Juana, una madre que apenas empezaba a sentir la dicha de serlo, parecía no valorar ese sentimiento. Sin embargo, su historia empieza cuando el destino la hace traer varios hijos al mundo, uno tras otro, después de tiempos cortos de espera.
Generalmente, hacía sus bebés con uno que otro borracho que sería conquistado en distintas temporadas, pues los conseguía después de salir del bar, así como también en lugares nocturnos donde los viajeros de cualquier parte del país se dirigían y eran sus preferidos, mientras los demás pequeños los dejaba solos en casa, al cuido del mayor.
El ser madre, era un aspecto que ella por sí misma, no llevaba dentro de sus pensamientos pero tampoco lo hacía por maldad, sino porque nunca se acostumbró a verse como una madre ejemplar, como las de siempre. Simplemente, le encantaban las plantas y era su único medio de amor; para ella, las plantas eran el sentido del mundo.
Un día, al salir de la muralla del reino, del otro lado del río, Juana se dirigía hacia una cueva oscura y húmeda, zona en la que solía descansar el Dios del bosque y que ella podía ver, cada vez que iba a buscar la flor más hermosa de toda la región.
Ese mismo día, el Dios del bosque se encontraba durmiendo la siesta, cuando Juana de 17 años la interrumpió. Ella, con una mirada fija, lo logró reconocer de inmediato, pues en muchos libros lo destacaban como uno de los personajes místicos de todo el reinado donde vivía como esclava.
Al verlo, la pequeña le preguntó: Disculpe la molestia mi querido Dios del bosque, pero ¿en lugar de holgazanear, no puede crear distintas flores de diversos colores? Es que ya he dado 5 vueltas por el reino y no he podido conseguir la flor más bonita de todas, solo consigo pálidas margaritas.
El Dios del Bosque respondió sorprendido: Juana, he estado ocupado creando lo que son las plantas para curar, de forma que la gente del reino pueda utilizarla, pues los pájaros todos los días me cuentan que las enfermedades se han estado multiplicando y la gente no consigue curarse.
Puede que no sean lo suficiente hermosas como tú las quieres, puede que algunas cuenten con muchas espinas pero ante todo, son útiles sin importar su escasa belleza.
Entiendo, dijo Juana, pero sigo reprochando lo que necesito, necesito los colores diferentes de todas las flores, así como las otras formas que no son como las de las margaritas, pues mi alma logra desahogarse observando la diversidad de toda la naturaleza.
El Dios volvió a afirmar: Ok Juana, ¿sabes? Estoy viejo y ya no puedo salir de este lugar, pues no cuento con la misma inspiración. Quisiera darte una infinidad de flores de colores pero si quieres que te dé mis hijos, a cambio debes darme los tuyos, pues en ellos estarán inspiradas las flores. Si entiendes lo que quiero decir y lo aceptas, vete y me encontrarás aquí cuando regresen.
Juana se fue pensativa, pero a pesar de que amaba las flores con todo su ser, en estos momentos pudo darse cuenta del amor que tenía por sus hijos y que no los cambiaría por nada, ni siquiera por sus queridas flores.
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