Hay leyendas de terror en Sonora, que de generación en generación, han perturbado a miles de personas. Al igual que otros estados mexicanos, esta región del norte del país posee varias historias para contar a los amantes de lo macabro. Es por eso que hoy te mostramos cinco leyendas sonorenses, para ponerte los pelos de punta.
El Casino del Diablo
En Hermosillo los ciudadanos conocen bien cierto cerrito, en cuya cima se alza una construcción abandonada. Se cuenta que hace varios años fue un casino, el más popular de la ciudad, perteneciente a la exclusiva colonia colonia Country Club. Cada 31 de diciembre, los dueños tenían la tradición de dar una fiesta para recibir el nuevo año. Acudían todos los jóvenes hermosillenses, ansiosos por divertirse y encontrar a alguien para pasar un buen rato.
Lucía era una muchacha guapa y muy inquieta, a la que solo le interesaba vivir el momento. Su madre le había prohibido terminantemente ir al casino, pero ella ya sabía como escaparse. Se puso un revelador vestido y se arregló para ser la chica más guapa de la fiesta. Apenas sus amigos pasaron por ella, Lucía saltó de la ventana y se metió en su coche, mientras ellos, en medio de risas, hablaban de todo lo que iban a beber y a bailar cuando llegaran a la celebración.
Esa noche comenzó con éxito para Lucía. En efecto, se había convertido en la joven más hermosa y llamado la atención de un montón de jóvenes con dinero. Bailó, bebió y fue de uno a otro con total descaro.
Dieron las doce de la noche y un muchacho muy apuesto hizo acto de presencia. Tenía el pelo y los ojos negros, un porte muy elegante y estaba vestido con ropa fina. Desde el primer momento se fijo en Lucía y la invitó a bailar, para alegría de la chica, quien dejó que la tomara en brazos. La música era estridente y ella estaba eufórica. Sintió algo muy caliente que le rozaba la cintura y se separó de su acompañante para mirar, quedando sorprendida al ver una mancha oscura sobre su vestido.
Muy avergonzada, se excusó para ir al baño y limpiarse, percatándose al estar a solas de que no se trataba de una mancha. Parecía una quemadura. La mano del desconocido se había marcado en su costado, como una huella negra e imborrable.
Extrañada, Lucía optó por no prestarle atención y regresó para seguir bailando con él. En la pista se convirtieron en el centro de atención. Las miradas de admiración y asombro no tardaron en ser sustituidas por muecas de terror y espanto, al mirar los pies del muchacho. Sus zapatos habían desaparecido para mostrar una pata de cabra y otra de cerdo, que danzaban frenéticamente. Una carcajada de ultratumba inundó el casino, al tiempo que el fuego se desataba, consumiéndolo todo a su paso.
Muchas personas murieron esa noche fatídica y las pocas que lograron escapar del incendio esparcieron la leyenda como pólvora por la ciudad. De Lucía no volvió a saberse nada. Algunos cuentan que fue rescatada e internada en un hospital psiquiátrico. Pero otros, aseguran que fue arrastrada al infierno por el mismo demonio, en castigo a su desobediencia.
La mujer de blanco de la carretera Guaymas
En la época de los setentas, se puso de moda una leyenda que transcurría en el área de Batuecas, sobre la carretera de Guaymas-Empalme, y que hablaba sobre una extraña mujer vestida de blanco que viajaba sola por el camino, de noche, distrayendo a los pasajeros. Los lugareños cuentan que tiempo atrás, aquella zona estaba llena de bares y acudían muchos hombres a beber y pasar el rato con jovencitas.
Una de ellas habría sido asesinada en medio de una pelea de borrachos. Desde entonces, su alma recorre una y otra vez ese macabro lugar.
Ramón fue uno de los testigos que afirma haberla visto. Taxista de profesión, venía de vuelta después de trasladar a una familia fuera de la ciudad. En un momento dado vio a una muchacha con vestido blanco, cabizbaja, que le hacía una señal con su mano. Preocupado al verla tan sola y de noche, se orilló y la dejó subir.
—¿Va a la ciudad, señorita?
Ella asintió, sin siquiera mirarlo. No podía ver su rostro.
Ramón prosiguió su camino por un rato, ignorando el silencio de la joven. Más adelante una patrulla lo detuvo, obligándolo a orillarse de nuevo. El policía al mando se acercó y lo miró con severidad.
—¿Si sabe que está prohibido dar pasaje en esta curva?
—Pero oficial, la señorita estaba sola y ya es muy tarde…
Justo en ese momento, el compañero del policía se acercó hasta ellos, pálido y asustado.
—¿La vieron? ¿La vieron? ¡Una mujer de blanco acaba de salir del taxi por la puerta cerrada! ¡Salió y desapareció frente a mí!
Ramón y el oficial miraron con sorpresa al asiento trasero; en ningún momento habían escuchado la puerta abrirse ni cerrarse. Pero en efecto, la chica de blanco ya no estaba ahí.
