Había una vez un grupo de zorras que todos los días se reunían para jugar y cazar. Todas eran muy amigas y se conocían desde pequeñas, por lo cual sería de esperarse que no hubiera problemas entre ellas. Sin embargo y como en toda historia corta, existía alguien que siempre echaba a perder la diversión.
Se trataba de una zorra que a la que todo el tiempo le encantaba presumir de su supuesta valentía. Todas sus compañeras eran astutas y lo pensaban dos veces antes de ponerse en peligro.
Pero ella, fanfarrona como era y muy poco habituada a usar a la cabeza, todo el tiempo estaba metiéndose en problemas y exasperando a las demás.
A veces se acercaba demasiado a los humanos o a otros depredadores, aumentando el riesgo de que la devoraran o la cazaran. Otras, subía más alto que ninguna otra a los árboles o corría demasiado cerca de los barrancos, solo para demostrar que era mejor que las otras.
—¡No existe en el mundo nadie más valiente que yo! —exclamaba, después de sus peligrosas hazañas— Hasta ustedes tienen que admitir que entre todas nosotras, yo soy sin duda la más arriesgada e inteligente. Tanto así que deberían nombrarme su reina.
Pero las zorras, indignadas por su imprudencia, se negaban a reconocerla como tal y la advertían sobre lo arriesgada que estaba siendo.
—¡Tonta! Solo a ti se te ocurre hacer semejantes tonterías —le decían—, si sigues así, un día de estos no va a haber quien te salvé.
Y ella hacía oídos sordos de todo, pensando que era envidia lo que le tenían sus compañeras.
Un buen día, todas decidieron ir al río Meandro para saciar su sed. La corriente estaba muy fuerte, por lo cual tuvieron mucho cuidado de no acercarse más de lo necesario. Cada una estiraba la cabeza con precaución y bebía.
Mas la zorra presumida como de costumbre, tenía otros planes. Saltó temerariamente hacia una roca en medio del río y se pavoneó:
—¡Miren que valiente soy! Ninguna de ustedes se atreve a saltar hasta el arroyo, ¡pues vean como yo enfrento al peligro!
—¡Cuidado, hermana! —le advirtieron las otras, asustadas— ¡La corriente está muy fuerte! ¡Te va a llevar con ella!
Sin embargo la zorra, perdida en sus aires de grandeza no las supo escuchar. Hasta que una enorme brazada de agua se cernió sobre la piedra en la que estaba y la tiró al agua, consiguiendo arrastrarla de manera violenta.
La zorra trataba de mantenerse a flote y movía las patas para nadar, en vano.
—¡No te vayas, hermana! —le gritaron las otras, tratando de seguirla desde la orilla— ¡Regresa y dinos como podremos seguir bebiendo sin correr peligro!
La zorra, viendo que su muerte estaba cerca, no quiso ser humilde ni en sus últimos momentos de vida, por lo cual intentó ocultar el miedo que sentía dándoles una improvisada respuesta.
—Cuando vuelva se los digo, pues ahora llevo un mensaje muy importante para Mileto.
Después de ese día, nadie la volvió a ver.
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