Elisa era una de las muchachas más populares de su campus. A pesar de que había hecho un esfuerzo enorme por entrar a la Facultad de Medicina, cada vez descuidaba más sus notas por pasársela en fiestas y saliendo con chicos. Su madre ya le había advertido que no toleraría más ese comportamiento.
Si Elisa no aprobaba en su siguiente examen, la obligaría a dejar la escuela para que se pusiera a trabajar, pues no toleraba que perdiera el tiempo.
Aquella noche, Elisa se despidió de su mamá que como siempre, tenía que trabajar de noche. La había dejado a cargo de su hermanita menor, Nati, quien todavía era una niña pequeña. Pero como la muchacha tenía otra fiesta dentro de unas cuantas horas, tuvo que convencerla para que no la delatara.
—Si me guardas el secreto de que voy a salir, mañana te llevo por un helado —le dijo mientras la arropaba—. Voy a volver antes de que llegue, mamá. Te dejó la luz de la lámpara encendida.
Y tras esto, Elisa se arregló y salió de casa para abordar un taxi rumbo a su fiesta. Al llegar a la celebración se divirtió mucho.
Bailó con sus amigas y con el chico que le gustaba, cantó y hasta se bebió unas cuantas cervezas. Por la madrugada volvió a abordar un taxi para volver a su hogar, pues su madre llegaría en un par de horas y no podía descubrir que la había desobedecido.
Elisa se deshizo a toda prisa de sus ropas impregnadas con olor a alcohol y tabaco, revisó a su hermanita y luego se metió a bañar con rapidez. Después de vestirse, se dio cuenta de que su pelo no se secaría a tiempo como para despistar a su madre, así que tuvo una loca idea.
Consiguió meter la cabeza en el microondas y ponerlo a funcionar que con el calor, su melena se secara más pronto.
Cuando su mamá entró en la casa era como si nada hubiera sucedido.
—Buenos días, hija. Veo que ya estás lista para irte a la universidad —le dijo.
Elisa sonrió y se dirigió triunfante a clases. Estaba cansada pero segura de que iba a pasar el examen. El sordo dolor de cabeza que comenzaba a atosigarla, debía ser a causa de la resaca y nada más. Se tomó dos aspirinas.
Entró a su aula con cara de haber pasado mala noche y nadie reparó en ella sino hasta que se desplomó contra el suelo. Asustados, sus compañeros acudieron a ayudarla y se dieron cuenta de que no reaccionaba. Intentaron tomar sus signos vitales y no los encontraron.
Elisa había muerto de repente.
Horas después una autopsia revelaría la horrible verdad tras su colapso inesperado. Su cerebro se encontraba totalmente achicharrado; el calor del microondas lo había quemado a tal extremo, que los sesos se habían transformado en una pasta pegajosa y chamuscada.
Si tan solo la joven hubiera sido honesta con su madre, o priorizado sus responsabilidades, no habría muerto de una forma tan terrible.
¡Sé el primero en comentar!