Esto que voy a contar ocurrió hace algunos años, durante las vacaciones de Navidad. Tenía unos 16 años en ese entonces y mis hermanas menores, 11 y 13 años. Esa noche nos encontrábamos conversando en la sala de estar con mi madre, cuando de pronto, recordé que me había dejado algo en el auto de papá. Un poco fastidiada salí al garage para tomar mis cosas.
En ese instante, al mirar hacia la calle, me di cuenta de que había un tipo extraño parado en medio, mirándome fijamente. No lo reconocí. Llevaba una sudadera con capucha que apenas y dejaba ver que estaba sonriendo. Sentí escalofríos.
Cuando el tipo comenzó a andar hacia mí, silbando, corrí hacia la puerta principal y entré aterrorizada. Le dije a mi madre lo que estaba pasando y ella llamó a papá para que fuera a vigilar. Todavía alterada, observé como mi padre salía amenazadoramente de nuestro hogar para ver lo que ocurría. Al parecer el sujeto seguía allí. Se había quedado de nuevo en medio de la calle y observaba hacia nuestra casa.
Papá le preguntó si todo estaba bien, con un tono de voz cortante y él solo respondió que sí, dándole las buenas noches.
A la mañana siguiente, por suerte, se había ido. Pasaron un par de días en el que las cosas volvieron a la normalidad, cuando recordé que mi madre me había encargado regresarle sus herramientas al vecino de la casa de enfrente. Estaba por oscurecer y tenía pereza de ir, así que convencí a mis hermanas de hacerlo por mí.
—Iremos solo si te quedas vigilándonos por la ventana —me advirtieron seriamente.
Nunca les había gustado salir de noche, en la nieve. Accedí y miré como se dirigían hacia la casa del vecino. Justo en ese instante, al final de la calle, apareció el mismo sujeto de dos noches atrás, vestido con la misma sudadera y silbando mientras sonreía. Sentí que el estómago se me encogía el pánico. Nuestro vecino acababa de abrir la puerta para recibir sus herramientas y tan pronto como mis hermanas se dispusieron a volver, el desconocido anduvo hacia ellas, riendo maniáticamente.
Las niñas echaron a correr, aterrorizadas y para ese momento yo ya había abierto la puerta, lista para dejarlas entrar. El tipo nos miró de manera penetrante y volvió a sonreír.
—Habéis tenido suerte esta vez —le escuché decir, antes de cerrar la puerta, temblando.
Esa misma noche conté todo a mi padre y él fue a poner una denuncia a la policía. Pensábamos que no podrían hacer gran cosa al respecto, hasta que poco después, justo el día de Navidad, nos enteramos de que el acosador había sido arrestado. Al parecer había tratado de atacar a la hija de una de nuestras vecinas, tras invadir su casa metiéndose por una ventana abierta. Afortunadamente lo habían detenido a tiempo, al escuchar los gritos de la niña.
Todavía hoy, cuando recuerdo sus siniestra sonrisa y lo cerca que estuvo de mí, de mis hermanas, siento un horrible escalofrío.
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