Este era un caballo muy hermoso y altanero, que vivía en la granja de un hombre que lo cuidaba muy bien. Todos los días le cepillaba las crines hasta dejárselas brillantes, le llevaba manzanas y agua fresca. A diario lo llevaba a pastar a un prado donde la hierba era verde y deliciosa, por lo que el animal estaba muy bien alimentado.
Además, vivía en un establo muy confortable y calientito. El único inconveniente para él, era tener que compartirlo con una cabra vieja y a la que consideraba insignificante.
Y es que su amo no tenía tantas consideraciones con ella. Cuando la sacaba a pastar, la llevaba a una pradera más lejana, donde la hierba era seca y poco apetitosa. Su cuadra no era tan grande como la del caballo, pero el granjero la conservaba por su leche, que le servía para hacer queso.
Y la pobre tenía que soportar los desplantes del caballo.
—No sé porqué mi amo se empeña en mantener a una cabra tan inútil como tú —solía decirle—, mira que desastre estás hecha y las hierbas que comes. A mí siempre me lleva a pastar a los mejores lugares, por lo que me mantengo fuerte y hermoso. Soy mil veces mejor que tú.
Y la cabra no replicaba nada, con mucha paciencia soportaba todas las groserías del caballo. Alguna vez, en el pasado, ella también había sido muy querida por el amo y pastado en las mejores praderas.
Pero si algo sabía era que el tiempo no perdonaba a nadie, y tarde o temprano, el caballo lo aprendería de la manera más dura.
Los años pasaron y en medio de sus groserías, el insolente animal jamás se dio cuenta de que el amo estaba perdiendo interés en él. Lo había querido más cuando era un potrillo y cuando recién era un caballo joven.
Un día, el granjero apareció en el establo con un nuevo caballo, más fuerte y hermoso que él. Le cedió su lugar en el establo y él tuvo que dormir con la cabra. Pero ese no fue el único golpe de realidad que el presumido equino recibió. A partir de ese momento, las verdes praderas donde pastaba dejaron de existir para él, pues ahora tenía que conformarse con la hierba seca y amarga de los peores prados.
Esos en los que la cabra comía y por los que tanto se había burlado de ella. El caballo se sintió muy avergonzado.
—¿Te acuerdas de cuándo te reías de mí por comer toda esta hierba tan fea y ser una inútil? —le dijo la cabra orgullosamente— Mira cuantas vueltas da la vida, ¿no eras tú el caballo más querido del amo? ¿Por qué te ha traído aquí si eres tan valioso?
Desde ese momento, el caballo se dio cuenta del error que había cometido al ser tan vanidoso pero ya era demasiado tarde. Su ego le había hecho asumir que tenía su lugar seguro en la vida.
Si hubiera sido más comprensivo, al menos tendría una amiga en la adversidad.
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