Creepypastas Terroríficas

El olvido no existe

¿Se acabo? ¿Esta es otra misión? ¿Sera la ultima?… Me preguntaba mientras caminaba por un largo bulevar. Creería que no lo había frecuentado nunca, pero se me hacia muy conocido. Este tenia la peculiaridad de contar con un hermoso parque a un lado del camino, dicho parque contaba con bastas áreas verdes y largos senderos adornados de hermosas flores cortejadas por colibríes y mariposas, un lago inmenso sellaba tan inmaculada belleza y el crepúsculo entrante le daba aquel toque naranja de su caprichosa apariencia.

Me había sumergido en un mar de pensamientos blancos y sin reparo alguno me quede allí parado como tonto, hasta que de la nada, el sonido característico de un objeto impactando con el agua me saco de mis pensamientos. Un niño que vestía gorra y jersey de los yankees corría sudado y cansado, aunque envalentonado a recoger una pelota de béisbol que había caído en la orilla del lago. Su padre, el cual vestía las mismas prendas, lo miraba sonriente de orgullo mientras este hacía su mejor esfuerzo para alcanzar la pelota.

Una situación algo cotidiana aunque cautivadora siempre que se presencia.

-Derek Jeter lanza un cañonazo al home play -exclama el chico en un tono narrativo.

Su padre ataja aquel lanzamiento mientras su expresión alegre se va desvaneciendo, hasta cambiar por una más seria. No le devolvió el lanzamiento, en su lugar dijo algo que dudo mucho que a aquel chico se le olvide jamás…

-Está bien que las personas tengan un ídolo, un héroe, o simplemente un ejemplo a seguir pero nunca se debe olvidar que nadie va a ser igual que uno, siempre tendremos un rasgo diferenciador, algo que nos identifique, cada persona tiene un universo en su cabeza y eso te incluye a ti hijo… nunca se te olvide sentirte orgulloso de lo que eres y quien eres…

Luego de aquel sermón devolvió la pelota. Su hijo la atrapa y le hace una interrogante.

-Papá, ¿sabes quién es mi ídolo?

-¿Derek Jeter? -Respondió este con una sonrisa irónica.

-No. Eres tú…

Admito que después de escuchar aquello una lágrima se me escapó y no pude evitar pensar en el pasado.

Mis ojos se aguaron y al cabo de unos segundos no pude contener el llanto. ¿Estaba llorando? ¿De verdad estaba llorando?

Disimule un par de veces pero la nostalgia me consumió, me senté en una banqueta mientras miraba el piso, y luego lo escuché:

-Hola, ¿qué tiene señor?

Levanté la mirada un tanto sorprendido.

Frente a mí yacía un pequeño niño de edad preescolar; de hecho considero esto una acotación algo vaga, porque a juzgar por la forma, la seguridad y la educación con la que entonó aquellas palabras, diría que era mayor.

-Nada hijo, solo me callo una basura en el ojo —dije mientras miraba a los alrededores buscando señal de su padre.

No había nadie. ¿Acaso estaba solo?

-Sí esta llorando -dijo el niño de forma tajante.

-Eres muy listo niño, me descubriste estoy llorando- respondí con una sonrisa algo sarcástica.

-Mi mamá me contó que una vez alguien le dijo, que sonreír cuando se siente mal hace que uno se sienta peor, ¿por qué llora?

-Interesante… a propósito, ¿andas solo? -respondí evadiendo la pregunta.

-Mi mamá no sé donde está -respondió mientras volteaba hacia atrás.

Me preocupé un poco.

-¿Y dónde la viste por ultima vez?

-Ella estaba allá -dijo mientras señalaba al final del horizonte, hacia una banqueta detrás de un gran acre al otro lado del parque.

Sentí una sensación algo peculiar cuando miré hacia aquel lugar, no sabría como describirla era como si ya hubiera estado allí. No estaba tan lejos

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-¡Pues vamos a buscarla! -exclamé mientras me ponía de pie, supuse que si ella lo estaba buscando iba a volver al mismo sitio.

Mientras caminábamos el chico me volvió a insistir con la misma pregunta.

-¿Me va a decir porque lloraba? -preguntó en tono increpante

-¿Por qué insistes con eso? 

-Mi mamá llora a menudo, no me gusta cuando lo hace, no estoy seguro del porque lo hace.

Conocedor de la inocencia y honestidad infantil, no pude evitar sentir algo de curiosidad.

-¿Y qué me dices de tu papá? -pregunté pensando lo peor.

-Mi mamá dice que él esta muy lejos en otro país -respondió el chico mirando el cielo.

Fue entonces cuando comprendí el llanto de aquella mujer,

Era triste pero de alguna manera, a medida que íbamos caminando, la forma tan tranquila y segura con la que aquel chico entonaba cada oración me hizo sentir bien, como si estuviera hablando con alguien que conocía de toda la vida.

-¿Y desde cuándo no lo ves?

El chico encogió sus hombro. Cuando llegamos a la base del acre, se sentó y murmuró.

-A él le gustaba esto…

Me senté a su lado mientras veía en la misma dirección que él miraba, era el ocaso… el sol estaba regalándonos sus últimos rayos. Me contó que su padre antes de irse a servir en el ejército, solía traer a su mamá al mismo sitio.

-Mi mamá me dijo que mientras haya algo que reviva el pasado, nunca habrá memoria que resista los recuerdos.

El tiempo parecía irse rápido charlando y jugando con él, pero a la vez cada segundo se acentuaba en el presente, sin duda había hecho de esa tarde una que nunca iba a olvidar.

-¡Abel! ¡Abel!

Se escuchó la voz de una mujer en las cercanías.

-Es mi mamá -dijo el chico levantándose.

No pude evitar ver aquel momento como una despedida y a sabiendas de que quizás nunca lo volvería a ver le pedí un favor.

-Hijo, quiero que le digas a tu mama que ya no llore mas, dile que la guerra se acabó y di lo mejor de mi, pero ahora estaré en un lugar mejor, ahora te toca a ti cuidarla y protegerla como yo lo hice en su momento, quiero que me hagas sentir orgulloso de haber sido tu padre, no se te olvide que ustedes son lo mas valioso que tuve jamás en la vida.

Le sonreí mientras una lágrima cómplice se derramaba sin reparo alguno, él me devolvió la sonrisa, luego me abrazó mientras caían las ultimas hojas de aquel viejo acre, desvaneciéndome junto con ellas en el viento.

—¡Hijo! Allí estás… no me vuelvas a asustar así. ¿Dónde estabas?

El chico la vio detenidamente, luego volteo hacia atrás.


Y solo dijo:

—Mamá, no quiero que llores más, hable con papá… él dijo que ya la guerra se acabó, que todo va a estar bien —volvió a voltear y con una sonrisa y un gesto muy familiar, le entrego una nota que rezaba lo siguiente: «Gracias por haberme hecho el hombre mas feliz, tenias razón el olvido no existe».

El olvido no existe 1

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