Esta era una hormiga que iba por el campo, despreocupada de la vida. De pronto, sintió una sed repentina y se acercó hasta un manantial para beber un poco de agua. Pero con tan mala suerte que no se fijo por donde pisaba y cayó en el agua, dejando que la corriente la arrastrara hasta el río.
A punto de ahogarse, la hormiga empezó a gritar desesperada por ayuda.
—¡Sálvenme! ¡Sálvenme! ¡Qué no sé nadar! —gritó.
Aunque nadie parecía escucharla. La hormiga pensó que como era tan chiquita, ninguna otra criatura la iba a oír y se ahogaría sin remedio. Pero justo cuando estaba a punto de ahogarse, pasó una paloma volando que la vio.
—¡Sujétate! —le gritó, arrancando una ramita de un árbol y arrojándola al agua.
La hormiga se asió a la rama con todas sus fuerzas y pudo flotar hasta la orilla, donde una vez a salvo le dio las gracias a su salvadora.
—Muchas gracias por lo que has hecho por mí —le dijo—, nunca lo olvidaré.
Y así, mientras la paloma se alejaba, la hormiga se volvió andando hasta su hormiguero, donde prometió a sus compañeras que sería más precavida. Los días pasaron sin más sobresaltos.
Un día, mientras la hormiga volvía a pasear en las afueras para buscar comida, reconoció una silueta familiar en el cielo. ¡Era la paloma que le había salvado la vida! Y parecía revolotear muy alterada, como si tuviera miedo de algo.
La hormiga se dio cuenta de que frente a ella estaba un cazador, listo para disparar al ave, apuntándole con su rifle.
Cualquiera pensaría que un ser tan diminuto como la hormiguita no sería capaz de hacer nada el respecto, siendo como era un insecto pequeño y el cazador un gigante comparado con ella.
No obstante la hormiga avanzó hasta él con decisión, se subió a su zapato y lo picó tan fuerte en el talón, que el hombre chilló de dolor y terminó soltando su arma para sobarse la parte adolorida. Cuando la hormiga se había bajado, no quedaba más que un bulto enrojecido y que al señor le dolía bastante.
—¡Malditas hormigas! —exclamó enojado— ¡Por eso no me gusta salir a cazar!
Y muy molesto, se retiró de ahí con su arma. Mientras tanto, la paloma había podido escapar y ahora se refugiaba en lo alto de la copa de un árbol.
—Muchas gracias por lo que has hecho por mí —le dijo a la hormiga—, creía que ese hombre iba a matarme.
—Es menos de lo que podía hacer luego de que tú hubieras salvado mi vida —le dijo la hormiga—, los buenos favores siempre se devuelven con honor.
A partir de ese momento, la paloma y la hormiga se convirtieron en muy buenas amigas.
Y lo que este cuento corto nos ha enseñado es que si ayudamos a los demás, nunca nos faltarán amigos en los que apoyarnos cuando estemos en problemas. Por eso, nunca dudes en tenderle la mano a alguien que lo necesita.
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