Había una vez una familia que se había mudado a un pueblo, llamado Vegelandia. Tenía dos niños llamados Antonio y María, Antonio contaba con doce años y María con diez años. Al pasar por la calle del pueblo notaron cinco tiendas, una era de ropa, una de zapatos y el resto de frutas y verduras.
Al llegar a su casa, Antonio y María subieron corriendo a su habitación y en el escritorio notaron una carta inusual, el sobre era rojo y el material del papel, desconocido para ellos. La carta decía:
¡Estimado caballero, me complace decirle que si usted está leyendo esta carta debe salir de inmediato de esta propiedad, por desgracia esta maldita y si decide quedarse sufrirá las consecuencias!
Los niños no reaccionaron con temor, creyeron que era una broma y decidieron salir a explorar, porque detrás de la casa había un bosquecillo, y a lo lejos vieron un arroyo. Decidieron ir a echar un vistazo. Cuando llegaron vieron un huerto de sandias y zanahorias, y un letrero que decía:
“El que entre aquí, será maldito por siempre”.
Los niños creyeron que se trataba de una broma pesada y entraron. Al poner un pie sobre el huerto se desató una tormenta, y los niños decidieron refugiarse en un granero al otro lado. Cuando la lluvia terminó, los niños vieron que una simple zanahoria se movió lentamente, aterrados corrieron donde sus padres pero cuando les contaron lo sucedido y les leyeron la carta, dijeron que todo era una absurda broma de otro niño, que no tuvieran miedo.
Al día siguiente tocaron la puerta: tac tac tac. Antonio fue corriendo a abrir, no había nadie, solo una cesta con una carta, una zanahoria y una sandía. La carta decía:
¡Intrusos no debieron entrar a mi huerto, ahora una maldición caerá hacia ustedes!
Entonces los padres pidieron a sus hijos que los llevaran al lugar donde habían visto la zanahoria moverse. Dejaron la zanahoria y la sandía en su lugar junto con una nota, en la que se disculpaban por lo sucedido y prometían que nunca regresarían al huerto.
A la noche tocaron la puerta de nuevo: tac, tac, tac. Y de nuevo no había nadie, solo una sandía, una zanahoria y otra carta que decía:
¡Despreciaron mi obsequio y creen que se libraran tan fácil de estar malditos!
Tomaron la cesta y cerraron con llave puertas y ventanas. Pusieron fuego en la chimenea; los padres y los niños se fueron a la cama. A media noche, Antonio no podía dormir de lo aterrado que estaba. Escuchó pasos en las escaleras, se asomó por la puerta y vio la silueta de una zanahoria, con los ojos rojos y un cuchillo en las manos.
Entonces Antonio froto sus ojos y cuando los volvió a abrir no había nada. Despertó a María y fueron donde sus padres a contarles lo que había visto.
Al día siguiente, a media noche los vecinos solo escucharon gritos provenientes de esa casa.
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