En un corral vivía un grajo con los suyos, que eran muy unidos entre sí. Sin embargo él no estaba contento con la vida que llevaban, ni con lo que era. No le gustaba ver lo oscuras que eran sus plumas, pues se sentía tan poca cosa vestido de negro.
En cambio, lo que más deseaba, era ser como los pavorreales que se encontraban al otro lado, caminando por un hermoso jardín lleno de flores. Siempre había envidiado la belleza de estos magníficos animales.
Ansiaba poseer un cuello tan delicado como el de ellos y un porte tan elegante como el suyo. Pero lo que más envidiaba eran sus largas plumas de colores, tan hermosas y llamativas.
—Definitivamente son más bellas que estas plumas tan negras y tan feas que tenemos nosotros los grajos —decía—, ¡ojalá pudiera ser pavoreal!
—Nosotros estamos contentos con quienes somos y tú deberías hacer lo mismo —le decían siempre sus compañeros—, nunca serás como esas aves a las que tanto admiras, ¿así qué que sentido tiene torturarse? Acéptate como eres y déjate de tonterías.
Pero el grajo hacía oídos sordos a lo que le decían y seguía observando a los pavorreales con insistencia.
Un día se salió del corral, al ver como un pavoreal pasaba muy cerca de donde ellos se encontraban, y dejaba un reguero de plumas por el suelo. Al verlas, el grajo de inmediato las recogió y se vistió con ellas. Eran muy bonitas pero encima de alguien como él, lucían demasiado ridículas.
—¿Qué haces tú con eso que no te pertenece? —le preguntaron sus compañeros— ¿No ves que ni siquiera te quedan?
—¡Silencio! Todos ustedes sienten envidia de mí, porque nunca me había visto más bello que ahora —les espetó el grajo—, son todos tan feos y tan tristes. Me voy pues yo ya no pertenezco aquí, ¡es mejor estar con los míos!
Los grajos lo observaron marcharse, no sin antes liberar una risa. Más que ofenderse, sentían lástima por esa criatura tan orgullosa.
Cuando el grajo vio que los pavorreales se reunían en su rincón preferido del jardín, acudió con ellos de inmediato, pensando que lo recibirían con los brazos abiertos.
—¡Saludos, amigos míos! —dijo, mirándolos con simpatía— ¿No creen que hoy hace un día estupendo? ¿Ya vieron mis plumas nuevas?
Sin embargo, ofendidos, los pavorreales lo miraron con desdén, especialmente el dueño que había soltado aquellas plumas.
—¿Quién se cree que es este pájaro para venir a hablarnos con tanta familiaridad?
—Es ese grajo envidioso, que todo el tiempo se la pasa espiando.
—¡Hagamos que se vaya de aquí, pues aunque se haya robado esas plumas no es de los nuestros!
Los pavorreales lo picotearon sin piedad, hasta que el grajo huyó corriendo. Dolido, trató de meterse de nuevo al corral pero sus compañeros no se lo permitieron. Les había dado la espalda y había renegado de sus orígenes. Ahora tendría que aprender a vivir con las consecuencias.
Desde entonces, nunca más se atrevió a fingir que era otro pájaro.
¡Sé el primero en comentar!