La noche en el océano era tranquila, los vientos eran amables con las olas, y la luna iluminaba con gran furor. La tripulación de un barco se encontraba afuera del cuarto del capitán, en la cubierta todos estaban nerviosos y atentos a la noticia, pues la amada de su capitán estaba a punto de dar a luz, la cual toda la tripulación la quería con todo el corazón, era como una hermana, una amiga y una madre para cada miembro del barco llegándola a estimar bastante y cuando se enteraron del embarazo todos brincaron de felicidad, algunos apostaban por si sería niño o niña, sobre cómo le llamarían e incluso ya se habían decidido sobre quien le cuidaría determinado día de la semana, sin lugar a dudas todos esperaban el nacimiento. Pero no todo fue alegría y felicidad, unas horas antes la prometida del capitán cayó de rodillas y debajo del vestido que portaba comenzó a brotar sangre igual que una fuente. Las enfermeras salían con trapos envueltos en sangre y volvían a entrar con unos nuevos, la preocupación aumento cuando vieron que las mujeres sacaron al capitán de su propio cuarto, sin nada más que poder hacer estuvo esperando afuera igual que un perro, sus hombres le mostraban todo su apoyo porque todo saliera bien.
Los llantos se escucharon en todo el barco, los hombres que estaban sentados se pusieron de pie como si les hubieran picado un alfiler en el trasero. Una enfermera manchada de sangre salió con una sonrisa dolorosa en su rostro, indicándole al capitán que ya podía entrar. La cama sobre la que se encontraba su prometida estaba pintada de color rojo, con los brazos extendidos y una expresión de cansancio en el rostro de la mujer el capitán se acercó a la mujer que amaba.
—Luna—murmuraba entre llantos—Luna…
No hubo respuesta de ella. De rodillas a lado de la difunta madre, tomó su mano y beso la frente de su amada, ¿Quién diría que lo que más amaba le fue arrebatado en un hermoso acto de la vida? Una enfermera se acercó al capitán con el recién nacido entre brazos.
—En un varón—dijo la enfermera.
El calor del recién nacido entre sus fuertes brazos le conmovió el alma y una vez más rompió en llanto mientras miraba como su pequeño hijo dormía tan tranquilo. Aquel niño que nació en un barco, durante la bella noche en el mar, la luna se reflejada en el agua junto las estrellas. La tripulación empujó la puerta con curiosidad, asomando la cara para ver que ocurría, se estremecieron al ver a su capitán a su recién nacido y al mismo tiempo se les rompió el corazón al ver el cuerpo de la madre, rompiendo en llanto todos sin temor a ser juzgados.
Luego de poner al bebé en una cama bajo el resguardo de las enfermeras, cargaron y sacaron el cuerpo de Luna a la cubierta, preparando un funeral para una última despedida. Con rocas formaron la figura de su cuerpo, en el suelo colocaron una tabla de metal y alrededor de ella colocaron todas y cada una de las flores que ella tanto quería y en señal de respeto colocaron cada objeto que ella les regaló a cada uno. En círculo alrededor de ella, la vistieron con un vestido color amarillo el cual era su favorito.
—Dios del mar, tú que nos cuidas y proteges cuando surcamos en tus tierras, te pedimos que cuides y guíes a tu reino a esta mujer que perdió la vida en tus dominios, así como nosotros respetamos tus reglas con toda nuestra sinceridad y con todo el corazón nos inclinamos ante tu presencia y dejamos de lado el orgullo, pues nuestra única petición es que cuides a esta mujer—recitaron todos al unísono.
Esperando una respuesta, cada tripulante encendió una vela, esperando pacientemente, la pequeña flama de la vela se volvió azul, el dios del océano aceptó la petición. Dejaron las velas a un lado, y volvieron arrodillarse, el ritual era sencillo, si el dios del océano aceptaba el tributo el mismo bajaría y cargaría a la persona y la llevaría a su reino, la única condición que para los presentes era no alzar la mirada durante el ritual de lo contrario el dios hundiría el barco. Una vez arrodillados y con la mirada agachada se escuchó como si alguien saliera del agua y saltará directo a la cubierta, caminando entre los mortales se dirigió al cuerpo de la fallecida, algunos tripulantes lograron ver los pies del dios lleno de tatuajes con escrituras y símbolos que jamás habían visto. Queriendo ver al dios que tanto admiraban y le rezaban escucharon de él un tarareo de una vieja canción de mar que antes le cantaban. Tomó entre brazos el cuerpo de la mujer y regresó al océano, los tripulantes estuvieron agradecidos con el dios y una vez más le rezaron.
El tiempo pasó, el bebé se convirtió en un niño de nombre Jack, los tripulantes le tenían afecto, le enseñaban a navegar, a pescar, usar la espada y le contaban cada historia del océano; su padre por otro lado no le tenía mucho cariño, aún sentía cierto dolor por la muerte de su prometida pues culpaba al niño de su muerte y sólo su propio padre también la mitad de la tripulación odiaba al niño por la misma razón. La tripulación fue la que nombró al niño, Jack apenas y conversaba con su padre, a decir verdad, desde la muerte de Luna él ya no volvió a ser el mismo, siempre encerrado en su cabina, no salía más que para dar las órdenes y nuevamente se encerraba para no ser visto. Una vez el pequeño Jack mientras caminaba por el mástil durante la noche escuchó el abrir de una puerta, al asomarse vio a su padre caminar con un quinqué por la cubierta hasta el costado estribor del barco, lo colocó en suelo y saco una guitarra española, tocó las cuerdas con delicadeza como si acariciara el cuerpo de su amada, sin cantar una sola palabra sólo se dedicó a tocar una hermosa melodía. Luego de terminar regresó a su cuarto, cada noche hacia lo mismo, la misma melodía, la misma hora y las mismas lágrimas.
Pasaron los meses, meses donde el niño creció en el océano, repleto del agua en un barco, explorando isla tras isla e incluido hubo enfrentamientos contra otros piratas, el niño era diestro al momento de saquear y pelear con la espada, había algunos que decían que tal vez no tenía el parecido con su padre, pero si tenía su espíritu de la aventura y tenía la bondad de su madre. Siempre antes de iniciar un banquete lo hacían en honor a, el encargado de decir las palabras era Jack, su padre solamente lo escuchaba desde su habitación mientras miraba a través de la ventana con vista hacia el mar.
