En una ciudad de Alemania, vivía un hombre sumamente acaudalado, que estaba casado con una hermosa mujer. Los dos tenían un matrimonio sumamente dichoso y vivían con grandes comodidades. Lograron procrear a tres hijas muy bellas que incrementaron su felicidad. Nada les faltaba.
No obstante, años después la mujer de aquel hombre contrajo una cruel enfermedad que la obligó a permanecer postrada en cama. Su marido consultó a muchos médicos e intentó hacer de todo para que pudiera recuperar la salud. Pero mientras más se esforzaba, peor se ponía. Finalmente ocurrió lo inevitable y la pobre murió, encargándole que cuidara de sus hijas.
Al poco tiempo de su fallecimiento, la hija mayor estaba a punto de cumplir dieciséis años. Su padre fue a la floristería y pidió el encargado un ramo con dieciséis rosas rojas para ella. Sin embargo el dependiente le contestó que únicamente le quedaban quince rosas rojas y una negra. El ramo fue preparado con dichas flores y al volver a casa, se colocó sobre la mesita de noche de la muchacha.
A la mañana siguiente, lleno de horror, su padre la encontró muerta en la cama, en medio de un mar de sangre. La habían apuñalado sin piedad.
Con gran pesar se volvieron a preparar los funerales y el hombre nunca logró dar con el asesino.
Volvió a pasar el tiempo. Esta vez, la segunda de sus hijas estaba por cumplir sus catorce años. Al igual que la vez anterior, el padre se dirigió a la floristería para encargar un ramo de catorce rosas rojas. Pero el encargado le dijo que únicamente le quedaban trece rosas rojas y una negra. El hombre tuvo un mal presentimiento, al darse cuenta de lo similar de la situación.
A pesar de todo el obsequio floral fue hecho, comprado y colocado en la mesilla de noche de la adolescente. Cuando el sol salió, ella yacía sin vida entre las sábanas, asesinada de la misma manera que su hermana mayor.
La niña fue enterrada junto a su madre y a su hermana. Ahora solo quedaba la más pequeña, quien dentro de poco cumpliría sus trece años. El día anterior al aniversario, su padre volvió a presentarse en la floristería, haciendo el encargo de trece rosas rojas.
No le sorprendió escuchar que solo quedaban doce rosas rojas y una negra. Esa noche, volvió a colocar el ramo en la habitación de la chiquilla, como de costumbre. Solo que esta vez se sentó al lado de su cama a esperar, con un hacha entre las manos. Era poco más de medianoche cuando, atónito de terror, observó como una mano con un cuchillo salía entre las flores para atacar a su hija.
El hombre empuñó su hacha y la cortó de tajo por la mañana.
Al amanecer se fue de nuevo a loa floristería, para buscar otro ramo de rosas para su hija. El dependiente lo recibió nervioso y sacó trece rosas rojas.
El padre se fijó y comprobó con amarga sorpresa que le faltaba una mano.
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