Dicen los que saben de leyendas que hace mucho, mucho tiempo, existió en Euskal Herria, cerca del monte Hautza, un pueblito habitado por agricultores y cazadores. El jefe de esta aldea era un hombre sabio y fuerte, llamado Erradi, quien tenía una hija muy hermosa de nombre Elur. Todos los hombres de la región se quedaban embelesados cuando ella estaba presente, pues no había nadie que tuviera su porte y su belleza.
Un buen día, la gente se sorprendió al ver llegar a un viajero venido desde muy lejos. Estaba cansado y tenía graves heridas que necesitaban sanar. El desconocido se presentó como Txingor y fue recibido amablemente por los pobladores, quienes fueron a buscar a Elur.
Ella tenía mucho talento con los remedios y las hierbas medicinales.
Por varios días, la joven estuvo cuidando de Txingor, aplicándole emplastos hechos con plantas curativas, dándole de comer y tratando sus heridas. Como era de esperarse, la convivencia logró que ambos se enamoraran el uno del otro.
Sin embargo Elur sabía lo celoso que era su padre, y tenía miedo de que se opusiera a su amor. Por eso le propuso a Txingor que escaparan juntos del pueblo. No obstante, el viajero era un hombre de honor y no estaba acostumbrado a escapar. Así que a pesar de las advertencias de su amada, se plantó frente a Erradi y le confesó solemnemente que deseaba la mano de su hija.
El jefe montó en cólera. Fue tanta su ira, que ordenó que de inmediato lo expulsaran de la aldea.
Txingor aceptó marcharse, con la idea de regresar temprano por la mañana, cuando Erradi estuviese más tranquilo. Lo que no sabía fue que aquella noche, él también expulsó a su hija y la dejó sola en la intemperie.
Se dice que la pobre muchacha se murió de frío, pues cuando salió el sol, su cuerpo yacía inmóvil y cubierto por una fina capa de nieve. Así la encontró Txingor, quien lloró lágrimas de desesperación por ella. Y las lágrimas, al caer por sus mejillas, se convertían en granizo. Amalur, la Madre Tierra que habitaba más allá de Hautza, fue testigo de este acto de amor y se compadeció de ambos.
Transformó entonces a Elur en Nieve y a Txingor en granizo, para que pudieran permanecer juntos por la eternidad.
La crudeza del invierno obligó a Erradi a ser más tolerante con el amor entre los más jóvenes. A partir de ese momento, cada vez que un hombre se enamoraba de una de las muchachas del pueblo, estaba obligado a marchar entre la nieve para cazar y llevar una presa como prueba de amor y sacrificio. Solo entonces la unión podía ser bendecido y la pareja podía casarse.
Con el paso del tiempo, esta costumbre se extendió a lo largo y ancho de la región, y también más allá de sus fronteras. Es por eso que hasta el día de hoy, es costumbre en muchos lugares que los novios entreguen una dote a las familias de sus enamoradas.
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