Descripción: Un sucio mendigo va por las calles pidiendo limosna. Nadie sospecha que detrás de su humilde apariencia, se esconde una figura sabia que les dará una valiosa lección.
Personajes: Viracocha, Labrador, Mujer acaudalada, Hombre arrogante, Niño insolente
ACTO ÚNICO
Se abre el telón mostrándonos en la escenografía una ciudad con las calles empedradas. Entra en escena un viejo mendigo, arrastrándose lastimeramente. Va descalzo y vestido únicamente con harapos, además de caminar encorvado y con un endeble bastón.
Viracocha: Piedad, una limosna para este pobre viejo.
Entra en escena una señora bien vestida, que camina arrugando la nariz y mirando con desdén a todas partes.
Viracocha: Señora, ¿no tendrá una monedita que le sobre para este pobre anciano?
Mujer acaudalada: ¡Quítese, viejo holgazán! ¡Qué no ando yo para andar haciendo caridades con pordioseros!
Lo empuja y sigue caminando hasta desaparecer por el lado opuesto del escenario. Desde ahí, entra en escena ahora un señor muy elegante, que camina de manera presuntuosa.
Viracocha: Señor mío, una moneda, por caridad.
Hombre arrogante (mirándolo de arriba a abajo): ¿Pero qué insolencia es esta? Oígame buen anciano, ¿por qué no se pone a trabajar?
Viracocha: Mi salud no es buena y mis huesos son muy frágiles. Si no como algo, creo que me voy a morir hoy mismo.
Hombre arrogante: Una lástima, amigo mío. Supongo que ya le ha llegado la hora. No se preocupe, al menos así dejará de sufrir, jajajaja.
El hombre se marcha riendo, mientras el mendigo niega con amargura.
Viracocha: Cuanta crueldad y miseria hay en la humanidad, no puedo creer que tengan el corazón de piedra.
Un niño entra en escena, saltando despreocupadamente. Al ver al mendigo, sonríe de manera maliciosa y se acerca a él.
Niño insolente: ¡Buenas tardes, anciano! Oiga, no se ve muy bien.
Viracocha: No hijito, estoy muy cansado y tengo mucha hambre. Hoy nadie me ha querido ayudar.
Niño insolente: ¡Pues claro! ¡A nadie le gusta estar cerca de un anciano inútil y apestoso!
El niño lo empuja y se marcha riendo.
Viracocha: ¡Ni siquiera los niños conservan su inocencia! La maldad ha corrompido demasiado a estas personas, cuanta vergüenza sentirían los dioses. ¡Esto se termina aquí mismo!
Intenta ponerse de pie con su bastón, cuando un labrador entra en escena y se apresura a ayudarlo.
Labrador: ¿Está bien, abuelito? Déjeme ayudarlo.
Viracocha lo mira con desconfianza, pero termina aceptando su ayuda.
Labrador: Pobre hombre, parece que no ha comido en días.
Viracocha: Pues no, la verdad es que nadie ha tenido ni un gesto amable conmigo. ¡Ya no digamos caridad!
El labrador busca en su morral y le entrega algo de comida.
Labrador: Tenga, era mi almuerzo pero usted lo necesita más que yo.
Viracocha: ¿Vas a darme tu único alimento a mí? ¿Un desconocido?
Labrador: Claro, en esta vida hay que ayudar a quien lo necesite.
El mendigo se desprende de la cama y el bastón, parándose derecho y revelándose como un hombre imponente y vestido de blanco.
Viracocha: Pues no lo necesito, soy el dios Viracocha y tú, con tu nobleza, acabas de mostrarme que aun puedo tener fe en los humanos. De hoy en adelante, tus tierras serán las más prósperas de la región y vivirás lleno de riquezas.
FIN
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