—¿Por qué cantan los pájaros por las mañanas, mamá? —preguntó Francisco un día a su madre, mientras ambos tomaban al desayuno y miraban la bonita vista que suponía su jardín desde la ventana.
Llegaba a ellos el trinar de un ave que había hecho su nido en las ramas del árbol de afuera. Era un azulejo, hermoso como solo él mismo podía serlo, con sus plumas de un brillante color que semejaba el cielo y esa vocecita cristalina que emitía gorjeos.
A Francisco le gustaba despertarse con ese ruido agradable, que era mucho más soportable que el del despertador y le traía tanta alegría.
—Cantan para alegrar las mañanas, para dar gracias por lo que la madre naturaleza les da —respondió su mamá, después de tomar un sorbo de su taza de café—. Los pájaros son seres muy inteligentes y saben como vivir sin preocuparse.
—¿Vivir sin preocuparse? —preguntó el niño, con los ojos muy abiertos.
—Sí, mi amor. Ellos no necesitan más que un nido en el que cual descansar y alimento para dar de comer a los suyos. Fuera de eso, pueden ser siempre felices y cantar es la mejor manera de demostrarlo.
Desde ese día, Francisco sintió un enorme entusiasmo por los pájaros y quiso aprender todo sobre ellos. Compraba semillas en los quioscos y las dejaba por los rincones del jardín para su pequeña inquilino, que los tomaba con gusto.
Le parecía que ahora su canto era más armonioso, más dulce y que estaba dirigido solo a él.
Eso lo llenaba de una tierna sensación de felicidad.
Hasta que un día, no escuchó al azulejo cantar afuera de su ventana.
—Mamá, algo le ha pasado, no le he podido oír hoy —dijo preocupado a su madre y de inmediato se pusieron a buscarlo en las afueras.
Lo encontraron en su nido, sobre la rama del árbol. Allí estaba su cuerpecito, inerte para tristeza del niño. Su madre lo envolvió con cuidado en un pañuelito.
—Quien sabe que le habrá sucedido, pero no llores, tarde o temprano sucede con todos los animales. Le haremos un pequeño entierro entre el rosal y allí descansará lo más bien.
Enterraron al pajarito pues, en medio de las rosas blancas, rojas y amarillas que crecían bajo la ventana.
Pero el azulejo les había dejado un regalo antes de marcharse. Había tres huevos en su nido, que necesitaban de todos sus cuidados. Francisco los metió en una cajita de cartón donde pudieran estar calientes y con el tiempo, vio nacer a unos hermosos polluelos, que habrían de convertirse en hermosos pájaros de plumaje azul.
Tiempo después los liberó en su jardín, viendo como emprendían el vuelo.
Ya lo ves tú también, la naturaleza es generosa al obsequiarnos con cosas maravillosas, todas cumplen con un ciclo y luego vuelven a comenzar. No se puede hacer nada por interrumpir este proceso, así que hay que disfrutarlo con alegría y no aferrarse a ninguna planta o animal.
Su paso por el mundo, es como el nuestro, temporal.
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