos desgarradores de dolor que estaba teniendo mientras deambulaba por las frías calles de Ruberstot.
Por sus síntomas que reportaba fue necesario intervenir con una operación quirúrgica para averiguar la causa de su dolor, pues impresionaba que dentro de su estómago había algún paracito, pero al tener todo listo para su operación, sus signos vitales cesaron.
La incertidumbre por el fallecimiento de aquel señor y la clase de paracito que impresionaba tener ponían en duda mis conocimientos como médico, por lo cual decidí llevarlo en mi auto a la morgue para hacer la autopsia correspondiente a su cuerpo, sin imaginar que esa noche algo terrible iba a pasar.
Llegué a la morgue a las 3:00 a.m., estaba muy cansado porque tuve un día con bastante trabajo y cabeceaba de sueño en momentos. Mientras subía el elevador uno de los empleados me dijo:
—Tengo que bajar por otro cuerpo, ¿podrías llevar este cuerpo a los refrigeradores? Yo al rato lo meto a donde se debe.
Le respondí que estaba de acuerdo, pero luego lo que añadió el empleado me produjo escalofríos:
—Sólo ten cuidado, lo dejas y te vas lo más pronto posible.
Fui a llevar el cuerpo a los refrigeradores, pero me pareció ver algo extraño. Vi a una señora caminando por ahí y me dije a mis adentros que debía ser una enfermera o alguna empleada del recinto que cuidaba el lugar para despejarlo del personal a esa hora, pero al pasar inadvertido pude adentrarme hasta el fondo de los cuartos para revisar el cuerpo del difunto indigente.
Cuando llegue a los refrigeradores deje al muerto para revisarlo, pero vi algo espeluznante: salía de su boca una cosa que me asustó demasiado, porque era como una serpiente bastante fea que tenía el cuerpo negro y no dejaba de salir de su boca hasta que salió por completo, pero no puede reconocer exactamente de qué animal se trataba. Aunque me asustó demasiado me acerque al cuerpo muerto del indigente y toque su mano y al instante se levantó con una mirada negra y me dijo “no debiste venir aquí” y enseguida trato de ahorcarme, pero lo empuje.
Sali corriendo hasta llegar al elevador. Iba tan apresurado que me caí, pero por el susto me levanté como por arte de magia. Cuando ya llegué al elevador me subí y estaba la señora que vi cuando llegué a la morgue y me preguntó
—¿Está bien, señor?
Y le respondí con intranquilidad: —No señora. Tenemos que salir de aquí, ya que un muerto se acaba de levantar y trato de ahorcarme. Para distinguirlo tenía una pulsera roja que le ponen a los cuerpos de los muertos que llegan.
Y la señora me responde: —¿Cómo ésta?
Al terminar su pregunta habíamos llegado al lobby y el elevador se había abierto, por lo que aproveché y salí corriendo hasta mi carro y vi que salieron los dos muertos a atraparme, pero afortunadamente encendí el carro y hui a casa.
En esa misma semana me mudé a otra ciudad y conseguí otro turno de residencia en una clínica. Un día cuando dormía en mi apartamento vi una sombra en la ventana. Abrí la ventana y me asomé para ver qué era, pero no había nadie. Cuando voltee a mi cama no lo podía creer: era la señora de la morgue.
—Hola otra vez.
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