La aldea de Hoi era un sitio muy pequeño y perdido en medio de la montaña. En este diminuto pueblito vivía un hombre llamado Kyuzaemon, al cual por desgracia había abandonado la suerte. Un año atrás, su esposa y su pequeño hijo habían muerto, convirtiéndolo en un hombre solo y desgraciado. Pero el buen Kyuzaemon no podía sospechar lo que aquella noche, estaba a punto de ocurrirle.
El invierno se había presentado por medio de una fuerte tormenta de nieve, que obligó a todos los habitantes a encerrarse en sus casas a cal y canto. Kyuzaemon se fue a dormir pero cerca de la medianoche, escuchó que alguien llamaba a su puerta con desesperación.
Pensando que podría tratarse de alguno de sus vecinos, el hombre se levantó de la cama a toda prisa.
—¿Quién es? —preguntó.
—Por favor, déjame entrar —imploró una vocecita femenina al otro lado, sobresaltándolo.
No reconocía a la dueña de aquella voz.
—No hasta que me digas quien eres.
—Por favor, estoy buscando refugio, ¿puedes dejarme pasar?
—Lo siento, pero no tengo ningún sitio en el que puedas dormir.
—No busco dormir, solo quiero un refugio de la tormenta. Déjame entrar.
—No, lo lamento pero no te conozco. Tienes que irte.
Kyuzaemon se dispuso a volver a su cama, sorprendiéndose al ver que ahora, había junto a esta una joven vestida con un kimono blanco. Tenía la piel tan blanca como la nieve y un cabello aún más pálido.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste aquí?
—Me conocen como Yuki-onna —afirmó ella— y soy la mujer a quien le negaste refugio. Sin embargo, puedo entrar donde me apetezca al moverme con los remolinos que forma la nieve. Si me dejas, me quedaré aquí hasta que pase la tormenta.
Kyuzaemon estaba muy asustado, pues pensaba que se trataba de un espíritu maligno. Más ella lo tranquilizó, prometiéndole que no le haría daño.
—Voy camino de la aldea vecina, donde solía vivir con mi padre, Yazaemon y mi esposo, Isaburo. Cuando morí, Isaburo abandonó a su suegro y ahora debo presentarme ante él para recriminarle por esta mala acción.
—Comprendo, recuerdo que la esposa de Isaburo, Oyasu, murió el año pasado, en medio de una ventisca —dijo Kyuzaemon.
—Así es, yo soy Oyasu —dijo la mujer de nieve.
Entonces ella le preguntó si contaba con algún altar en casa, para rezarle una oración a sus ancestros. Kyuzaemon le pidió que orara también por su mujer y su hijo, que estaban descansando en paz.
Cuando se despertó, a la mañana siguiente, no había ni rastro del espíritu de Oyasu. Sin embargo, no tardó en enterarse de que en el pueblo vecino, su esposo Isaburo había regresado a casa de su suegro para encargarse de él, alertado por una aparición fantasmal en medio de la nieve. Estaba arrepentido y quería reparar sus errores para conseguir el perdón de su esposa, en el más allá.
Dicen que en las noches invernales, cuando la ventisca arrecia, aquella mujer de nieve vuelve a aparecer.
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