Don Tristán Azures era uno de los comerciantes más ricos y respetados de la Ciudad de México. Todos lo querían y apreciaban mucho, pues era un sujeto muy bueno y generoso, que nunca dudaba en ayudar a los demás. Al morir, dejó la casa en manos de su hijo, también llamado Tristán.
Una noche, Tristán no podía dormir y decidió ir al Callejón del Muerto, un misterioso lugar en el que se rumoreaba, andaban las ánimas en pena.
Tomó su daga y su capa, y se dirigió hasta la callejuela, donde después de encomendarse a Dios, vio una sombra que se acercaba lentamente a él.
—¡Te exijo que me digas si vienes del Más Allá!
—Vienes en busca de pesares, pero ahora te pido que me escuches con atención. Ya que si sigo en la Tierra es por mis culpas, pues mientras todos me creían bueno, yo guardaba un terrible pecado en secreto. Vuelve a casa y ponte a cavar en el suelo de tu dormitorio, a cuatro pasos de donde duermes. Ahí encontrarás un cofre, que debes llevar al Arzobispo. Dile que lo abra y que disponga que hacer cuando vea el contenido. Solo así, mi alma podrá descansar en paz.
El fantasma desapareció ante él y Tristán volvió a su casa, pálido y asustado. Allí, se puso a cavar como dijo el espectro y encontró un cofre que le llevó al Arzobispo, repitiéndole las instrucciones del espectro.
—Vuelve mañana, hijo mío y te diré lo que he decidido —le dijo él.
Al día siguiente, cuando Tristán acudió a verlo a la iglesia, el Arzobispo le contó que dentro del cofre había encontrado una carta, que decía lo siguiente:
«Quien lea este mensaje, si no es una persona santa, deje de leer. Pero si es un sacerdote, le suplico que ore por mi alma para que el Señor perdone mis pecados, ya que cometí un crimen espantoso que en vida no pude confesar. Yo, Tristán Lope de Azures, confieso que asesiné a mi mejor amigo, Fernán Gómez, un rico minero de Guanajuato. Cuando viajó hasta México le ofrecí quedarse en mi casa, espere a que se quedara dormido y lo apuñalé en el corazón. Esa misma noche saqué el cuerpo en secreto, lo enterré en una fosa y regresé para limpiar las huellas del asesinato. Nunca nadie sospechó nada sobre su desaparición».
Horrorizado, Tristán le hizo caso al arzobispo cuando le dijo que fueran a buscar los cuerpos de Fermín y de su padre. Al primero lo sacaron de la fosa y le dieron cristiana sepultura. Al segundo, lo colgaron por el cuello de una soga en el Callejón del Muerto. La gente lo reconoció por la cadena de oro y esmeraldas que colgaba en su pecho.
Desde entonces, el alma de Tristán Lope nunca volvió a aparecerse en esa callejuela; probablemente al fin encontró su descanso eterno. No obstante, los habitantes de la Ciudad de México no olvidan que ese sitio, es un puente con el mundo de las ánimas.
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