Escrito por Felipe Millache (fan del blog)
Los minutos terminaban siendo infinitos, en el oscuro cuarto de antaño, como jarrones viejos sin limpiar. La voz del cuidador sonaba como el silbido de la plaza desierta, allí en el antiguo edificio de aquel pueblo, la blanca silueta de una mujer se paseaba por los pasillos sombríos y misteriosos. El cuidador allí arrodillado incapaz de levantar ningún dedo, con el miedo pesando sobre sus espaldas, el suspiro frio como ráfaga de otoño, tomaba por sorpresa el perturbado juicio de aquel cuidador.
Con ganas de estar allá afuera muy lejos de aquel cuarto nefasto.
– Oh Dios, ayúdame a salir de tan Tortuosa situación, que nada hice para merecerla.
Un resonante golpe dio alarma a la condición de súplica del cuidador, que dio vuelta la lámpara de golpe, un crujido de madera se oyó en aquel desértico cuarto, una sombra blanca cruzó el pasillo ¿quién vive? preguntó con voz ferviente, ¡vamos responda! Quien camina a estas horas de la noche.
La mirada temerosa del cuidador reflejaba el susto, y de aquel momento no dijo palabra alguna y volvió de rodillas implorando A Dios piedad.
– Mis ojos ya no pueden más, mis pies han dejado de sentir el húmedo suelo, mis labios están muertos en conjunto con los músculos de mi cara, ya no resisto ningún segundo más.
En un sobresalto tomando una silla, y con actitud desafiante dice: por alguna razón que estuviesen aquí, cualquiera fuese la razón, que no puedan cruzar el portal hacia el otro mundo, y si tienen un asunto pendiente ¿Qué puedo hacer yo por ustedes? Si quieren me ofrezco a cumplir sus últimos deseos que no pudieron realizar en vida. Después de haber dicho estas palabras, el cuidador caminó por el pasillo rigurosamente, cuando de pronto un jarrón que estaba encima de un mueble dio vueltas por el suelo como si lo hubiera tirado alguien.
El corazón del joven cuidador palpitaba aceleradamente y su garganta apenas podía tragar saliva, un viento frio rozó el cuerpo del cuidador, y de aquel momento al mirar hacia atrás, aquella manifestaciones fantasmales, se convertían en otra cosa, la blanca imagen de una niña, su vestiduras blancas, su cabellera castaña oscura, su delicada piel blanca, y con una triste mirada de sufrimiento, aquella figura en vez de ser espantosa y sobre natural se observaba dulce y tierna , el cuidador sorprendido, de tanta impresión tropezó y cayó de espaldas, ¿Quién eres tú? Preguntó, el supuesto fantasma de la niña, no dijo nada, solo sonrió y se fue desapareciendo entre la pared.
El cuidador, un joven de veinte años que en su vida nunca había vivido algo parecido, tomó la lámpara y se sentó en el sillón. El viento frio de aquella noche se sentía cada vez más intenso, cerró los ojos para meditar, pero sintió nuevamente unos pasos en el piso viejo y húmedo, una presencia congeló el semblante del cuidador, aquel sintió unos brazos fríos que lo abrasaban, y la imagen de la niña se aclaraba con la luz de la luna que se asomaba por la ventana, como resplandor del sol que baja entre las nubes. El cuidador miraba a la niña con asombro, inmóvil a sentir los helados labios, rosando sus mejillas, como dando gracias, y desapareció como neblina que se evapora, con una voz tranquila dijo: que Descanses en paz.
Y de esa noche el cuidador nunca más vivió aquellas terribles experiencias y la niña no volvió a caminar por los pasillos. Tres meses después el edificio se incendió por la madrugada de un día jueves.
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