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La osamenta del Uluru-Kata-Tjuta

En todos mis años de arqueólogo, jamás me había encontrado con singular experiencia, y hablamos ya de muchos años, pero créanme, una osamenta como la que estaba en mi poder, era motivo de orgullo, y no hablo de cualquier estructura humana, ni siquiera es que perteneciera a un emperador o alto líder de siglos remotos. No, mi posesión era una de las osamentas gigantes del norte de Australia.

La antropología prohibida, como muchos de los científicos han querido etiquetar a este tipo de investigaciones, ha dado un golpe contundente a la ciencia, han tratado de ocultar la información pero es imposible a este paso, la biblia tenía razón, Goliat no era una parábola, los gigantes del Génesis 6,1-4 fueron reales, la prueba de eso estaba en mi biblioteca.

Una osamenta con pedazos de carne seca aun pegados al hueso, una extraña abominación de diez pies de altura aproximadamente. Se notaba cierto erguimiento en estos seres al caminar, su espina dorsal dibuja una curva en la espalda, cuenta con seis dedos en cada pie y mano, dos hileras de dientes superior e inferior, así como una quijada y cráneos prominentes y fuertes.

Se han encontrado otros especímenes en el sur de Estados Unidos, en Wisconsin para ser más precisos. Otro más en la comunidad de Actari, en la India, así como en el este de Jerusalén, en el área judía de Cisjordania, muchas más fueron destruidas por científicos temerosos de la fantasía que se destapaba, ahora todo lo conservadoramente estudiado sería puesto en duda.

Mi viaje al continente de Oceanía principió por los restos encontrados del hombre de Mungo, el primer indicio de vida humana encontrado en esa parte del planeta hace más de 50 000 años. Ahora, al parecer se habían encontrado los restos de una pareja de ellos en el Uluru-Kata-Tjuta de Australia, fui enviado por la Brown University en donde funjo como catedrático, investigador y colaborador. En el aeropuerto fui recibido por un hombre de estatura regular y frente prolongada (Sam Perkins), advertí su excitación al momento de abordarme, notaba cierta locura en su mirada, lo que sucedía es que explotaba por compartir conmigo el giro del descubrimiento en esa zona.

Al llegar al Parque Nacional Australiano, reparé en la expectación y recelo de los investigadores, con rapidez sacaban estudios y fotografías de los hallazgos, en el momento de mi arribo fui reconocido por la mayoría de mis colegas, fui presentado por Perkins y conducido a la excavación inicial del hombre de Mungo, aprecié el hueco en la tierra que dejaba ver los restos mortales de la pareja prehistórica, pero lo que llamó mi atención fue cinco metros a la derecha del descubrimiento de los restos prehistoricos del Mungo. Una perforación en el suelo desnudaba una evidencia asombrosa y por nadie esperada; un esqueleto de dimensiones gigantescas era cuidado y examinado por los hombres de Perkins.

Con suma rapidez se extrajo la osamenta, había que apresurarse antes de que las autoridades federales tuvieron conocimiento del nuevo hallazgo, según esto; ponía en riesgo la estabilidad social, la verdad es que privan a la humanidad de información valiosa, es por eso; que me di a la tarea de escribir mi experiencia en este viaje, a la cual adjuntaré evidencia gráfica.

A petición de Perkins y un arqueólogo de Sidney, me fue encomendado trasladar conmigo la osamenta momificada, existía el temor de que laboratorios del gobierno tuvieran conocimiento del mismo, por lo que cuanto antes, un avión del museo autónomo de arqueología de Australia fue puesto a mi disposición, el descubrimiento viajaba conmigo en una caja enorme de madera. Tenía la obligación de resguardarlo y dar avance con las investigaciones, en lo que expertos se trasladaban a mis instalaciones domésticas, era de suma importancia conservarlo, pues como se ha dicho antes, pocos son los que se mantienen ocultos para mayor seguridad.

Cuando analizaba detenidamente al gigante de Uluru-Kata-Tjuta, pude apreciar su natural momificación, por extraño que parezca, su carne marchita y dura era de una consistencia distinta a la del humano común, la duración de los tejidos y músculos de este parecían tener mayor resistencia que las nuestras.

Disfruté enormemente el examine visual de la especie que, colocada dentro de una caja, levantada y apoyada sobre la base de los pies, mantenía a la figura erguida en medio de la biblioteca. Veía con asombro las dimensiones y deformaciones propias de su monstruosidad, proyectaba en mi mente como fue el andar de esta raza cuando vagaba por el mundo. Aunque a la vez me aterraba pensar lo que sucedería si aún existieren estos “Goliats”, correríamos una suerte indecible.

