Cuenta la leyenda que, en un pueblito de Inglaterra, vivía una mujer muy extraña.
Tenía un vestido con capucha, que la cubría toda. Solo se le veían los ojos, fríos y oscuros. Parecía cosido a su cuerpo.
Un día unos borrachos hicieron un reto. El más valiente tendría que visitar a la mujer, diciendo que estaba locamente enamorado de ella. Y luego, otro agregó:
—Y debe decirle que se quiere casar con ella, así averiguaremos su misterio.
Javier salió elegido para hacerlo.
Al día siguiente fue hacia la casa de la mujer, una cabaña de madera, podrida y llena de hongos. Llamó tres veces hasta escuchar un chillido agudo y seco:
—¡¿QUIEN ANDA EN ESTOS MALDITOS LUGARES?!
—Salga, por favor, deseo decirle algo muy importante.
Desde el interior surgieron ruidos tenebrosos y turbios. Al verla salir le dió un escalofrío.
—Dilo ya que tengo que mat… digo, hacer cosas.
Javier tragó saliva.
—Oiga, me…enamoraron sus ojos, llenos de inspiración y de tern…
—Ya dilo, no estoy para esas estupideces.
—¿Desea usted casarse, conmigo?
Sintió que ella sonreía malévolamente; Javier pensó que ya quería acabar con todo aquello.
—¿Seguro?
—Claro. Lo he pensado mil veces, mil veces me he dicho que sí.
—Está bien. Mañana, tres de la madrugada ¡NO FALTES!
Javier abrió los ojos, y respondió:
—No… no, falt-taré
Se hizo la boda. Habían unos espectros acompañándolos pero él no dijo nada, pues tenia miedo de hablar. Un día, Javier, ya acostumbrado a la vida paranormal con las visitas de la llorona, y distintos fantasmas conocidos, le preguntó;
—¿Porqué llevas siempre eso? No puedo ver tu cuerpo, te aseguro que sería hermoso.
—NO. NUNCA me la quites. ¿ENTENDISTE?
—Bueno, bueno, no hay problema.
No volvió a tocar el tema. Una noche, mientras ella dormía, y él no podía conciliar el sueño, le quitó el vestido. Estaba cosido al cuerpo, pero cortó el hilo y se lo sacó. Su esposa abrió los ojos, rojos como el infierno, giró su cabeza como las lechuzas y dijo:
—Te lo advertí. Ahora tendrás tu merecido.
Cayó como muerta y el hombre, en shock, vió cómo la figura de la mujer, traslúcida, le miraba con la boca llena de sangre y una mano agarrada de la de una persona muerta. Gritó y echó a correr hasta la casa de un amigo:
—¡LA MUJER! ¡LA MUJER!
—¿Qué pasa? ¿Averiguaste el misterio?
Cuando el se dispuso a contarle, sintió unas manos frías y huesudas cosiéndole la boca. Su amigo parecía no ver su boca cosida, Javier lanzaba chillidos pero el amigo decía:
—Ya déjate de tus bromitas. Dime que pasó.
Fue a la mesa, cogió una lapicera y escribió.
Pero no pudo seguir, pues sus manos, las cortaron con un hacha. Levantó las manos desesperado y las puso frente a su amigo. El dijo:
—Sí, sí bonitas manos. Dime ya.
Pedro revoloteó los ojos y cuando pudo hablar preguntó:
—¿No viste mis manos cortándose y mi boca cosida?
—No. ¿De verdad?
Pedro entendió que había sido ELLA quien lo había hecho, y nunca habló mas de lo sucedido, porque cada vez que tocaba el tema pasaba lo mismo.
Un día estaba durmiendo, cuando sintió una mano fría. La de su esposa.
Luego sintió como sus ojos eran arrancados y despedazados. Después cortaron su lengua, le pusieron un palito de helado, y lo colgaron como adorno. Le arrancaron los labios, le pusieron alcohol en las heridas y le ardió. Mucho.
Ya muerto, bailaron por su cráneo y lo hicieron polvo.
Ahora es un fantasma y vaga por ahí sin ojos, con los labios ensangrentados y, si lo ves, se escucha una voz:
—¡Te lo advertí! ¡Te lo advertí! Ahora, eres un fantasma, ¡vivirás por siempre sufriendo! Te lo advertí! ¡Te lo advertí!
Dicen que también se escucha al hombre, chillando de dolor y sufrimiento.

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