En alguna campiña de Europa, un matrimonio se hizo con la propiedad de un viejo castillo que llevaba cientos de años abandonado. El lugar, pese a que era una ruina, presentaba una increíble oportunidad de inversión por la vía turística y una vez que hubiera sido debidamente remodelado, podría funcionarles como un excelente hostal y museo.
Había en el sótano un calabozo y un salón de torturas, que aunque tétricos, les garantizaban la visita de decenas de turistas morbosos. Pero lo mejor sin duda alguna, era la bodega repleta de deliciosos licores, cada cual más raro que el anterior.
En un principio, la pareja tuvo sus dudas respecto a aquellos vinos, pero tras abrir un par de barriles y atreverse a probar, sus caras de sospecha pasaron a convertirse en rostros de asombro y delicia.
El vino no solo estaba en perfecto estado, sino que además parecía haberse añejado maravillosamente. Era exquisito.
Con todas las esperanzas del mundo, terminaron por pedirle un préstamo al banco para costear todas las remodelaciones que iban a hacer falta en el lugar. La institución no lo pensó mucho para concederles la cantidad que necesitaban, viendo una oportunidad para recuperar su inversión que era no menos que ideal.
Así pues, pasaron largos meses de trabajo arduo hasta que el castillo logró recuperar su antiguo esplendor y entonces se llevó a cabo una gran fiesta de inauguración.
Muchos turistas y lugareños acudieron al evento, atraídos por la cata de vinos que se habían hallado en la bodega subtérranea.
Aquella noche varios se pegaron una gran borrachera; y es que el vino seguía estando delicioso, y las pujas por comprar cada botella cada vez eran más altas. Para el matrimonio pues, todo estaba saliendo a pedir de boca.
Fue en ese instante que se percataron de que el vino de un barril se había terminado, así que tuvieron que moverlo.
Su sorpresa fue que el recipiente seguía sintiéndose considerablemente pesado: algo había dentro. Sin perder un segundo, se abrió la tapa superior y lo que encontraon en el interior los horrorizo.
Se trataba del cádaver de un niño pequeño, que estaba acurrucado como un feto dentro del barril. Aunque gran parte de su cuerpo se había descompuesto, aún conservaba algo de su pelo y sus uñas. Había sido brutalmente asesinado.
La pareja sintió nauseas.
Fue entonces que recordaron la historia del marqués que vivía en el castillo; un hombre huraño que nunca se relacionaba con nadie del pueblo y del que se contaban abominables rumores. Rumores que coincidían con la desaparición de varios niños de la aldea cercana y la presencia de aquellos instrumentos horribles en la sala de torturas.
Siguiendo un oscuro presentimiento, continuaron abriendo barriles y su contenido si bien no los sorprendió, les hizo estremecerse de pies a cabeza.
Niños. Niños por todas partes, de seis, siete, ocho años. Asesinados.
Ahora todo tenía sentido. Tanto ellos como sus invitados habían estado consumiendo el vino que se había añejado con los cadáveres de aquellos pequeños.
¡Sé el primero en comentar!