Todos los estados de México son conocidos por sus tenebrosas historias, muchas de las cuales se tienen por verdaderas. El estado de Nayarit, situado en la costa, no se queda atrás. Y es que aquí han ocurrido cosas que podrían helarle la sangre a cualquiera.
Prepárate para pasar miedo con estas cinco leyendas de terror de Nayarit.
Los colgados

La siguiente leyenda data de 1841 y ocurrió en Buenavista, Nayarit. José María Castaños era un empresario de origen español, que compró un terreno y edificó en el mismo una gran fábrica de textiles, idéntica a una que había visitado en Bélgica. Ahí contrató a muchos obreros humildes de sus alrededores, a los que explotaba sin compasión.
Lamentablemente, en aquella época los trabajadores no gozaban de ningún derecho, por lo cual sus patrones les pagaban una miseria a cambio de horas de trabajo extenuante.
Un día, cansados de tanta miseria, los hombres organizaron una huelga y se rebelaron contra Don Chema. Pero él, teniendo a las autoridades de su lado y muchísima influencia, pudo hacer que arrestaran a los líderes de la revuelta, quienes fueron torturados de la manera más vil. Después los ejecutaron, colgándolos enfrente de la fábrica. Cuando sus compañeros vieron sus cuerpos inertes se llenaron de terror. El lugar siguió funcionando como de costumbre; habría de pasar mucho tiempo antes de que las cosas cambiaran para los obreros.
Hoy en día, corre el rumor de que quien visita la fábrica de noche, puede escuchar los gritos, el llanto y el sufrimiento de aquellas personas masacradas, e incluso ver la sombra de sus cuerpos, colgando de los árboles.
El padre decapitado

Hay una iglesia en la plaza de San Santiago Apóstol, dentro del municipio nayarita de Ixtlán de Río. En ella se aparece un sacerdote sin cabeza. Nadie sabe quien era o porque la perdió, pero todos están seguros de su existencia gracias una escalofriante anécdota.
Un señor de nombre Elías y otro conocido como el Doctor Coronado, eran muy asiduos a cantar con el coro del templo. Cierta noche, al terminar un ensayo, se quedaron hablando sobre la leyenda del padre decapitado, burlándose de aquellos que creían en tales patrañas. Las bromas subieron de tono cuando se les ocurrió subirse el cuello de sus abrigos, de tal manera que este les ocultara las cabezas, para salir a asustar a las personas que pasaran frente al lugar.
Hasta que una noche los espantados fueron ellos.
Estaban por irse de allí cuando escucharon pasos en la capilla. Al voltear, se quedaron helados nada más como la figura de un sacerdote, vestido con ropas antiguas, se acercaba lentamente a ellos. No tenía cabeza.
Esa noche corrieron a sus casas en medio de rezos, pálidos y despavoridos. Jamás de atrevieron a molestar de nuevo a nadie con sus bromas de mal gusto.
La capilla del mar

En Bahía de Banderas se encuentra el típico ejido de Jarretaderas, donde sus habitantes cuentan una historia. Tiempo atrás, familias enteras solían acudir a las orillas del río Ameca, para trabajar en los chilares que ahí crecían. Siempre volvían a sus casas apenas el sol comenzaba a ocultarse, sabiendo que era hora de irse por las campanillas que sonaban a lo largo del riachuelo.
Cierto día, un hombre se quedó hasta tarde recogiendo sus herramientas, cuando vio algo extraño a lo lejos. Se trataba de una figura cubierta por una sábana blanca, que se dirigía a toda velocidad hacia el mar. No tenía pies.
Aterrorizado, el sujeto huyó y contó a los demás lo que había visto.
Tres de los lugareños más valientes se pusieron de acuerdo para montar guardia la noche siguiente, y averiguar lo que estaba pasando. Al estar vigilando, notaron como un grupo de personas cubiertas con sábanas blancas, se iba flotando hacia el mar, tal y como su amigo había dicho.
Uno de ellos, consternado, decidió regresar a casa con su familia y los otros dos se quedaron, tratando de seguir a aquellas figuras.
A la mañana siguiente fueron encontrados en la playa, muertos y con sendas expresiones de horror en sus rostros. No se sabría la verdad sino hasta días después: resulta que en aquel sitio solía haber una capilla de frailes, la cual había sido destruida por un maremoto. Las figuras de blanco, no eran otras que las de aquellos hombres, muertos mientras intentaban salvar su templo.
Los pobladores decidieron regar agua bendita frente al mar y rezar por su eterno descanso. Aun así, dicen que todavía se los puede ver, a veces.
Claudia la desdichada

