ACTO ÚNICO
Una familia se encuentra sentada cenando en el comedor. La componen los padres, Ramón y Sara, un matrimonio de edad madura, su joven hija, Graciela y su yerno, Rodrigo, quien se ve nervioso. El padre le lanza miradas serias y corta con bastante fuerza el filete que está en su plato.
Sara: Y díganme chicos, ahora que se van a casar, ¿ya pensaron en donde quieren vivir?
Graciela: Hemos visto algunas casas en la zona sur, mamá. Si todo sale bien, podremos comprar una a fin de año, justo después de la boda.
Ramón: ¿La zona sur? ¿Y por qué tan lejos? ¿Es qué no se sienten a gusto en el vecindario?
El hombre le lanza una mirada amenazante a su yerno, quien se limpia unas gotitas de sudor de la frente. Se ve asustado.
Graciela: Sí papá, pero las casas de allá son menos costosas. Además vendremos a visitarlos muy a menudo.
Ramón: Ya… seguro esta fue idea de tu flamante noviecito.
Graciela: No papi, la idea fue mía.
Ramón le pega una patada a Rodrigo por debajo de la mesa, quien lanza una exclamación de dolor.
Ramón: Disculpa, hijo. Mi artritis está muy mal últimamente, el doctor me pide que haga estiramientos de tanto en tanto.
Sara: ¡Ramón, por favor! (Se vuelve hacia su hija) Cariño, ¿me ayudas a preparar café? Voy a sacar el postre de la nevera.
Sara y Graciela se paran y se dirigen a la cocina, dejando a su marido y prometido solos. Rodrigo tiembla ligeramente.
Ramón: ¿Te apetece una copa de brandy, muchacho?
Rodrigo (en voz baja): Me apetece la botella completa.
Ramón: ¿Cómo dices?
Rodrigo: ¡Sí, suegro! ¡Sí! ¡Muchísimas gracias!
Ramón saca una botella del cenador que está detrás de su asiento, la abre y sirve dos copas sin dejar de vigilar al joven.
Ramón: Ahora que estamos solos muchacho, creo que es hora de tener una plática muy seria tú y yo. Ya sabes, de hombre a hombre.
Rodrigo: Usted dirá, suegro.
Ramón lo mira una vez más, como si fuera un león a punto de devorar a su presa.
Ramón: ¿Tú amas a mi hija, ¿no?
Rodrigo: Desde luego, señor.
Ramón: Qué bien, por qué ella es el tesoro más grande que tengo. Y lo menos que espero de ti, es que la cuides como es debido.
Rodrigo: Señor, yo…
Ramón: Solo te advierto que si alguna vez haces infeliz a mi hija (levanta su cuchillo para la carne), te corto las bolas. ¿Estamos?
Rodrigo, pálido, asiente con la cabeza. Sara y Graciela salen de la cocina con varias tazas y un plato de pastel.
Sara: ¡Aquí viene la tarta! Con café como te gusta, mi vida.
Ramón: Gracias, cariño.
Graciela (sentándose junto a Rodrigo): ¿Y de qué hablaban, eh?
Rodrigo: De nada, de nada, mi amor… ya sabes… cosas de hombres, je je je.
Ramón: ¿Sabes, hija? Yo creo que después de todo vas a tener un matrimonio muy interesante.
Graciela: Ay papá, que cosas dices.
Sara: ¡Brindemos por eso!
FIN
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