La oscuridad estaba densa, casi palpable. No se veía nada salvo la neblina que cubría cada esquina. La calla estaba solitaria, silenciosa, calmada. Casi daba miedo, pero también estaba tranquila. Quizás todo era mentira y sólo se trata de una broma ridícula. Pese a eso estaba disfrutando de la tranquilidad.
Las casas eran viejas, lucían como si se fuesen a desmoronar en cualquier momento. Los cuentos espiritistas y los mitos estaban sobrevalorados, aceptaba eso, pero esto era demente. Pese a eso, me encontraba en este lugar, un poco desorientado y algo inquieto.
-Esto tiene que ser una broma. –Mascullé por lo bajo, estando completamente solo y creyendo que me estaba volviendo loco. Apreté un poco más la mochila que llevaba encima y ajusté la cámara que sostenía con ambas manos. Necesitaba ese reportaje. Joder que sí.
-Vamos… vamos… algo bueno tiene que haber en este sitio para que todos hablen de él. –Seguí caminando un par de pasos más cuando me sobresalté al oír un chasquido agudo y punzante. Me puse alerta y me flaquearon un poco las piernas. Alcé la cámara, observando mí alrededor en todas direcciones hasta que una sombra se empezó a acercar. Retrocedí un par de pasos hasta que mi espalda quedó pegada a una pared mugrienta.
-¡Grrr! -Pegué un salto y me giré, golpeando la cámara con la pared y a su vez mi nariz con la cámara. Un gato. Un maldito gato me había asustado.
-Maldita sea. ¡Qué estupidez! –El eco no tardó en llegar y sentí un escalofrío que alteró mi arrebato y estuve tentado de girar sobre mis pies y salir de ahí, pero recordé un fragmento de mi conversación con Manuel, mi jefe.
-José, esto va a ser épico. Todos querrán leerlo y si consigues este reportaje y todo sale bien, te aumentaré el sueldo. Serás mi mano derecha, estarás presente en todas las conferencias importantes, te irás de viaje, sacarás las mejores fotos de presidentes y personajes públicos del momento. Piénsalo, es sólo jugar con el ambiente. Haz tu magia.
-Haz tu magia, Manuel, haz tu magia. –Masajee el puente de mi nariz y traté de calmar mis nervios. Era tan sólo una calle alejada, abandonada, llena de casas viejas llenas de polvo y apenas un farol de luz en alguna esquina alejada. Tenía que seguir, no me quedaba de otra.
Pasé la calle cuando giré hacia otra esquina y un frío subió por mi espina dorsal. Bien, eso no parecía bueno. Si Manuel estuviese viéndome, se estaría riendo de mí hasta el cansancio. Enfoqué la cámara y miré de forma directa una casa vieja, demasiado vieja, con media pared en el suelo y la puerta fuera de su sitio.
Me detuve. Lo pensé dos veces, tal vez tres. Y me decidí. Era esa, tenía que ser esa. Negra, llena de polvo, demasiado alejada de las demás, sin porche, sin árboles, sin luz. El frío se hizo más fuerte y era casi doloroso.
Avancé con paso vacilante hacia la puerta, tratando de no hacer ruido. Giré y no pude ver nada a mi espalda, todo estaba demasiado oscuro, demasiado calmado. Me detuve a un metro de la puerta y el olor a rancio entró por mis fosas nasales. Mi estómago dio un vuelco y tuve una arcada.
No iba a soportar entrar ahí, pero si me devolvía habría perdido el tiempo y odiaba hacer las cosas en vano. Abrí mi mochila, poniendo pausa a la cámara, y saqué una sudadera. La amarré en mi cuello a como pude y mantuve mi nariz escondida, así sentía menos el hedor.
Respiré profundo, puse play y pasé la puerta entre abierta, demasiado rota. El silencio fue cortado por mis pasos y… nada. No veía absolutamente nada. Penumbra total. No había ventanas y si las había estaban demasiado cerradas. Tanteé en mi mochila en busca de una lámpara y la encendí, sin dejar de grabar.
Quedé petrificado, como el cuerpo que estaba guindando del techo.
Ya tenía el aumento seguro, pensé.
-Eso, si sales vivo de aquí. –Respondió a mi pensamiento una voz a mis espaldas. La cámara cayó al suelo, aún grabando, aún oyendo.
Mi voz quedó suspendida en la oscuridad.
Lo único seguro que tienes en la vida, es la muerte.
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