En la capital de Nayarit, Tepic, vivía un hombre que acababa de separarse de su esposa, con su pequeña hija Claudia. A pesar de haberse quedado solos, los dos vivían felices y muy tranquilos, sin sospechar que un desafortunado accidente alteraría su existencia.
Sucedió que Claudia estaba cruzando la calle, cuando fue atropellada por un camión. El impacto del accidente fue tan terrible que la mató.
Su padre, desconsolado, arregló los trámites del entierro y se dispuso a seguir su vida, con mucha tristeza. Pero fue aquí cuando empezó lo extraño. Constantemente escuchaba ruidos en el jardín trasero, aunque cuando se asomaba, no veía a nadie. Después empezó a oír como alguien subía las escaleras, asemejándose el sonido al que hacía su hijita cuando estaba con vida. Las cosas se perdían o cambiaban de lugar, las puertas se cerraban y se abrían por sí solas.
Estaba a punto de volverse loco.
Cansado de estos fenómenos inexplicables, buscó su vieja cámara y tomó fotos en el jardín, en las escaleras y en todos los rincones de la casa. Un escalofrío de terror lo recorrió de pies a cabeza, al revelarlas y darse cuenta de que en todas aparecía Claudia, aunque se veía muy distinta. Su piel estaba pálida y su mirada, con prominentes ojeras, lucía cansada y atormentada.
Fue más de lo que pudo soportar.
Días después empacó sus cosas y puso la casa en venta, aunque antes de mudarse mandó hacer una misa para pedir por el descanso de su pequeña. De nada sirvió, puesto que los inquilinos siempre terminaban marchándose, asegurando que veían la figura de una niña llorando.
Se cree que Claudia sigue penando, en ese sitio que alguna vez, fue su dulce hogar.
La cueva del cerro de San Juan

Hace mucho tiempo, un campesino vivía en las cercanías del cerro de San Juan. Él trabajaba criando ganado y cierto día, una de sus vacas se le perdió. Al ir a buscarla, el hombre se adentró en una cueva del cerro y se sorprendió al ver que al final, había un pueblo muy lindo con una iglesia preciosa. Al acercarse a esta última se dio cuenta de que allí crecía un gran árbol de naranjas. Decidió cortar algunas para dárselas a su esposa.
Al regresar por donde había venido, sin embargo, se quedó perplejo al notar que todo era muy distinto. Había casas que no estaban allí antes y las que sí, estaban algo deterioradas.
Confundido, se acercó a su casa y se sorprendió al ver a su esposa que le abría la puerta. Había envejecido varios años. Su rostro, al verlo, fue de auténtico terror. Entre lágrimas le confesó que todos en el pueblo lo creían muerto, pues un día había desaparecido sin avisar a nadie y ya habían pasado veinticinco años desde aquello.
Asustado, el hombre le dijo que solo se había ido un momento para buscar a su vaca y que había recogido naranjas para ella. Al sacarlas de su morral los dos se quedaron sin habla: estaban convertidas en oro puro.
Por eso se dice que cada 24 de junio pasa algo extraordinario en el cerro de San Juan. Al final de aquella cueva se abre una puerta encantada, detrás de la que todo aquel que entra se queda encerrado por un cuarto de siglo.
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