Había una vez, una pelota a la cual llamaban gotabota, esta rodaba mil veces sin parar, pero en ella dejaba una estela que era producto de un manantial de llanto de una pequeña de ojos verdosos.
Sus manos frágiles la sujetaban constantemente y en las mismas manos solía divertirse con juegos entre la pelota y ella, se deslizaba, perdía el control, se pegaba contra ella en cada caída pero el entretenimiento seguía a pesar de los altibajos que solían existir.
Un buen día estaban jugando ella y su pelota, todo iba bien hasta que la pequeña se cayó en contra de un perro maloliente, Fausto y la pelota salió despedida tras la lejanía de su vista.
Fausto solía hacer muchas travesuras día a día, pero esta vez ella no estaba alegre, pues su pelota se había perdido, no podían divertirse estando juntos si ella no conseguía su querida gotabota.
-Hola Gotabota, dijo Fausto. -¡Hola Fausto!, dijo la pequeña -¿por qué estás llorando de esa forma tan desconsolada?
Entre suspiros y tristezas, la niña le contestó: -Por estar descuidada, he perdido a mi amiga gotabota, mi pelota, ya ves que por eso me encuentro aburrida, triste y asustada porque no sé dónde pueda estar.
-Ya, deja de llorar, replicó el perrito Fausto que te pondrás vieja rápido y además te ves muy fea. Lo mejor es que sonrías y empecemos a buscar, yo te ayudaré a conseguirla.
-¿de verdad? Mil gracias Fausto, deberás veo que eres mi amigo no cualquiera hace eso. La niña se empezó a sentir mucho más animada.
-De verdad que has tenido un golpe de suerte al conseguirme, dijo Fausto porque quise venir a la pradera y mira con qué me he conseguido, con tu tristeza por la pelota gotabota que se ha extraviado en la lejanía.
Lo sé amigo mío, hoy he tenido suerte contigo. Iban caminando mientras buscaban la pelota pero cuando la niña se desanimaba, Fausto se detenía para consolarla y secarle las lágrimas que con mucha tristeza ella contenía.
-Ya tu sabes que soy un experto encontrando hasta lo más mínimo, igualmente espero conseguir esa pequeña pelota para que ya no estés triste nunca más. -Gracias amigo Fausto.
Al husmear en el rincón de una maceta, este pudo encontrar la pelota gotabota. ¡Enhorabuena! Gritó la pelota, me han encontrado, los estaba esperando con mucha alegría. Sabía que me encontrarían.
La pequeña con la felicidad que no le cabía en el rostro, recibió la pelota con mucho entusiasmo, prometiéndole que nunca más la descuidaría como lo había hecho.
Desde entonces los tres comenzaron a celebrar bailando y cantando al mismo paso, llegando a un parque donde habían más niños. Se notaba a kilómetros la alegría y la emoción de la niña y todo gracias al gran olfato canino que Fausto poseía, era justo lo que ella necesitaba para conseguir a su compañera de juegos.
Por horas se divirtieron realizando muchos juegos, acompañando a la pelota gotabota en todo momento, tratando de cuidarla de que no se perdiera nuevamente.
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