Un día durante una borrachera que terminó en una pelea entre numerosos piratas el padre de Jack encontró un mapa hacia una isla muy peculiar, una isla donde habitaban criaturas mágicas, tesoros y maravillas que ningún otro hombre había visto pero lo que más llamó la atención del capitán era que en esa isla se encontraba la dichosa fuente de los deseos, un objeto de tal magia que incluso podría traer a nuestros seres queridos de la muerte. Sin dudarlo al día siguiente llamo a toda la tripulación.
—Mis queridos amigos—exclamaba con el mapa en mano—, he encontrado este mapa que nos llevará a una isla y se preguntarán ¿Qué isla es tan especial que el mismo capitán sale para hablar de ella? Mis tripulantes, esta isla no es una cualquiera, ahí encontrarán todo lo que alguna vez soñaron como piratas, oro, mujeres, joyas e incluso dicen que ahí se encuentra la famosa fuente de los deseos.
Todos murmuraban entre ellos, algunos acentuaban con la mirada y algunos otros aún se mostraban dudosos sobre lo que decía el capitán. Jack escuchaba desde el mástil lo que su padre decía, tan atento de cada palabra y expresión que hacía y decía ya que nunca había visto a su padre así. El viento sopló con furor, sacudiendo las velas del barco y la ropa de los tripulantes, apunto de jalar el mapa de las manos del padre de Jack detrás de la hoja encontró que estaba dibujado un símbolo, la aleta de una sirena estaba dibujada en el mapa. La curiosidad lo invadió cuando notó que su padre ocultó el mapa para evitar que los demás lo vieran. Al final logró convencer a la tripulación de poder ir a tan deseada isla, todo para poder ver una vez más a su amada.
Durante la noche el pequeño Jack esperó a que todos durmieran, al ver que su padre no salió esa noche a tocar la melodía de su madre decidió esperar un poco más con tal de confirmar que se encontrara dormido. Esperó lo suficiente y fue a los aposentos de su padre, buscando entre sus libros la luz de un quinqué se encendió.
— ¿Qué haces aquí niño? —preguntó su padre.
Jack se tomó su tiempo para contestar, al ser intimidado por su padre no dejaba de ver el suelo.
—Busco un libro.
— ¿Alguno en específico?
Algo le advertía que si decía algo relacionado con la isla o el dios del mar lo haría sospechar, pues su padre se veía decidido a ir sin que nada o nadie lo detuviera.
—La enfermera Nana me decía madre solía escribir cuentos y dibujar lo que veía en sus viajes.
Tan cansado como si estuviera viejo a pesar de ser un hombre joven le costó trabajo levantarse de su silla. Entre el librero que iluminaba con el quinqué buscaba lo pedido por su hijo, pasando los dedos entre el lomo de los libros, leyendo título en título hasta encontrarlo “Historias de Mar” sacó el libro del librero y se lo entregó a su hijo sin decirle nada, Jack agradeció acentuando la cabeza y salió sin despedirse. Su padre que lo observó alejarse entre la noche pensaba en lo que pasaría hasta llegar a la isla. Sobre una hamaca el chico acercó una vela para iluminar el libro sin tratar de quemarlo, pasando página en página leía los escritos que alguna vez hizo su madre, buscando el símbolo que vio en el mapa. No encontró nada referente que lo ayudara, pero si leyó varias historias de sirenas viviendo en islas que nadie se atrevía a conquistar, saquear o invadir. Un cuento llamó su atención, se trataba de la fuente de los deseos, una fuente capaz de hacer realidad cualquier deseo, desde el dominio del mundo hasta traer de vuelta a los seres queridos que han cruzado al otro mundo, al leer la descripción del cuento se dio cuenta del porqué su padre buscaba ir a este lugar y era más que obvio, sin embargo en el dibujo de la fuente estaba escrito algo por su madre “Una petición de los mortales, una deuda que jamás será pagada”. Preguntándose a que se refería siguió buscando sin encontrar nada.
A la mañana siguiente el capitán se encontraba de buen humor, hacía tiempo que la tripulación no lo veía de tan buen humor de un lado a otro, dejando que el viento salado del mar acaricie su rostro. Jack seguía sospechando el viaje de su padre a esa isla, algo le decía que el peligro se acercaba y todos lo ignoraban. Días yendo de puerto en puerto, navegando entre corrientes y tormentas incluso había ocasiones en los que quedaron varados en el océano debido al poco viento.
Tardaron cerca de dos semanas en encontrar un rumbo fijo, esto lo notaron cuando en el cielo se marcaba un camino de estrellas durante la noche, al igual que un rio que serpenteaba en un valle, las estrellas remarcaban un camino de verde fosforescente y en el agua parecía que se reflejaba un reino acuático, al principio creían que no era más que una extraña coincidencia la aparición de este camino hasta que el capitán se convenció que alguien los estaba guiando, le gustaba creer que era su amada. Durante el trayecto que sólo aparecía de noche veían increíbles escenarios que ningún marinero habría visto en tantos viajes, ballenas que cuando saltaban fuera del agua se iluminaban de colores resplandecientes, bancos de peces alados que saltaban y se mantenían en vuelo durante unos segundos y regresaban al agua para volver a saltar, cuando se asomaban por los costados del barco veían calamares de un tamaño tan colosal que con sólo mover un tentáculo provocarían tsunamis de gran magnitud, pues el barco apenas era del tamaño del ojo. No todas las noches veían increíbles cosas que sólo podrías leer en libros de fantasía, pues en el día no era más que un desierto azul y sin vientos, era en la noche donde aprovechaban para seguir su rumbo, era difícil hacerlo sin poder distraerse de lo que veían. El destino estaba cada vez más cerca cuando vieron sirenas que nadaban debajo del barco, iguales a los peces, pero estás eran muchas más, era más sencillo de ver todo lo sucedido en noches pasadas al haber una especie de luz azul que iluminaba debajo de la enorme capa azul y gracias a ella era sencillo distinguir lo que veían en las noches.
