Todo mundo sabe que no es una buena idea acercarte al aula número 23 del segundo piso del Colegio San Jorge, en especial después de que las clases se han terminado y todos los alumnos han recogido sus mochilas para irse. Abandonan los pupitres con más entusiasmo del que tienen por sentarse en ellos cada mañana.
Y es que levantarte a las siete de la mañana sabiendo que matemáticas es la primera asignatura, no es precisamente la mejor excusa para abandonar la cama de buen ánimo.
Hoy por suerte, ha sido el último día de clases antes de las vacaciones de verano y nos esperan dos deliciosos meses de vagancia.
Dos largos meses que llenar con idas al cine, tardes jugando videojuegos con los amigos y desvelos en la noche, sabiendo que no tendrás que pararte temprano al día siguiente. No hay nada mejor que esa sensación cuando eres un niño.
Sin embargo, hay algo que debo hacer antes de entregarme por completo a los placeres de Julio y Agosto, y se encuentra en la infame aula 23. Esa de la que se dicen tantas cosas en todos los grados.
No se sabe exactamente cuando ni como comenzaron los rumores, pero han estado ahí desde mi primer día de escuela.
Hace tiempo que ese salón de clases no es utilizado como tal formalmente, excepto los martes y jueves, en los que casi todos los grados tienen sus clases de música a diferentes horarios. Durante esos días, todo es un constante ir y venir entre flautas dulces e himnos de colegio. Pero el resto del tiempo, la habitación está completamente sola y cerrada bajo llave.
Quienes han pasado por el pasillo de casualidad, han llegado a decir que escuchan ruidos provenir del interior, risas de niños, pisadas o el eco de algún pupitre siendo arrastrado.
Algún pobre diablo incluso ha llegado a afirmar que le llegó la reprimenda fantasmal de un profesor; ese hombre infame que daba clases en San Jorge hace más de veinte años y que, por lo que sé, era un verdadero tirano con sus alumnos.
Por supuesto que los maestros siempre nos han desanimado a no hacer caso de las habladurías. Para ellos, estas cosas no son más que un juego de niños y uno muy molesto a decir verdad.
Nunca falta quien esté rondando por el aula 23 en horas inapropiadas, haciéndoles más difícil el trabajo de velar por la institución.
De cualquier manera, mentiría si dijera que cada vez que he mirado hasta el ventanal vacío del lugar en cuestión, desde el patio del colegio, no me ha recorrido un escalofrío por la espalda.
Y hoy voy a entrar.
Mis amigos robaron la llave del escritorio de la directora y me retaron a estar un minuto dentro. Podrían expulsarnos por esto, pero ya sabes, un reto es un reto.
Introduzco la llave en la cerradura e ingreso al aula.
Está completamente vacía. Suelto un suspiro de alivio. Entonces una voz espectral habla a mis espaldas.
—Lo estaba esperando. Siéntese, la lección de hoy va a empezar.
¡Sé el primero en comentar!