Milenio era un fantasma de un reino. Un buen día se despertó de pésimo humor, como siempre, pero esta vez estaba irreconocible, pues en esta oportunidad estaba seguro que tenía razón de estar amargado.
Resulta que la noche anterior, el tío Pablo que era albañil de profesión, molestó la calidez de su sueño mientras tomaba del alrededor del palacio unas cuantas piedras que estaban talladas con motivos de la época que aparte de ello, eran las rocas que mantenían al fantasma apegado al reino aún, siendo el mejor privilegio que éste adoraba.
Cuando se enteró en las primeras horas de la mañana, el fantasma no dejaba de quejarse por todo lo que el albañil había tomado para su propiedad y sin permiso. Milenio tenía el don, al ser un fantasma de hacerse invisible o medio visible, así como aparecer como una persona normal pero esta última opción solo lo hacía a veces.
Al descubrir lo que había sucedido, se presentó en casa del ladrón y tocó la puerta de forma estruendosa, nadie nunca había escuchado unos golpes parecidos.
De pronto abrió la puerta y el albañil quedó realmente sorprendido cuando después de esos golpes a la puerta, no había nadie en su frente. Miró a todos los lados y nadie aparecía. Fue entonces cuando el fantasma aprovechó para entrar en el hogar y acomodarse en una esquina que no molestara a nadie.
Nadie se dio cuenta que este había entrado, excepto el perro del albañil, él sí sabía que había alguien más en casa y se acercaba constantemente a olerlo, advirtiendo a todos que cerca a ese lugar había un intruso y al que ladraba ocasionalmente.
Sin embargo, como nadie vía nada, ninguno tomó importancia a lo que el perro les mostraba. Cuando el fantasma vio que todo se había calmado dijo:
-Es el momento de buscar lo que me pertenece. Apagó las luces, sopló enérgicamente y automáticamente todos los objetos empezaron a volar por el dormitorio, flotando y viéndose todo lo que estaba dentro.
Todos escucharon la bulla y se refugiaron pensando que había sido un ladrón de casas, no obstante, muchos de los que estaban cerca conocían los hábitos del fantasma Milenio y sospechaban que también podía ser él.
Cuando el dueño de la casa entró solo al dormitorio preguntó: -¿Quién eres y qué estas buscando?
Milenio, después de unos minutos callado, respondió: -¿Recuerdas las valiosas piedras que tomaste ayer? -¡Está bien, las devolveré ya mismo!
No, eso no es suficiente dijo el fantasma, quiero que hagas lo que yo diga. -Está bien, dijo el dueño muy sumiso.
-Quiero que dejes las piedras, tal y como estaban cuando las encontraste y estoy siendo realmente bueno contigo.
-Bien, ahora mismo lo haré. El fantasma replicó:- si no cumples con lo que has prometido, tu y tu familia no tendrán más cenas tranquilos.
En la comida del día siguiente, nadie decía nada pero todos recordaban lo que había pasado sin saber ni distinguir si había sido sueño o realidad por lo que todos guardaron silencio.
Nunca más se habló de lo sucedido y Pablo aprendió que debe pedir permiso ante cualquier cosa que deba tomar si no es de su propiedad.
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