Las cosas se tornaban cada vez más misteriosas cuando la luna pasó de ser blanca a un color morado, la fría noche se volvía calurosa y entre los soplidos del viento se escuchaban aullidos de criaturas nunca antes escuchados se perdían en una densa neblina justo enfrente del barco; aves de cuatro alas cubrían el cielo durante su vuelo, algunas bajaban a la cubierta de barco, en dos patas eran del tamaño de un hombre, grandes ojos naranjas y plumas rojas con franjas verdes les cubrían todo el cuerpo, y un pico que podría desgarrar con facilidad la carne de una persona. Aparentemente eran tranquilos a menos que se les provocara, pero quien provocaría un animal que de un ataque podría arrancar un pedazo de carne, y no sólo eso, estás aves cuando peleaban entre si se volvían más grandes tal vez por su plumaje que se esponjaba, cuando mataban a su rival rápidamente lo rodeaban y lo devoraban. El barco fue invadido por estas aves, toda la tripulación se escondía de ellos ya que habían atacado algunos tripulantes, nada grave sólo heridas hechas cuando intentaban llevárselos.
El amanecer se acercaba y la niebla se iba disipando, las aves salieron volando al norte justo en la misma dirección del barco, su sorpresa fue algo que los dejó sin habla. Al disiparse la niebla notaron que estaban entrando a un río, pero no era cualquier río, este era increíblemente enorme y rodeado de los inmensos árboles que tocaban las nubes y de troncos tan gruesos como un edificio, daba la impresión de entrar a una jungla, parecían un pequeño barco de papel navegando en una pequeña corriente de agua que se forma con las lluvias. La curiosidad invadía a los hombres que parecían más como hormigas ¿Qué habrá dentro de tan inmensa jungla? ¿Qué criaturas habrá? ¿Quiénes vivirán aquí? ¿Gigantes? ¿Dinosaurios? El mundo es muy inmenso para descubrir y nosotros somos tan pequeños.
Criaturas tan extrañas como sorprendentes, perros sin pelo y alados, peces cuadrúpedos del tamaño de vacas intentaban trepar el barco, lo perturbador era que dichos peces tenían rostros humanos en ellos y que emitían un aullido bastante aterrador; serpientes que podrían enrollar el barco, cocodrilos que con un mordisco podrían destruir el barco.
—Debemos estar en el fin del mundo—dijo un tripulante.
Sobre los cielos surcó una enorme figura alada, con plumas carmesí que cubrían su emplumado cuerpo, y su cola que se extendía a lo largo, los rayos del sol no dejaban distinguir la figura hasta que pasó por una sombra, la tripulación no sabrían decir que fue lo que vieron, pues a pesar de sus enormes alas y garras que poseía, en lugar de tener una cabeza de alguna especie de ave vieron el rostro de una mujer rodeado de plumas moradas y ojos sombreados de color negro, al ver el tan pequeño barco les sonrió.
—No, no el fin del mundo—respondió tarde el capitán—sino en el principio.
El capitán sacó el mapa y al verlo éste ya no era el mismo, todo el dibujo trazado había cambiado, mostrando un río conectado con el mar que llevaba hasta un enorme lago en medio de la inmensa jungla. La humedad de la tundra y los aullidos de criaturas advertían del peligro que había entre los árboles. Entre las ramas de los inmensos árboles veían hombres peludos que observaban el barco fluir en el agua, aullando como los monos mostrando sus lanzas y arcos improvisados intentando intimidarlos. Algunos tripulantes apuntaban con sus armas, hasta que el capitán les dijo que no atacaran a menos que sea necesario.
Dibujando lo que veían igual que artistas, los días parecían durar más de lo normal, llevaban horas navegando el río y el sol apenas estaba en su punto fuerte, cabe mencionar que el calor era abrumador incluso juraban que comenzaba oler a madera quemada. Escondidos en las bodegas del barco, tomando cada gota de ron, cerveza y agua, rápidamente agotaron todo líquido que pudieron beber, la desesperación era tal que comenzaban a beber su orina y sudor; Jack tenía suerte de que su padre tenía una reserva privada donde sólo él y su padre podrían beber. En la cubierta del barco dominaban los rayos del sol, las aves volaban como si ese calor fuera lo más normal.
Intentando dormir para calmar el calor lo cuál era imposible escucharon pisadas en la cubierta, cuando todos se asomaron para comprobar quien estaba ahí vieron al maestre dar vueltas sobre sí mismo y riendo como si hubiera perdido la razón, estirando los brazos como si fuera a recibir alguien, al parecer estaba sufriendo un golpe de calor.
— ¡Maestre! —Gritó el capitán que escuchó desde su cabina— Regrese adentro, es una orden.
— ¡No lo soporto más! ¡Alguien máteme!
El maestre gritaba de desesperación, se azotaba contra el mástil, contra el suelo y contra la puerta de la cabina del capitán, golpeándose así mismo hasta hacerse sangrar igual que un animal golpeado. De repente dejó de herirse, dio media vuelta hacía su capitán mostrándose llenó de cortadas y empapado en su propia sangre, sus ojos estaban de color amarillo y su piel que se volvía morada se mezclaba con la sangre; sonrió a su capitán que lo miraba con cierto miedo, volvió a dar media vuelta, tomó velocidad y se lanzó por la borda del barco. El chapuzón de agua lo escucharon todos, junto la risa del maestre.
— ¡El agua está refrescante! —Gritó el maestre entre risas— Jack, deberías venir, todos deberían venir.
Gracias al viento que comenzó a soplar con gran furor, algunas nubes ocultaron el despiadado sol. La tripulación salió de sus escondites iguales a ratas incluyendo el capitán y Jack, se asomaron rápidamente por la borda buscando al maestre entre el agua. Algunos se veían tentados a zambullirse al ver al maestre que sólo buscaba refrescarse. Jack lanzó una soga para que volviera.
— ¡Maestre, vuelva!
—En un momento chico.