Mientras hacía estas conjeturas, una fuerza inexplicable me hacía caer en un profundo y pesado sueño, un letargo de espiral descendente a la inconciencia. Cuando logré despertar, advertí la caja vacía sin la osamenta gigante, mi preocupación fue mayúscula y telúrica, pensé que me habían drogado y robado el tesoro científico que por años había perseguido, tomé el teléfono para llamar a Perkins, solo el sonido de la estática me aturdía a través del auricular.

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Busqué infructuosamente indicios de violencia en las cerraduras de la casa, no existían siquiera huellas que dieran con un posible ladrón, estaba demasiado asustado y sin respuestas, tomé mi abrigo y decidí salir a tomar una caminata para despejar mi mente, dar un paseo por los campos de mi localidad siempre me relajaba, una zona netamente agricultora y alejada de los vicios y contaminantes citadinos, el cielo que esperaba azul lucía en un tono rojizo, ausente de nubes, parecía un ocaso completo y sospechoso, lo extraño del cielo me hizo temblar, agitó más a mi persona, tomé asiento en una banca rustica de madera mientras analizaba lo sucedido.

Enfrente de mí el aire de la tarde golpeaba los campos de trigo, un olor a descomposición inundaba mis pulmones, me colocaba mis lentes para observar mejor la inquietud de algunos campesinos, no podía distinguir palabras claras en sus balbuceos por estar alejados de mi y el ladrar constante de sus perros no ayudaban en mi cometido, corrían de un lado a otro mientras algunos más se encerraban en sus casas. Pensé que no sería buena idea continuar ahí, por lo que seguí mi camino pese a mi agitación.

Durante todo mi paso pude observar los campos de trigo vacíos, sin nadie que los trabajase, ni siquiera los cuervos merodeaban cerca, el cielo rojo daba paso a la noche, por lo que me resultó prudente regresar mis pasos ahora que me había calmado un poco.

El frío viento seguía arrojando nauseabundas corrientes de aire, cubría mi boca y nariz con el cuello del abrigo, de reojo observaba los terrenos de cultivo y de ellos emanaba un sonido que no era la estridulación de los grillos, era un ruido vibrante que se acrecentaba, mi temor me hizo correr los últimos metros hasta llegar a casa y emular lo que los demás campesinos, encerrarme y poner candados a las puertas, observaba desde la ventana, existía una sensación de horror, de peligro a lo desconocido que jamás podré describir.

En la mañana siguiente los diarios de la localidad hablaban de sucesos macabramente extraños, de pérdidas en la agricultura del sector, algunos temerosos campesinos contaban historias acerca de inusuales fenómenos que mataban su cultivo, en la página principal del diario solo se mostraba una foto en blanco y negro de un viejo agricultor siendo entrevistado, en la siguiente; una foto que abarcaba la mitad de la hoja, mostraba marcas sobre los campos de cultivo, extrañas marcas circulares, como si alguien las hubiera pisado cuidadosamente para dar formas artísticas y exactas jamás antes vistas, los sucesos sucedieron entre las 12:00 pm y las 4:00 pm, tiempo en que ninguno de los entrevistados recuerda haber estado haciendo algo. Olores a podredumbre emanaban de sus campos, un miedo generalizado en la zona obligaba a los campesinos a encerrarse en sus casas.

También hacían alusión a un imponente cielo escarlata, un fenómeno pocas veces precenciado, solo con antecedentes en los terremotos de Virginia del Norte en 1975 y los incendios de los laboratorios de arqueología moderna de 1922, esos al menos documentados, un extraño suceso en el cielo que buscaba una posible explicación en la baja densidad de moléculas de los gases que existen en el aire.

Después de cerrar violentamente las hojas del diario, intenté comunicarme reiteradas veces con Perkins, en el museo Australiano desconocían su paradero, se había esfumado, de los arqueólogos e investigadores que conocí ese día, me fue imposible entablar contacto con ellos, me niegan su existencia en todos los laboratorios y centros antropológicos de ese país.

De la osamenta del gigante de Uluru-Kata-Tjuta no he tenido noticias recientes, sé que existen otros restos, pero desconozco sus paraderos. Los campos de cultivo de mi localidad se han ido secando y las figuras extrañas impresas en ellas se están perdiendo, el olor nauseabundo se lo ha llevado el viento, lo que a veces no me deja descansar es ese sonido molesto, ese vibrar que surge del fondo la tierra.

No podría explicar lo que pasó el día en que dormí en un profundo sueño así de la nada, ni como sucedió el limpio robo del hallazgo, la que era una prueba contundente de distintas razas y muy alejadas de las que conocemos, se esfumó sin dejar rastro; el temor de seguir buscando la osamenta me ha hecho tomarme un receso en mis actividades. He dedicado tanto tiempo a buscar y hurgar en la tierra para conocer la historia de nuestros antepasados y sus remotos vestigios, que a veces siento que injustamente me he olvidado de levantar la mirada y mirar más allá del polvo que forma a las estrellas.

 

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Pedro Luna Creo

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