Cuentan que hace mucho tiempo, cuando la humanidad apenas comenzaba a habitar en la tierra, los hombres tenían que sobrevivir al frío y a la amenaza de las animales salvajes con muchas dificultades. Se ocultaban en cuevas frías cuando podían o perecían de manera irremediable, por que no sabían como hacer frente a estos problemas.
Prometeo, un titán de corazón bondadoso, decidió que tenía que ayudarlos y decidió robar el bien más preciado de los dioses: el fuego.
Este se encontraba resguardado en el Olimpo, en la caldera de Efesto, un dios deforme cuya especialidad consistía en trabajar con metales. Gracias a ello era capaz de crear cosas maravillosas para el resto de los inmortales, como los poderosos rayos de Zeus o las zapatillas aladas de Hermes, el dios mensajero.
Prometeo se deslizó a hurtadillas en su taller y mientras no vigilaba, sumergió un madero entre las brasas para hacer una antorcha. Luego escapó a toda prisa hasta la Tierra, donde enseñó a la humanidad a utilizar aquella fuerza maravillosa.
Al principio, los hombres tenían miedo del fuego y con razón. Un solo roce de su piel podía producirles gran dolor. Pero pronto aprendieron que también podían usarlo en su beneficio.
Con la ayuda de Prometeo, aprendieron a hacer fogatas para ahuyentar a las bestias y cocinar su comida. Fueron capaces de mantenerse calientes en invierno y después, hasta aprenderían a elaborar trastos de metal y arcilla, que podían moldear con aquella extraña sustancia cálida.
Todos estaban muy agradecidos con Prometeo. Pero en cuanto Zeus se dio cuenta de aquello, montó en cólera por la osadía del titán.
Así que le ordenó a Hefesto elaborar unas fuertes cadenas para atarlo en el pico más alto de la Tierra, lejos del alcance de cualquier humano, pero no lo suficientemente cerca de los dioses.
Allí tendría que permanecer por su atrevimiento.
Pero ese no sería el único tormento al que pobre titán estaría condenado. Todos los días, un águila voraz descendería sobre él para devorar su hígado, que se regeneraría durante la noche para alimentar al animal por la eternidad.
Ese fue el castigo que Prometeo debió pagar por siempre, por haber osado ir en auxilio de los hombres. Sin embargo su sacrificio no fue en vano.
A partir de entonces, la humanidad lo recordaría como su más grande benefactor y sería capaz de evolucionar, haciendo grandes cosas. Con la llegada del fuego llegaron grandes inventos en los tiempos antiguos, como la rueda y la cerámica. La gente empezó a construir casas en lugar de refugiarse entre la naturaleza, tuvieron carromatos y desarrollaron más disciplinas, como la agricultura y la ganadería.
Se dice pues, que Prometeo no solo entregó el fuego a los hombres, sino que les demostró que tenían algo que ni los dioses podrían arrebatarles: su libre albedrío y su inteligencia para hacer lo que quisieran.
Este mito es uno de los más queridos en la cultura griega y nos enseña lo grande que ha llegado a ser la humanidad.
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