El maestre no volvería, rodeado de su propia sangre en el agua, atrajo a un depredador sin darse cuenta. A pesar de estar sometidos a un calor indescriptible sintieron como la sangre se helaba. Cuatro enormes ojos verdes y similares a los de un cocodrilo observaban al maestre que flotaba con tranquilidad, sin percatarse de lo que estaba a punto de ocurrir si notó la palidez de sus compañeros. Intentó mirar que había debajo de sus pies, ni siquiera le dio tiempo de gritar o pedir ayuda hasta que la criatura salió disparada dispuesto a devorarlo. Un hocico alargado sobresalió del agua, elevándose hasta la altura del mástil para volver a ocultarse en las profundidades del río, nadie sabía que decir o que poder hacer, ya habían visto los peligros del río, las criaturas del cielo, ahora sólo faltaba enfrentarse a la nefasta jungla. El río se rodeaba poco a poco de más árboles y hojas, para su suerte dichas hojas eran tan gruesas que cubrían el sol.
—No sabemos cuánto falta—habló por fin el capitán — tomen las cubetas que puedan y barriles y rellénenlos del agua que puedan.
Los barriles y cubetas estaban siendo rellenados del agua del río, los amarraban a una soga y los bajaban para tomar toda el agua posible. Por fin se adentraron a la jungla, gracias a los enormes árboles que hacían sombra podían caminar por la cubierta y contemplar el alrededor sin embargo esta vez no era el calor el problema sino la intensa humedad que salía de la tierra, pero a diferencia del calor la humedad era tolerable. Aburridos como nunca en sus vidas algunos practicaban con la espada, otros jugaban cartas y otros observaban la jungla, entre ellos el capitán desde el timón se mantenía alerta y Jack vigilaba desde el mástil. Entre el choque de las espadas y las risas de los tripulantes se escuchaba el crujir de las ramas y un rechinar de dientes.
—Guarden silencio—murmuró el capitán.
Todos se callaron, con cautela observaban a su alrededor, el crujir de las ramas se volvía más fuerte esta vez también se escuchaban pisadas escamosas. Jack, que se encontraba en el punto más alto buscaba el origen del sonido mirando de izquierda a derecha, atrás y adelante, pero el sonido en realidad provenía desde arriba. Al alzar la mirada se encontró con una figura negra, de enormes patas escamosas rojas de un insecto, se encontraban debajo de un ciempiés gigante que paseaba entre las enormes hojas. Jack que apenas era un niño sintió un enorme miedo al ver aquel monstruoso insecto, el sonido de sus escamosas patas moverse lentamente acompañado de sus antenas que giraban de un lado a otro puso pálido al chico.
—Padre…—dijo Jack asustado.
A penas logró escucharlo cuando volteo, si gritaban alterarían a la criatura, si hacían el más mínimo ruido llamarían su atención. Jack y su padre eran los únicos que sabían del insecto. El plan que ideó el capitán sería simplemente esperar a que la criatura pase por encima de ellos siempre y cuando la tripulación no se altere y causen la hostilidad de la criatura. La tripulación notó como una sombra se movía con lentitud, uno a uno presenció aquel insecto gigante. Sin embargo, la criatura se percató del barco y la tripulación, de entre las patas salieron tentáculos que emitían un olor desagradable, pudiendo estirarse hasta la cubierta del barco, los tentáculos pasaban entre piernas y brazos de cada hombre. El capitán les indicó no atacar cuando vio múltiples tentáculos rodeando a Jack, frotándose contra su rostro, un sentimiento de preocupación invadió a su padre, deseando que nada le ocurriese.
Los tentáculos del ciempiés regresaron a su lugar cuando escucharon un zumbido acercarse. El insecto intento escapar, pero se vio rodeado. Igual que una tormenta que cubría todo, insectos similares a las abejas sólo que de color verde y del tamaño de un perro rodearon al ciempiés. El sonido del mascar de los insectos era abrumador, rodeando al miriápodo, lo devoraban a una increíble velocidad, si hubiera podido defenderse no tuvo oportunidad alguna, a pesar de ser de un tamaño inmenso fue superado por el trabajo en equipo y en cuestión de segundos no quedó más que el cascarón. El peligro aún no había terminado, aquellas abejas gigantes ahora se dirigieron al barco, el capitán juzgó por el zumbido tan violento que se escuchaba que ahora ellos serían los siguientes en ser devorados.
— ¡Todos enciendan fuego ahora! ¡Hagan todo el humo que puedan, serán grandes, pero siguen siendo insectos! —Ordenó alterado— ¡Jack! ¡Baja de inmediato!
Jack bajó lo más rápido que pudo, se unió a la acción para ahuyentar el enjambre, comenzaron a juntar madera y barriles, pero el enjambre ya estaba entre ellos. Corriendo de un lado a otro, algunos fueron cargados por las abejas mientras eran devorados en el aire. El humo no era suficiente, de algún modo tenían que ahuyentarlas, matando a un hombre tras otro, algunos se lanzaban al agua olvidando que también había amenazas, los gritos se escuchaban de todas direcciones, los que podían regresaron a las bodegas bloqueando la entrada mientras que Jack y su padre se escondieron en su cabina. Las abejas se quedaron posando sobre el barco, esperando pacientemente a que sus víctimas salieran, estuvieron así un largo rato hasta que finalmente se fueron; la cubierta estaba manchada con sangre seca, huesos y cráneos de sus antiguos compañeros estaban tirados. El río se volvía más angosto, lejos de los bordes de la peligrosa jungla, pasaba de medio día, todos estos eventos ocurrieron en un solo día en el cual perdieron a la mitad de la tripulación, el calor ya no era tal fuerte, era más tolerable y gracias al viento se mantenían frescos y navegaban más rápido.
— ¡Capitán! —gritó el vigía mientras señalaba el frente del río.
Todos se asomaron por la borda, avistando un enorme puente de piedra tallada, formado con dos enormes torres que conectaban de extremo a extremo, era obvio que comenzaban aparecer rastros de civilización.
— ¡Miren! ¡En el agua! —dijo un tripulante.
Con miedo de bajar la mirada todos creían que se trataba de algún monstruo. No fue así, gracias a los rayos del sol y lo cristalina que era el agua vieron oro brillar en las profundidades del río, y no sólo oro, también rastros de construcciones, cabezas humanoides, de criaturas y de hombres talladas en enormes piedras yacían hundida. El puente se veía bastante viejo, repleto de musgo, el barco pasó por debajo de la construcción, la tripulación tuvo una extraña sensación, sentían algo en el ambiente que les advertía.