El accidente
Dos hermanos se dirigían hacia Sonora en su auto, cuando de pronto, se encontraron con un hombre que caminaba al lado de la carretera, mirando con ojos suplicantes a todos los conductores que pasaban. Les llamó la atención que estaba bien vestido y para nada se parecía a un autoestopista común.
Así que decidieron detenerse a su lado.
—¿Qué pasó, amigo? ¿A dónde se dirige?
—Iba a Sonora pero mi auto se descompuso, necesito que alguien me ayude.
Los hermanos, que tenían buen corazón, lo dejaron entrar en el coche y por un buen rato, los tres estuvieron platicando. Luego, cuando estaban a punto de llegar a su destino, el hombre les dijo que se detuvieran, pues tenía que bajarse ahí.
—¿Está seguro? Dentro de poco estaremos en la ciudad…
—Muy seguro, amigos míos. Por favor, detengan el coche. Me está esperando alguien.
Le hicieron caso y apenas el hombre estuvo afuera, se acercó al borde de la carretera y se tiró de cabeza por el cerro, asustándolos de sobremanera.
—¡Está loco! ¿¡Qué hizo!?
Pálidos, los dos miraron hacia la cuneta y vieron que otro auto había caído por ahí, quedando volcado y medio destruido. De inmediato llamaron a las autoridades y cuando fueron a mirar el accidente, lograron rescatar a una mujer que todavía estaba viva.
En ese momento los hermanos se quedaron helados al ver quien era el chófer. Se trataba del mismo hombre al que habían ayudado, muerto desde hacía horas.
Al parecer, su alma había escapado del coche e ido a buscar ayuda para su esposa, quien todavía podía vivir.
La aparecida de la casona de Cócorit
En el municipio sonorense de Cajeme, muy famoso por sus construcciones históricas, se levanta una gran mansión de estilo colonial en la que nadie ha habitado en años. Todas las noches se puede ver a una mujer que viste de blanco, cruzando la plaza principal y desapareciendo al entrar en el patio de la llamada casona de Cócorit.
Todos le llaman «La Aparecida». Pero nadie sabe quien fue en realidad.
Llegó cuando era niña a Cajeme en 1980, acompañando a un rico hacendado que había mandado a construir la mansión para él. Jamás se aclaró si era su hija, si compartían algún lazo familiar o solo era una huérfana de la que se había apiadado. Lo que sí se sabe es que al poco tiempo de llegar a vivir ahí, se construyó una estatua que era idéntica a ella.
Un día, tanto el hacendado como su protegida; quien para entonces ella ya una mujercita, desaparecieron sin dejar rastro. Nadie supo que fue de ellos y la casona se quedó abandonada. Desde entonces nadie a sido capaz de soportar vivir ahí.
En un inicio el municipio adquirió el lugar para convertirlo en hospital, cosa que no funcionó. Más tarde se hizo un albergue y después una panadería, que también cerró sus puertas al poco tiempo. Todos los que llegaban a encontrarse entre las paredes de la mansión, afirmaban haber visto a la niña en el patio o recorriendo las ventanas. Su escultura del patio tampoco ayudaba a disminuir el temor ante su presencia.
Cuando los rumores sobre la aparecida se esparcieron, una familia de buena posición económica compró la casa y mandó a colgar varios retratos, que habían mandado hacer para recordar a la difunta. Convirtiéndose el sitio en una especie de siniestro museo que pocos, muy pocos se atreven a visitar.
Hasta el día de hoy, solo la aparecida habita entre sus muros. Su historia, de por sí misteriosa, nos deja una incógnita muy inquietante: ¿qué les sucedió a ella y al hacendado? ¿Se habrán ido por algún motivo? ¿O hay un secreto más oscuro detrás de su ausencia?
La cueva de Sauceda
Esta cueva es muy famosa y fácil de reconocer en Hermosillo. Tiempo atrás, fue el escondite de un ladrón despiadado y muy hábil, el cual contaba con un modus operandi infalible. Siempre escondía a un lado de la cueva, esperando atrapar a sus víctimas. Cuando una persona pasaba sin acompañante, él le quitaba todo lo que tenía y se metía en lo más profundo de la caverna, donde había acumulado una cantidad considerable de tesoros: joyas, armas, monedas de oro y más…
La policía centró todos sus esfuerzos en encontrarlo, más era inútil. Como nadie se atrevía a explorar la cueva, nunca lograron dar con él.
Llegó el momento en el que, después de haber robado tanto, el avaro ladrón decidió que ya no saldría a asaltar a la gente. Pasaría el resto de su vida en la caverna, cuidando de su inmensa fortuna.
Los años pasaron y eventualmente, las autoridades entraron a la cueva y encontraron el cuerpo sin vida de ese hombre, muerto por la falta de sol y de aire puro. No tardaron en reconocerlo como el maleante al que buscan, sin embargo, sus riquezas jamás las pudieron hallar.
A partir de entonces, muchos han sido los que se meten en la cueva, intentando robar el tesoro, solo para encontrar una muerte terrible.
Se dice que el fantasma del ladrón sigue habitando la cueva y que matará a todo aquel que se atreva a querer robarle.
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