La noche golpeaba mi cuarto con una brutalidad tan o más desproporcionada como lo hacia el viento y la lluvia con mis ventanas, sola, sin poderme levantar, savia que una vela posicionada en mi velador esperaba fosforo para ser quemada, pero no quería encenderla pues estaba acostumbrada, solo un sonido era superior a los bramidos del viento chocando en los arboles, o la lluvia al azotarse sobre el techo de la casa, el arrullador ronroneo de mi gato, al que sencillamente llamaba “Gato” acostado junto a mí, capeando en parte el arrasador frio que a las 3 de la madrugada se hacía notar.
No podía dormir, aun cuando el minino se esforzaba con sus ronroneos para que lo hiciera, comencé a acariciarlo, no podía ver nada pero si podía sentir su cuerpecito, al tocarlo, se retorció y se estiro como despertando, se levanto y girando sobre su eje se posicionó un poco más cerca de mis manos y comenzó a masajear mi brazo con sus uñas.
Podía sentir sus orejas, su pelaje, sus patas, su cola, incluso sus bigotes, pero algo me sorprendió algo debería estar, pero no estaba, debía ser mi imaginación. Sus garras me apretaban fuerte, y soltaban como si marchase, una y luego la otra, me sentía segura con el ahí, era un gato, pero me entregaba seguridad.
De pronto note que el clima del lugar cambio, y lo supe pues el gato dejo de ronronear, sentí su cola encresparse y sus garras aferrarme con demasía, levante la cabeza, aunque por más que me esforzara no vería nada, y la gire en dirección a la pared para poder escuchar lo que pasaba, y fue cuando pude escuchar unos pequeños pasos en el suelo, ¿Qué era? Un gato, pero como pudo entrar, no habían rendijas, la puerta estaba cerrada, luego pude percibir su respiración, una respiración demacrada, entrecortada, forzosa, podía sentir que daba pasos cortos y lentos, mi gato se aferraba mas a mí con sus garras y comenzaba a murmurar improperios que solo ellos entendían, el intruso no respondía, solo avanzaba, con esa respiración entrecortada, pesada, de pronto pude oler algo, un olor conocido, no recordaba que era, pero sabía que lo había olido antes.
Por alguna razón me sentía intranquilo, me hubiera levantado a ver qué pasaba pero acababa de perder las piernas en una accidente, mis padres habían muerto y solo estaba una tía en casa, me sentía intranquilo, pero al menos lo tenía a él, sabía que me protegería, ya lo había hecho, en ese momento recordé algo, y como una personificación de mis recuerdos un rayo ilumino la habitación unos momentos, el tiempo suficiente para ver lo que yacía en mi regazo, el tiempo suficiente para estremecerme y tirar esa cosa lejos de mí, el tiempo suficiente para darme cuenta que a veces el demonio envía a sus indescriptibles mascotas a la tierra a impartir temor en los corazones de los hombres, el tiempo suficiente para saber que incluso las mascotas del infierno se estremecerían con aquello que posaba frente a mí, y digo eso pues no era un gato, mi gato, el que salto sobre mi cuando me quede dormido al volante y me despertó en el momento justo para frenar un poco antes de caer por el precipicio, el mismo que con el golpe se reventó en el parabrisas y cayó al rio perdiéndose en las profundidades de este, el mismo que con paso vacilante, aun mojado y ensangrentado, avanzaba pesadamente con algunos huesos rotos, sino todos, para salvarme del cruel destino que más tarde descubrí, le toco a mi tía. Cuando prendí la vela, solo el pobre gato estaba, mis brazos estaban sangrando y en la pared un mensaje.
“si tu gato te quisiera como tú crees, habría dejado que te llevara, pues, cuando el venga a buscarte, no será tan misericordioso”
Desde ese día, cada noche despierto más o menos a las 3 de la madrugada, con un peso en mi pecho y escuchando un desquiciado ronroneo, algunas veces, puedo ver aquellos ojos, ronronear y sonreír.
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