Cuenta una vieja leyenda de Suecia, que había un pueblo llamado Dalland, asolado por una misteriosa enfermedad. Decenas de personas morían cada día y la gente se sentía cada vez más desesperada. La población disminuía rápidamente y cada vez más familias huían de aquel lugar como si estuviera maldito.
Un día llegó un anciano desde Finlandia, que se rumoraba era muy sabio. Los pocos pobladores que quedaban acudieron a él en busca de consejo.
—Solamente un sacrificio podrá detener el mal que los amenaza —declaró él—, para acabar con la enfermedad, deben enterrar a una criatura viva en las profundidades del bosque.
Los aldeanos tomaron un gallo y enterraron al pobre animal en una fosa de tierra. Pero la enfermedad no desapareció.
—Entierren algo más grande —aconsejó el anciano.
Los aldeanos cogieron a una cabra y la enterraron igual que habían hecho con el gallo. Sin embargo, este cruel acto no sirvió de nada.
—Entierren a un ser humano —ordenó el anciano—, este mal es más terrible de lo que imaginábamos y exige por lo tanto, un sacrificio mayor.
Por largas horas, los pobladores deliberaron que debían hacer al respecto. Al final se decidieron por usar a un niño huérfano, al que nadie extrañaría en el pueblo. Lo atrajeron hacia el bosque con una engaños, ofreciéndole un poco de pan. Sin sospechar lo que ocurría, el pequeño se internó entre los árboles y cayó en un pozo profundo. Enseguida, los aldeanos comenzaron a arrojar tierra.
Aterrorizado, el niño les suplicó que lo dejasen vivir mas todos hicieron como si no lo escucharan, y continuaron enterrándolo sin compasión. Finalmente, el huérfano se dejó morir y la enfermedad se desvaneció.
Dalland volvió a la normalidad y eventualmente, los supervivientes olvidaron lo sucedido. Hasta que una noche, uno de ellos escuchó un grito desgarrador que provenía del bosque.
Alarmado, tomó su escopeta y salió de casa, pensando que uno de sus hijos se había lastimado al estar jugando en las afueras. Pero allí no había nadie.
Un gemido de ultratumba le produjo escalofríos. Aterrado, el sujeto se dio cuenta de que aquel sonido provenía del pozo donde habían enterrado al huérfano y volvió a Dalland. No fue el primero, ni el único que escuchó los lamentos del niño enterrado. Lo cierto es que las noches de los aldeanos jamás volvieron a ser tranquilas.
Se dice que hoy todavía, es posible escuchar el llanto espectral de aquel desafortunado niño.

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