Iba a ser la primera Navidad que Antonio y su familia pasaran entre la nieve. Tras vivir varios años en un país tropical, se habían mudado al interior de los Estados Unidos, donde ver nevar era algo habitual durante la temporada. Sin embargo esto, lejos de desanimar al niño, le provocaba una gran emoción. ¡Se moría de ganas por ver y tocar la nieve!
Durante la mañana y la tarde de Nochebuena, se dedicó a jugar en el jardín con sus hermanos, tirándose bolas de nieve entre ellos y deslizándose en un pequeño trineo. También hicieron unos muñecos.
Cuando se hizo de noche, su madre los llamó para que entraran en la casa y se calentaran. Les puso bufandas y prepararon chocolate caliente. Mientras cenaba con su familia, Antonio miró a sus muñecos de nieve a través de la ventana y deseó que siempre fuera invierno. Era una lástima pensar que después se iban a derretir.
Llegó la Navidad y con ella continuaron transcurriendo las vacaciones de Diciembre.
Con cada día que pasaba, más se iban deformando los muñecos y cuando el niño se dio cuenta de que no eran más que un par de bultos pequeños, casi derretidos, tomó las cabezas de dos de ellos y las compactó para llevarlas al garaje. Allí, su padre tenía una enorme heladera que usaba para refrigerar carne. Antonio colocó las cabezas dentro y se fue muy tranquilo a jugar, orgulloso de poder preservar de alguna manera su obra de arte.
Esa misma noche se despertó sintiendo un frío insólito.
Temblando, se levantó para ir al armario por otra cobija, cuando notó que había un charco de agua en el suelo. El rastro líquido bajaba por las escaleras, en las que había varios rastros de nieve.
El pequeño se quedó muy sorprendido al ver que en la sala de estar había un gran montón de nevisca.
Se asomó por la ventana y vio que el resto de sus muñecos, (o lo que quedaba de ellos), habían desaparecido. En ese momento escuchó como algo arañaba el cristal… miró hacia abajo, y vio como uno de los muñecos se arrastraba por el suelo, intentando saltar hacia la ventana para entrar. Sus ojos habían adquirido una expresión maligna, que lo hizo soltar un alarido.
Rápidamente, Antonio subió por las escaleras para refugiarse en su dormitorio, con tan mala suerte que al llegar resbaló con el charco del suelo y cayó, pegándose en la cabeza.
Adolorido, escuchó un ruido debajo de su cama y al mirar se quedó paralizado. Dos muñecos de nieve lo miraban desde ahí. Sus cabezas, pequeñas y congeladas, eran las mismas que había puesto en la heladera. Aterrorizado, el niño soltó un grito alertando a toda su familia. Lo último que vio antes de caer inconsciente, fue a sus padres en la puerta.
Cuando Antonio despertó no había ni rastro de los muñecos. Sus padres aseguraban que había tenido una pesadilla. No obstante, al ir a revisar la heladera sintió un escalofrío: las cabezas no estaban ahí.
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