El ocaso se acercaba, el horizonte se pintó de color naranja, las enormes aves volaban por encima de ellos, los peces saltaban fuera del agua y los animales aullaban al atardecer. Jack que estaba sediento se acercó a un barril para tomar agua, con la mano sumergida en el agua del río, se percató de pequeñas partículas que flotaban en la superficie del agua, levantó el brazo para poderse iluminar mejor con los pocos rayos del sol que iluminaban, acercó la mirada para ver mejor, no eran partículas eran gusanos tan pequeños que apenas eran visibles para el ojo humano; Jack gritó y sacudió la mano llamando así la atención de la tripulación.
— ¿Qué ocurre? —preguntó su padre.
—En el agua…hay gusanos.
Acercándose al barril, con su mano tomó un puño de agua y lo levantó al aire, logró ver pequeños gusanos retorciéndose en la palma de su mano y al igual que su hijo sacudió su mano tirando así el agua.
—Tiren el agua, que nadie la beba—ordenó mientras tiró un barril sobre la cubierta.
Pero no todos eran fuertes ante la sed, algunos pocos si llegaron a beber del agua, y preocupados esperaban que nada malo les ocurriera. Durante la noche la luna era más grande de lo usual, tan blanca y reluciente, pareciera que a cada hora que pasara se hacía más grande. Jack estaba recostado sobre la cubierta, observando la luna rodeada de un cinturón de estrellas, le hacía parecer como si tuviera anillos y no sólo eso, también se podía observar la vía láctea como de ninguna otra manera. Pasos en la cubierta se escucharon, era su padre que se acercó para hacerle compañía a su hijo.
—Linda noche, ¿no? —insinuó su padre.
—Sí, nunca había visto la luna tan grande, ni tantas estrellas juntas.
—Yo creo que somos los primeros hombres en llegar a este lugar.
—Bueno, yo soy un niño.
Su padre soltó una risa.
—Sí, aún eres un niño—guardó silencio un momento, y se preparó para hablar de la madre de su hijo— ¿Alguna vez te contaron como era ella? Hablo de tu madre.
—Sí, todos me hablan de ella desde que lo recuerdo—afirmó Jack—. Se llamaba Luna, ella decía que sus padres escogieron ese nombre por su cabello blanco, sus ojos y su piel, al igual que la luna eran del mismo color. El maestre Edd me dijo que todos la amaban, era amable con todos y siempre estaba ahí para los que se sentían solos, y cuando murió le hicieron un funeral digno de un marinero.
—Veo que te contaron casi todo—respondió su padre nervioso— ¿Y sabes cómo nos conocimos?
La pregunta llamó la atención del chico, por primera vez en años su padre conversaba con él, igual que padre a hijo.
—No ¿Cómo se conocieron?
—Cuando tu madre era joven estaba comprometida con un hombre de la realeza, ella no quería casarse con ese sujeto y entonces decidió escaparse de su casa e ir a cualquier otro lugar, y ese lugar terminó siendo este barco que en aquella época de mi padre. La encontré en las bodegas escondida entre los barriles llorando, tenía un vestido azul y portaba una espada que no sabía utilizar, cuando me vio intentó desenfundarla, pero no pudo, entonces intenté dialogar con ella, le dije que lo qué estaba haciendo estaba mal y que tenía que volver porqué así funcionaban las cosas. Ahí fue donde me insistía en quedarse y convenció a mi padre, luego de tanto insistir logró quedarse a bordo. Pasamos por muchas cosas, viajando, descubriendo, peleando hasta que me enamoré de ella.
Jack escuchó en su padre un nudo en su garganta, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, los sentimientos que creían muertos volvieron a calentar su frío corazón. En sus ojos veía a Luna bailando sobre el océano con un hermoso vestido blanco; en el fondo a pesar de no tener los mismos ojos o la misma mirada sí tenía la bondad de su madre, pues cuando se acercó a su hijo sintió la presencia de Luna en su hijo.
—Volveré adentro—dio media vuelta tratando de ocultar sus ojos llorosos— Jack…no duermas tarde…
Regresó a su alcoba, intentó decirle a su hijo que lo quería, pero las palabras no salieron de su boca, por alguna razón creía que si le decía lo mucho que en verdad lo quería algo malo le ocurriría y así fue siempre, se mantenía distanciado de su hijo por temor del peligro. Este viaje por una causa perdida le recordó que la muerte está en cualquier lado, que el peligro y la injusticia podrían ocurrirle hasta a la persona más inocente. Era curioso, Jack, no sabía el nombre de su padre y toda la tripulación se refería a él como “capitán” mientras que el chico solamente le decía “padre”, ni siquiera en los diarios de su madre estaba escrito su nombre, cada vez que se le mencionaba se le refería como “prometido” o “amado”. Aun cuando llevaban conviviendo en el mismo barco por once años no sabía su nombre, la muerte de Luna fue igual a una estocada al corazón, desde la muerte de ella por lo general la tripulación se hacía cargo del barco.
Solo en la cubierta, Jack intentó imaginar como era su madre físicamente mientras observaba la luna. Con los pies colgados por la borda, la noche era tranquila, tan pacífica, pareciera que detrás de la jungla, debajo del agua y por los aires no hubiera ningún peligro. A pesar de no haber nubes en el cielo nocturno comenzó a nevar, cubriéndolo todo de una muy ligera capa blanca, los copos de nieve transmitían un ambiente lleno de paz. Un chapuzón de agua lo distrajo de todos sus pensamientos, al bajar la vista vio una niña pelirroja que lo observaba desde el agua, Jack le sonrió como saludo y la niña le correspondió, lleno de curiosidad bajó por las escaleras del barco para ver más de cerca, la chiquilla al ver esto se asustó, alejándose del barco.
—Espera, espera— exclamaba Jack colgado de las escaleras— no te haré daño, eres una sirena ¿verdad?
La pequeña sirena pelirroja acentuó con la cabeza y nuevamente se acercó al barco, sacó su pequeña mano del agua, extendiéndola para poder tocarlo, Jack hizo lo mismo, ambos se tomaron de las manos mientras se observaban.
—Hu…hu…hu… ¿humano? —la niña apenas podía hablar, pero sabía que Jack se refería a su especie.
—Yo humano— se señaló a sí mismo y después a la niña—, tú sirena.
—Si…si…sirena.
—No, si-re-na—la corrigió Jack entre risas.
