Martina suspiró, frustrada y miró frustrada hacia sus pies, delicadamente calzados con zapatillas de ballet. Llevaba toda la tarde practicando en el salón de baile para la audición que tendría la próxima semana, y no conseguía ejecutar un paso muy importante.
A cada segundo que pasaba, se sentía más y más inútil. Amaba bailar, ¿pero por qué no podía ser tan buena como Gretel o Diana, que eran las más avanzadas de la clase?
No lo comprendía…
—Martina —su madre la llamó desde el umbral de la habitación—. Ya estoy aquí, es hora de irnos.
La mujer había llegado por ella a la escuela de baile dos horas más tarde, tal y como la niña se lo había pedido, para que pudiera tener más tiempo de practicar. Notó al instante su semblante decaído y se extrañó.
—¿Qué sucede, querida? —le preguntó, avanzando hasta ella y colocando una mano bajo su barbilla para que la mirara.
—Todo me sale mal, mamá. Nunca voy a ser una gran bailarina.
—¿Pero qué dices? Es muy pronto para que digas eso, ¿no crees?
—Es que es la verdad. No me sale ese paso y ya me he esforzado bastante. Creo… creo que no soy buena bailando.
La madre sonrió y se puso de cuclillas para estar a su altura.
—Nunca debes decir que no eres buena en nada, antes de intentarlo —le dijo—, ahora crees que no lo eres. Pero solo tienes que practicar más para volverte tan experta como tu maestra o las bailarinas a las que ves en la tele. Eres como un diamante en bruto.
La mujer alzó su mano y le mostró el anillo que llevaba en el dedo anular. Era su alianza de matrimonio, una fina banda de oro con una piedra circular y exquisitamente cortada en el centro.
—Mira esta joya, por ejemplo. ¿No te parece la más bonita que has visto?
—Sí, ¡me gusta mucho!
—Es hermosa y perfecta, pero no siempre tuvo este aspecto. Alguien la tuvo que cortar y pulir, y engarzarla en este anillo para que se viera así de bonita. Y antes de eso, tuvo que formarse en medio de la tierra y los minerales, para surgir con toda su belleza desde un trozo de carbón. Eso no ocurrió de la noche a la mañana. Tuvieron que pasar años para que se convirtiera en lo que es ahora.
Contigo sucede lo mismo. Tal vez ahora sientas que no eres la mejor en lo que haces, pero si te esfuerzas día con día y trabajas para perfeccionarte a ti misma, llegará el momento en el que brilles sin tener que trabajar más. Y todos se darán cuenta de ello. Por eso, no seas impaciente, ni esperes que todo lo que te propongas sea fácil. Sigue inténtandolo y mántente optimista.
Moraleja: Todos somos diamantes en bruto. Pero como ocurre con estas piedras, no podremos relucir con nuestro talento y belleza, sino hasta que trabajemos por ser mejores personas y nos enfoquemos en nuestras virtudes en lugar de nuestros defectos.
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