Astaroth es un demonio seductor que persuade por la pereza y la vanidad. Se le conocía como el ángel de la ciencia, su vanidad fue creciendo hasta querer detener a Dios. Al darse cuenta de esto, fue enviado al infierno y su alma se separó en dos partes: una quedo con él y la otra se llevó en cada uno de los humanos como muestra de sabiduría para la rebeldía.
Se dice que pasa la eternidad buscando su otra mitad y cuando la encuentre comenzara la rebelión entre ángeles y demonios.
Adriano Peredo fue un sacerdote de Niza, Italia. Él acudía a bautizar a los niños de las zonas marginales de la ciudad como servicio social. En el Vaticano, el asunto de Adriano es que fue siempre el hombre del saber, que quiso conocerlo todo siempre desde los primeros años de enseñanza y vivía unos días de adultero que condenaban su memoria, cuando paso los primeros años de servicio, la iglesia decidió darle la plaza en Niza en un barrio de clase media al mismo servicio de la comunidad. Fue aquí donde se presentaron los primeros casos de fuerzas sobrenaturales.
El primero de un niño que se comía las veladoras para escupir la cera a sus padres; este jamás paraba de maldecir. Cuando acudieron a su ayuda, se le sometió a pruebas para confirmar que se trataba de una identidad oscura, a la cual el sacerdote trato de liberar con la aprobación de sus superiores. Tras el primer intento, llevado de las retorcidas expresiones y mañas repulsivas del ser, se vio en una tarea difícil, pero la fortaleza más su fe que iban de la mano de sus secretos oscuros, consiguieron liberarlo. Sin embargo, momentos antes, el niño le dijo algo:
—Él sabe tus secretos y lo que vendrá para ti.
Con un silencio interrumpido por la felicidad de sus padres, Adriano logró desvanecer ese agudo momento.
A la par de la fama del sacerdote fue creciendo su ayuda. Su siguiente caso fue el de Sofía Berlusconi, una joven que además de sufrir trastornos alimenticios había llegado al punto de mutilarse un dedo. Llena de impaciencia, su madre llamo al padre Adriano.
Mientras la madre narraba los sucesos y él la escuchaba, se encontró con aquellos ojos verdes llenos de melancolía y cansancio, en los cuales los demonios dormían, guardando el reposo del tormento.
Tras la aprobación del ritual, Adriano empezó a invocar los sagrados nombres de la iglesia. Sabía que poco a poco haría salir al demonio, pero una parte de él lo freno al ver el dolor que sentía la víctima. Acongojado por verla sufrir, el padre salió a tomar un respiro y fumar un cigarrillo.
La madre quiso hacerle un pregunta y al voltear, vio algo en el frasco donde se encontraba el dedo de su hija: el reflejo mostraba una cara demoníaca, sonriendo y masticando la pequeña extremidad.
Adriano volvió a la habitación para continuar con el trabajo de Dios. De repente, el demonio dijo su nombre, tomándolo por sorpresa. La chica, ya estable, se derrumbó en brazos a su madre, no sin antes suspirar algo en su oído:
—Tiene planes para ti.
Adriano se retiró del lugar.
Al día siguiente regresó con un ramo de rosas para la chica, la cual las recibió con afecto. Esa misma tarde volvió a su antigua parroquia para renunciar a sus servicios a Dios. Meses más tarde, la pareja ya esperaba un hijo.
Mientras transcurría el tiempo empezaron a decorar el hogar, no obstante, la tensión también estaba presente. La chica sufría desmayos repentinos que los médicos atribuyeron al embarazo. El día antes del parto, sufrió el desvanecimiento más grande; en su inconsciencia, se golpeó y escuchó una voz grave:
—Te dije que tenía planes para ti.
Adriano tomó un crucifijo de la pared, con la tristeza asomando en sus ojos. Sabía lo que tenía que hacer para salvar a su hijo. Incrustó el objeto en la pierna de la joven, a la vez que una bala atravesaba su la columna vertebral.
Se quedó paralítico y fue internado en un hospital psiquiátrico para recibir terapias de recuperación. Sofía, su pareja, murió esa misma noche después de dar a luz. Diez años después, Adriano recibió un visita.
A lo lejos vio a un niño que llevaba una caja en la mano. Dejándola a sus pie, lo miró con enfado.
—Iré a verla, cuando vuelva a caminar iré a visitarla a su tumba —decía el ex sacerdote, delirante de felicidad.
—Le contamos de ti —fue todo lo que respondió el niño.
Un roedor se acercó al obsequio, sacando de la caja el dedo que se había amputado Sofía antes del exorcismo, con un listón que decía: ‘’Tenemos planes para ti, gracias por todo’’.
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