La siguiente leyenda se sitúa en el estado de Guanajuato, en plena época de la Revolución Mexicana. Por aquel entonces, los habitantes de aquella región no llegaban siquiera a los mil, pero estaban muy polarizados entre los dos bandos que se habían apoderado del país: los revolucionarios y la gente fiel al gobierno.
Lo que hasta ese entonces había sido un lugar pacífico y tranquilo, se convirtió en el epicentro de una tragedia cuando el ejército llegó.
Los soldados entraban en las casas y sacaban a la gente a punta de pistola, revisando sus pertenencias en busca de evidencia que delatara conexiones con los rebeldes y fusilando a todos los que simpatizaran con la revolución. Así sucedió con Vicente Aguilar, un hombre honrado e idealista, viudo y con un hijo pequeño de cinco años.
Aguilar no solo estaba de acuerdo con las ideas revolucionarias, si no que había llegado a dar cobijo a varios rebeldes bajo su techo y guardado evidencias que lo incriminaban a los ojos del gobierno.
Los soldados lo condujeron al centro de la ranchería, donde se alzaba un solitario y profundo pozo. Le ataron las manos a la espalda y le ordenaron que se irguiera para fusilarlo. Su hijito corrió a su lado para que lo mataran a él también. Con esfuerzo lograron que soltara a su padre y al querer volver junto a él, el pobre tropezó y cayó al pozo, sin que nadie se diera cuenta. El estruendo de las armas del pelotón acalló sus gritos. Murió ahogado en cuestión de minutos.
Al día siguiente, cuando fueron a sacar agua, encontraron su cuerpecito sin vida y de inmediato lo sacaron para darle una digna sepultura, al lado de su padre. No obstante su alma permaneció en las profundidades.
El ejército se instaló la ranchería, que nunca más fue la misma. Cosas inexplicables comenzaron a suceder.
Cada vez que un soldado iba al pozo para buscar agua, no regresaba. Los superiores imaginaban que habían desertado y mandaban a buscarlos para castigarlos como era debido, pero de ellos nunca se encontraba el menor rastro. Era como si se los hubiese tragado la tierra.
Los militares presentes en el fusilamiento también comenzaron a morir de uno en uno, después de bebido agua del pozo. Y el General que había arrestado al pobre Vicente, empezó a sufrir terribles alucinaciones por las noches. A menudo soñaba con un niño que se sentaba en su pecho, paralizándolo y cortándole la respiración.
Pronto, ninguno de los soldados que había contribuido a la muerte de Vicente Aguilar quedó vivo y la Revolución Mexicana continuó hasta sus últimas consecuencias.
Hoy en día se habla de que el pozo maldito sigue existiendo, en alguna ranchería remota de Guanajuato. Quienes se han acercado juran escuchar el llanto de un niño pequeño, lo cual les hace correr despavoridos. Además, también se aconseja no sacar agua de este lugar, pues el fantasma del pequeño podría salir una vez más tratando de desquitar su dolor con los vivos.

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