Cuando era niño, solía reunirme con mis amigos para escuchar nuestras canciones favoritas. En ese tiempo no había iPods ni teléfonos inteligentes para hacerlo, mucho menos existía el MP3. ¡Qué va! Lo más sofisticado que teníamos, eran esas viejas cintas que uno coloca (colocaba más bien) en el reproductor del auto, y que venían con melodías grabadas en el lado A y el lado B.
Había que tener un poco de cuidado con ellas, por qué como hicieras un movimiento brusco con la máquina, la cinta se salía y se volvía una maraña, echándolo todo a perder.
Eran buenos tiempos a pesar de todo, la gente no se preocupaba tanto
Todos los colegas quedábamos en la casa de alguno, nos encerrábamos en el sótano o el dormitorio del chico en turno y colocábamos cintas de rock en el reproductor de Edmond, el chaval al que le fascinaba la tecnología.
Entonces cantábamos y agitábamos la cabeza como locos. Comíamos pizza y hablábamos de lo habitual. Colegio, partidos de soccer, estrenos en el cine, chicas… creo que ya éramos lo bastante mayores como hablar de chicas, sin dejar ver la repulsión que profésabamos de pequeños.
Las cosas tomaron un rumbo extraño en el verano del 89. Habíamos hecho un campamento a la orilla del lago local.
Era nuestro primer camping solos, aunque la casa de los padres de Bobbi se encontraba a nuestras espaldas, en aquel suburbio retirado. Pusimos a los The Clash en el reproductor y nos alocamos.
Luego llego la hora de asar malvaviscos y contar historias de terror. Entonces nos fuimos a dormir.
Habrá sido de madrugada cuando Mike me despertó, alarmado. Terry no estaba en su saco de dormir. «Habrá salido a orinar o algo», fue mi primera contestación, medio dormido, pero no. Él se había asomado sin distinguir su rastro en la oscuridad, ni el punto brillante que debería ser su linterna en medio de la noche.
Nos pusimos nerviosos. Éramos cinco chicos solos en una tienda de acampar. Espéramos, pero Terry nunca regresó.
La policía registró el lugar completo al día siguiente. Se organizaron misiones de búsqueda, en vano. Nunca volvimos a saber de él y eso que dejó todas sus pertenencias en la tienda de campaña.
El grupo se rompió ese verano y yo me quedé con la cinta de The Clash, y tantas otras que solía aportar para las reuniones.
Nunca volvimos a ser los mismos después de esa acampada.
Hoy, me he acordado de todo esto al volver a ver la cinta entre mis cosas viejas. Cosas de nostalgia, ¿sabes? El caso es que la he vuelto a poner en un antiguo reproductor de música y ahí, detrás de la batería y los sonidos rítmicos de la guitarra, el sonido era casi imperceptible.
Terry reía. Reía de una manera que me puso los pelos como escarpias.
Y no se encontraba solo. Una voz grave le hablaba de manera ininteligible. Ahí fue cuando el ruido comenzó a cortarse. Tal vez fuera mi imaginación, pero creo que distinguí una sola palabra:
«Ayúdenme».
¡Sé el primero en comentar!