Ambos se miraban fijamente, hasta que más sirenas salieron del agua, alrededor de la niña también miraban a Jack y el a su vez estaba fascinado con lo que veía, lo normal en un hombre sería que la lujuria les invadiera, pero a Jack le fascinaba lo que estaba viendo.
—Un humano—decían algunas—, es un humano…—decían otras— pero es muy pequeño.
Mientras se acercaban al niño, él las veía una por una con un rostro de asombro, las sirenas adultas se acercaron un poco más y tocaron el rostro del chico como si nunca antes hubiesen visto a otro humano. Una sirena de cabello rojo que parecía ser la madre de la niña lo tomó por los brazos, lo cargó para mirarle los ojos más de cerca y lentamente lo sumergió por encima de la cintura.
— ¿Vienes solo?
—No, vine con mi padre, es el capitán.
La niña sonrió de oreja a oreja y lo tomó de la mano, las demás sirenas les sonreían, pareciera que los estaban comprometiendo. Entre un buen momento, Jack aprovechó y preguntó:
— ¿Saben dónde ésta la fuente de los deseos?
Las sirenas sacaron su brazo del agua y señalaron el frente del río, indicándole que al final del recorrido lo encontrarían.
—Aún les falta mucho recorrido por hacer—dijo la sirena—y los peligros no faltarán en su viaje, le recomiendo a ti y a tu gente que regresen por dónde vinieron.
— ¿Qué hay allá? —preguntó curioso sin dejar de ver el largo río.
—Lo único que encontrarán en ese lugar será desilusión, desesperación y sentimientos oscuros, tal como ocurrió con esta gente—sumergió su brazo en el agua y de la palma de su mano salió una esfera de luz que bajó a lo más profundo del río, iluminando escombros de una civilización ya desaparecida—. Pero es decisión de ustedes si quieren continuar o no.
La verdad era que las sirenas fueron testigos de todo lo ocurrido hace años, sin embargo, Jack era apenas un niño para procesar las palabras de la hermosa criatura. Subiendo a Jack a las escaleras de nuevo y como si fuera su hijo le sonrió, se despidió del chico, tomó la mano de quién era su hija y regresaron a las profundidades. Con la advertencia de la sirena en mente, durmió pensando en lo que le esperaba a él, su padre y la tripulación.
Había llegado el alba, Jack se asomó por los bordes del barco buscando las sirenas, sin encontrarlas, los gemidos de dolor de algunos hombres le parecieron algo extraños. Algunos salieron de la bodega a rastras, su piel se volvía negra, cómo si algo dentro de ellos muriera, gritaban que alguien los matara, al menos un cuarto de la tripulación restante padecía estos malestares. El capitán inspeccionó al que salió de la bodega, el resto no tenía ni siquiera fuerzas para caminar, la fuerza que conservaban la utilizaban para gritar; los ojos estaban ensangrentados y se volvían negros, y vomitaban trozos de carne, seguramente eran sus órganos que se descomponían, pero entre ese vómito negro había gusanos que se retorcían. Aquellos pobres hombres fueron de los que bebieron del agua del río.
Las palabras de la sirena resonaron por su cabeza, el peligro que aguardaba más adelante era algo que no podían imaginarse. El hombre que imploraba piedad tomó la espada del capitán, se lanzó a él de forma desesperada, y con todas sus fuerzas se apuñaló así mismo, de la herida salía sangre negra y un hedor repugnante e intolerable, no sólo eso también de la herida salieron más gusanos a luz.
—Quemen el cuerpo—ordenó el capitán mientras cubría su nariz y boca con la manga de su camisa.
Al quemarlo, los gusanos que residían dentro de él se retorcían y emitían un fuerte chillido parecido al de un niño. Bajó a las bodegas, donde residían los demás afectados, les contó que no tenían salvación, pues poseían una especie de parásito que nunca antes se había visto, ellos comprendieron la situación y entre sollozos pidieron al mismo capitán que acabase con sus vidas. No fue una decisión fácil para el capitán, los hombres con los que convivió durante años yacían al frente de él agonizando de la peor forma posible, y en cuanto a los muertos por los insectos o el maestre simplemente se dijo así mismo “no hay tiempo para lágrimas” pero esto era diferente. Y uno por uno fue quitándole la vida, con todo el dolor de su alma rebanaba las gargantas de sus hombres sin siquiera mirarlos a los ojos.
Cada vez eran menos los tripulantes apenas eran un poco menos de la mitad. Un barco navegando en un enorme río rodeado de espesa jungla, tan silencioso era todo, sin criaturas, sin el crujir de las hojas o árboles, sin el sonido del viento; el capitán iba perdiendo la esperanza poco a poco, la determinación de volver a ver a su esposa era lo que lo mantenía de cierta forma fuerte.
Estaban cada vez más cerca de su destino, durante ese trayecto no vieron nada que los atacara o que los sorprendiera, ya que esta vez fue durante la noche. La tripulación no durmió temprano, se mantuvieron en la cubierta observando el cielo, hasta que unas figuras aladas pasaron velozmente encima del barco. Jack únicamente veía sombras pasar volando de un lado a otro, no era una o dos, eran alrededor de una docena. Una de esas figuras aterrizó en la cubierta, entre los hombres restantes, el capitán salió de su cuarto y con un quinqué intento iluminar a la figura; enormes y rasgados ojos rojos se iluminaban entre la oscura noche, se posiciono sobre dos musculosas patas llegando a medir los dos metros y medio, abrió su boca, dejando ver dientes y colmillos tan grandes y gruesos cómo cuchillos de cocinero; la poca luz iluminó su rostro, mostrando una nariz chata y aplastada como la de un puerco, y unas enormes orejas puntiagudas. La criatura reaccionó a la luz, se cubrió con sus alas del quinqué, esta especie de hombre-murciélago salió volando. Los gritos de los hombres resonaban unos segundos y después desaparecían, apenas pudo ver cuando un hombre a su lado estaba parado junto a él y fue llevado a los aires, estas criaturas tenían una increíble fuerza, podían levantar un hombre adulto con gran facilidad.
— ¡Todos a la cabina del capitán!
