Cuentan que hace mucho, pero mucho tiempo, había un pájaro cuyas plumas eran grises y feas. Este animalito se sentía tan desgraciado en su fealdad, que todos los días acudía a una laguna llena de aguas azules que se encontraba en las cercanías.
Allí se bañaba todos los días, cantando:
Existe un agua azul.
Y se halla justo aquí.
Yo me bañé en el agua,
Y me volví todo azul.
Y así, el pajarillo repetía estas palabras mientras mojaba una y otra vez sus plumas en aquel estanque de aguas maravillosas. Creía que, invariablemente, sus plumas habrían de adoptar el color precioso de aquel lago como zafiro.
Hizo lo mismo por tres días consecutivos y el cuarto día que fue a bañarse, todas sus plumas se le cayeron, dejándolo irreconocible. El quinto sin embargo, apenas se hubo sumergido en la laguna, estas volvieron a crecer.
Y ahora eran diferentes. Tan azules como las aguas donde se había bañado. ¡El pajarillo se puso muy feliz!
No sabía sin embargo, que cerca de ahí estaba un coyote que había estado vigilándolo, con la esperanza de tener algo con que llenar el estómago. Hace días que no comía nada y estaba famélico. Quería atrapar al pajarito, pero le daba tanto miedo caerse en la laguna que no se atrevía a darle caza.
Cuando observó como el animalillo se transformaba por completo, se olvidó completamente del hambre y se dirigió a él para preguntarle, como había logrado ponerse tan hermoso.
—Es muy admirable el color de tus plumas —le dijo—, yo también quiero ser azul como los océanos.
El pájaro le reveló entonces como habría de bañarse en la laguna para obtener tan brillante tonalidad. Hacia allá se dirigió el coyote y después de haberse mojado durante tres días consecutivos, al cuarto entró y se le cayó todo el pelo.
Al quinto día, no obstante, se volvió a bañar con confianza mientras entonaba la siguiente canción.
Existe un agua azul.
Y se halla justo aquí.
Yo me bañé en el agua,
Y me volví todo azul.
Y entonces salió del agua luciendo un pelaje tan bello como las plumas del pájaro.
Envanecido, el coyote no dejaba de observarse con admiración y quiso que todos lo miraran también, para que se dieran cuenta de que era tan bonito como el pájaro.
Así pues, comenzó a correr a toda velocidad para presentarse ante el resto de los animales, sin fijarse que el camino estaba bloqueado por el tronco de un árbol. El animal se estrelló bruscamente contra este obstáculo, cayendo en el suelo con un sonoro golpe. El impacto provocó que la tierra a su alrededor se levantara y cubriera su pelo.
Y cuando el coyote se levantó, ya no era azul, sino tan marrón como el suelo.
Es por eso que hasta el día de hoy, todos los coyotes son del color de la tierra y hay muchos mirlos azules. Ambos quisieron cambiar, pero solo uno lo logró al no dejarse llevar por la presunción.
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