Melanie era una estudiante universitaria que, como muchas, le concedía más tiempo a su vida social que a los estudios. Aún así, había conseguido ser aceptada en la Facultad de Medicina, una de las carreras más exigentes y para la que hacía falta un alto nivel de dedicación. Para muchos, era un misterio como la joven se las había arreglado para mantener uno de los promedios más altos de su generación, a la par de ser el alma de las fiestas en el campus.
Como si eso no fuera suficiente, a menudo Melanie tenía que hacerse cargo de su hermana pequeña, ya que la madre de ambas trabajaba por las noches como enfermera, en un hospital cercano. Simplemente, lo de aquella chica era increíble.
Un día, Melanie fue invitada a una de las fiestas más salvajes de los chicos de último año. Prometía ser una velada inolvidable y además, iba a asistir el chico que le gustaba. No se la podía perder.
No obstante, su madre le prohibió ir puesto que debía prepararse para sus exámenes y cuidar de su hermana. No le agraba para nada que su hija se desvelara por ir a fiestecitas. Sin embargo, la muchacha no iba a quedarse de brazos cruzados.
Esa misma noche, cuando su madre salió a trabajar, Melanie se aseguró de que su hermanita se hubiera quedado dormida, se calzó sus mejores tacones y se dirigió hacia la fiesta.
La pasó muy bien entre los universitarios con más experiencia. Bailó, bebió y hasta consiguió ligarse al tipo que le gustaba. Para cuando amaneció, ella estaba tomando un taxi para volver a casa a toda prisa, contenta por haberse salido con la suya. Pero aún faltaba lo más importante.
Por suerte consiguió llegar a su domicilio antes de que su madre lo hiciera. Ahí se dio un baño rápido para eliminar de su cuerpo el olor a alcohol y cigarrillos. Después recordó, con frustración, que su secadora de pelo estaba descompuesta. Y no podía dejar que su madre la descubriera con el cabello mojado, o sospecharía de su escapada. Así que hizo lo más estúpido y lógico al mismo tiempo que se le ocurrió en ese instante: metió la cabeza en el microondas para secarse la melena.
Lo consiguió metiendo un mondadientes en el mecanismo que abría la puerta del electrodoméstico, para que funcionara mientras estaba abierto.
Melanie por fin había logrado engañar a su madre.
Ignoró la molesta migraña que había comenzado a molestarla camino a la Universidad, y se tomó un par de aspirinas. Su rostro gritaba resaca por todas partes y sus ojos parecían los de un muerto.
En medio de la clase, sus compañeros se asustaron al ver como ella, inmóvil y con los ojos abiertos, se desplomaba en el suelo. Su cabello olía a chamuscado y por una de sus orejas, un líquido viscoso y lleno de grumos se derramaba sobre el piso.
Como revelarían los exámenes forenses horas después, aquella cosa era su cerebro, el cual se había derretido a consecuencia del microondas.
buen cuento !!!
😀
Hola