Iguales a niños asustadizos corrieron a la cabina, con los hombres-murciélago encima de ellos y emitiendo chillidos similares a los de un cerdo. Esta aventura estaba cada vez más cerca de acabar con la tripulación. Cansados, asustados y posiblemente perdidos, un grupo de hombres se escondía en el rincón de una habitación, Jack tenía deseos de pedirle a su padre que terminara con el viaje; su padre se veía igual de abatido, poco a poco la esperanza que al principio era como una hoguera ahora no era más que una pequeña flama. Estuvieron ahí tirados horas, ellos creían que habían pasado días, olvidando que los días por alguna razón duraban mucho más.
El barco chocó contra una estructura, esta vez nadie quería salir a investigar hasta que notaron que no se estaban moviendo.
— ¿Y ahora qué? —dijo exhausto el contra maestre.
—Yo iré a investigar—se ofreció el capitán.
Al salir vio que estaban en un escenario un tanto tétrico, la jungla había desparecido, los enormes árboles y no verde ya no eran parte de este ambiente, ahora se encontraban entre enormes montañas rocosas, tan altas que podrían cubrir el sol. El agua ya no era cristalina, sino de un color más oscuro, apenas se podía distinguir el amanecer entre las altas montañas; justo al frente del barco había enormes escombros, rocas talladas con símbolos nunca antes vistos, la tripulación al ver que no había peligro alguno salió del escondite. Preguntándose de que se trataba, los escombros estaban apilados en forma triangular, Jack fue el único que se atrevió a ir y averiguar de qué se trataba así que temeroso fue a escalar los mencionados escombros. Al poner la mano sobre la piedra, notó una sensación extraña, era como si esas rocas estuvieran ¿vivas?, escaló hasta la piedra que se encontraba en la punta, del otro lado vio un enorme lago con una isla que resplandecía con los rayos del sol que la rodeaban, su destino estaba a tan sólo unos cuantos kilómetros enfrente de él.
—Chico, ¿Logras ver algo? —preguntó su padre.
—Veo…una isla.
Los rostros de los hombres se iluminaron de esperanza y el capitán sonrió de alegría, pero esa alegría sólo sería momentánea, pues estas rocas apiladas que simulaban ser escombros comenzaron a temblar, Jack no pudo con el movimiento y fue tirado al agua.
— ¡Chico! —gritaron todos al mismo tiempo.
Las rocas cayeron al agua hasta hundirse, y debajo del río se comenzaron a apilar. Una figura tan grande como el barco salió del agua, con forma humanoide, manos y brazos tan gruesos de piedra, unas pequeñas luces azules que simulaban un par de ojos; un pecho tallado tan sutilmente con símbolos, y de la espalda estaba recubierto de pelo verde. Seguramente sería último que verían en este viaje tan extraño. Éste gigante de piedra los examinaba muy detalladamente, hasta que sintió detrás suyo a Jack que se aferraba al pelo que tenía en la espalda, viéndolo de reojo, emitió un fuerte y denso ruido, tan abrumador que provocaba olas en el agua. Unas manos sumergieron a Jack, y le cubrieron la boca, asustado y pataleando no se dio cuenta hasta minutos después que se trataba de la sirena que conoció días antes.
—Te dije que se fueran mientras pudieran— reclamó ella, mientras su hija nadaba detrás saludando a Jack.
Mientras que la tripulación restante sólo observaba al gigante de piedras, comenzó a hablar:
— ¿Quiénes son ustedes, puedo yo saber?
—Gran gigante de piedra, somos viajeros que buscan llegar a la fuente de los deseos.
—Al igual que los antiguos habitantes que residían aquí sólo encontrarán el camino a su perdición.
— ¿Qué había aquí? —preguntó el capitán.
De la espalda del gigante salieron millones de sombras negras que volaron alrededor de la isla que había en el lago, y haciendo cortinas de humo que comenzaron a tomar forma. Construcciones sobre el lago, pirámides de un lado a otro y con la isla del lago en el centro de una inmensa ciudad construida sobre un lago.
—Una de las ciudades más avanzadas en su época yacía en este lugar, poder, riquezas y conocimientos abundaban entre la gente, pero no les fue suficiente—explosiones de humo destruían las construcciones, gente corriendo y gritando horrorizada de un lado a otro—. Cuando encontraron lo que yacía en el centro del lago, la sed de poder corrompió a uno por uno.
Una explosión de humo borró toda la ciudad, tras la explicación del gigante de piedra recordaron los escombros que vieron en el río junto el puente olvidado. El gigante siguió hablando:
—Y en ustedes no veo mucha diferencia en ustedes, yo he visto a través del deseo, del odio, del amor y de las guerras. —Se acercó el gigante al barco—. Arrogantes, egocéntricos, avariciosos y llenos de codicia, ¿por qué les debería permitir el paso?
—Gran gigante—exclamó el capitán—, lo que yo deseo no son riquezas, poder o fama; pues todo lo que quiero es traer de vuelta a la mujer que una vez amé.
El gigante de piedra estalló de risa al escuchar la petición del capitán.
—Un hombre enamorado en busca de su amada, tan patético cómo el poder, las riquezas o la fama. Te has puesto a pensar si quiera ¿que lo que tú deseas es lo que ella desea? Puedo ver a través de ti y puedo decirte que has sido engañado y que tu viaje ha sido en vano.
El capitán por un momento olvidó que tenía un hijo, y se sumió en las palabras del gigante si eran verdad o no, por un momento se cuestionó lo que el tanto quería.
—Gran gigante—volvió hablar el capitán—, estoy seguro que lo que yo quiero es lo que ella hubiera querido.
—No vas a escuchar la verdad, entonces tendré que mostrártela.
