Era un día muy ocupado en el mercado. Un aldeano vendía calabazas de serpiente. Justo entonces, una serpiente salió del grupo y asustó a los aldeanos. Al ver como los aldeanos corrían por sus vidas, la serpiente se sintió muy feliz y orgullosa.
—¡Gente graciosa! ¡Qué asustados están! ¡Me encanta jugar bromas con ellos! —decía la serpiente para sí misma. Y es que ciertamente, esto era algo que a menudo hacía ella para divertirse.
Un día, un sacerdote se detuvo en el pueblo. Como de costumbre, la serpiente salió de su pozo e intentó asustarlo.
Pero el sacerdote valientemente, se mantuvo firme.
—¿No tienes miedo? —le preguntó la serpiente.
—¿Miedo? Te encuentro graciosa. ¿Por qué malgastas tu tiempo haciendo cosas tan tontas? ¿Crees que alguien en el pueblo te respeta? La gente solo te tiene miedo. ¡A nadie le gustas! Intenta cambiar tus formas y lo tendrás una vida mejor —le aconsejó el sacerdote.
Y diciendo esto, continuó con su camino. La serpiente estaba profundamente afectada por las palabras del sacerdote, así que decidió cambiar para mejor.
Unos días después, el sacerdote visitaba nuevamente el pueblo. Pero lo que vio lo sorprendió. La serpiente estaba magullada por todas partes.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó él.
—Solo seguí tu consejo. Dejé de asustar a la gente e incluso dejé de silbarles. Me golpearon todo el tiempo. ¡Qué hago, dime oh gran sacerdote! —exclamó la pobre serpiente.
—¡Oh, pobrecita! Te dije que no mataras, ni asustaras a la gente por diversión. ¿Pero alguna vez te dije que no silbaras? Dios te ha dado el poder de silbar por tu propia seguridad. Úsalo cuando sea necesario, pero no abuses de él —respondió el sacerdote.
La serpiente entendió lo que quería decirle, le agradeció por su amable consejo y se arrastró hacia su pozo.
Moraleja: Es tan malo abusar de los demás como dejar que te humillen.
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