Los ojos del gigante se fijaron en la mirada del capitán y en ellos vio momentos que nunca hubiera deseado ver. Desde el primer día que Luna llegó a la vida del capitán ella mantuvo una vida muy abierta, pues durante el primer día el padre del capitán no la aceptó por tener un buen corazón o ser buena gente, Luna lo convenció teniendo sexo con él; decepcionado y con grietas en el corazón no podía creer lo que ella había hecho, pero eso no era todo, toda la tripulación la quería porque ella se acostaba con cada miembro del barco. Incluso durante el tiempo donde eran pareja, y aunque no lo pareciera Luna amaba a su prometido, pero también le gustaba estar con varios hombres y por si fuera poco se enteró de una verdad acerca de Jack. Luna en realidad no era de la realeza no al menos entre los mortales, ella era hija del dios del mar y escapaba de su padre que cometió un grave delito con su hija, ella había sido violada por su padre días antes de escapar de sus manos; en un intento desesperado escapó al mundo mortal donde conoció a su prometido, llena de odio por su padre, ella se acostaba con cada hombre que podía con tal de provocarlo. El dios no podía hacer nada respecto a ella, estaba fuera de su alcance, al menos durante un tiempo, así que dejó pasar los años para que ella lo olvidara y así fue, sin embargo, ella ya se había vuelto una mujer dominada por sus lujuriosos deseos. Una vez que Luna olvidó a su padre, el dios volvió aparecer ante ella, controlado por los deseos de estar con ella una vez más intentó abusar de ella, sin embargo, la chica esta vez lo disfrutó; fueron varias las noches y días que se encontraban para poder un acto de lo que podría llamarse amor o incesto. Meses después de varios encuentros Luna estaba embarazada de su padre, cuando se enteró de esto de inmediato fue con el hombre que amaba para evitar sospecha alguna, Jack era hijo del padre de Luna.
La verdad siempre es algo que duele y deja huellas para nunca ser borradas, y cuando una persona se entera de una dolorosa verdad pueden ocurrir dos cosas, o fortalece a la persona afectada o la destroza. No fue el caso de fortalecer al capitán, con el corazón en la mano, los sentimientos por en suelo la tristeza se volvió un odio indescriptible. El gigante de piedra se apartó del barco, el capitán dio media vuelta y con los ojos llorosos y llenos de odio observó a la restante tripulación que quedaba. Hubo un tiempo antes de conocer a Luna donde era conocido por ser un salvaje al momento de un combate. Guiado por el odio, tomó su espada y caminó al hombre más cercano, el hombre estaba asustado, cuando comprendió la situación su cuello ya había sido rebanado, la demás tripulación intentó atacar al capitán, pero algo había en él que ya no parecía del todo un hombre. Uno tras otro fue asesinado de la forma más brutal, la cubierta estaba empapada de sangre, el capitán parecía un monstruo.
La sirena junto a su hija había llevado a Jack a la isla, ellas eran muy perceptibles, por lo que sintieron un fuerte odio que provenía del barco. Sin poder llevar a Jack hasta la fuente, le indicaron el camino a la fuente y le dieron una moneda de oro para que la usará en la fuente y que pueda volver. El chico no sabía a qué se debía el comportamiento de las sirenas, hasta que escuchó el grito de quien creía que era su padre, era un horrible grito lleno de odio y de dolor, acto seguido vieron como el gigante de piedra se desmoronó, había sido destruido por los cañones que en capitán estaba usando el solo, los disparos llegaron a la isla, levantando arena y destruyendo palmeras. A lo lejos logró ver al padre de Jack, por la vestimenta dedujo que era el capitán recordando así que Jack le mencionó que su padre era el capitán.
Las sombras del gigante de piedra que anteriormente aparecieron salieron del agua, envolvieron al capitán en una nube negra hasta hundirlo al fondo de ese lago.
Jack corrió tan rápido como pudo hasta llegar al centro de la pequeña isla y ahí estaba la fuente, hecha en su totalidad de oro, un oro lleno de musgo y que apenas brillaba, el agua que fluía dentro de ella te mostraba cosas que en el fondo deseabas y Jack veía a su madre. La isla comenzó a temblar, y un grito monstruoso lo azotó todo kilómetros a la redonda, el agua comenzó a inundar la isla hasta sumergirla, Jack daba vueltas una y otra vez, el agua entraba en sus pequeños pulmones, mareado y apunto de desmayarse, la sirena que lo ayudó lo tomó de la mano y nadó con rapidez hasta la fuente que se hundía a gran velocidad. Antes de llegar a la fuente, colosales ojos rojos brillaban en el fondo del lago, la sirena asustada arrojó la moneda a la fuente, y deseo que ambos junto su hija apareciese en la entrada del río, donde comenzó todo.
— ¿Qué era eso? —preguntó Jack.
—Eso…era tu padre.
En el horizonte veían más barcos acercarse, al parecer no fueron los únicos que encontraron el camino a la fuente de los deseos la cual ya estaba sumergida. Sin embargo, no sólo vieron barcos, del agua salieron gigantescos tentáculos con colmillos en los bordes que destruían embarcaciones como si fueran nada.
— ¿Cómo se llamaba tu padre? —preguntó la hija de la sirena.
Pasaron los años, Jack era ya un adulto que se dedicaba a ser un guardacostas. De vez en cuando escuchaba historias de marineros que querían viajar al lugar dónde él viajo cuando era niño, y hubo algunos que se llegaron a aventurar en la jungla sin embargo muy pocos volvían. Con el tiempo a dicho lugar lo nombraron “El edén del diablo”, se volvió popular gracias a los que volvían con especias, minerales, frutas, carnes y plantas que nunca antes se habían visto.
—Señor Jack—se acercó un grupo de niños a él— ¿es cierto que hay un monstruo que resguarda la entrada del edén del diablo?
—Sí…—respondió fríamente.
— ¡¿Enserio?!—Exclamaron— ¿Y cómo es?
—Es un pulpo de piel negra, ojos rojos y colmillos en sus tentáculos, dicen que son tan grandes que con un solo movimiento podrían destruir una isla entera— describía Jack a la criatura— Dicen algunos que ese monstruo fue el primer hombre en pisar el edén del diablo y que por ello fue maldecido por el dios del mar; otros dicen que fue un hombre que quiso ir al edén para llegar a la fuente de los deseos y desear que la mujer que amó volviera a la vida pero en el viaje se enteró de una horrible verdad y en la fuente deseó ser un horrible monstruo que aleje a los hombres del mar para evitar que sufran igual que él.
— ¡WOW! —Gritaron— ¿Y usted cuál cree que sea verdad?
—Yo…yo creo que las historias son ciertas.
Los niños después de un rato de hablar con Jack se despidieron y agradecieron el rato en el que les estuvo contando historias del mar. Antes de irse se dieron media vuelta e hicieron su última pregunta:
— ¿Y cómo le dicen a la criatura?
—Le dicen “El Kraken”.
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