Este era un pescador que se encontraba sumamente desesperado, pues hacía días que no atrapaba tantos peces como antes y sus ganancias en el mercado estaban bajando. Él, que odiaba vivir en la pobreza, se obsesionó con encontrar una solución que le permitiera hacerse con un montón de peces. Hasta que finalmente la encontró.
El pescador inventó un sistema gracias al cual sería sencillo atrapar a todos los peces del río. Metiendo unas redes especiales cortaría el flujo del agua, haciendo que la corriente se estancara y que los peces pudieran escapar. Una vez que estuvieran acorralados, soltaría una cuerda de cáñamo que tenía una piedra amarrada en el extremo, con la que iría golpeando el agua. De esta manera, todos los pececillos serían suyos en un solo instante.
Emocionado por poner en práctica su idea, el pescador se apresuró a montar el invento… ¡y vaya sorpresa! Funcionaba a la perfección.
—¡Ahora sí voy a volverme rico vendiendo el mejor pescado! —exclamó con alegría.
Lo que él no sabía, era que mientras llenaba su bote de peces, el agua estancada a causa de su invento se ensuciaba de una forma terrible, llenándose de fango y piedras. Cuando las redes eran retiradas, esta iba a dar al pozo principal del pueblo, de donde todas las personas bebían.
Poco después de que el pescador comenzara a utilizar su máquina, la gente del poblado comenzó a notar que el agua estaba turbia y tenía un extraño sabor. Intrigados por esto, decidieron mandar a un hombre al río a investigar. Lo primero que vio al llegar fue al pescador haciendo de los suyas, en medio del agua encharcada.
—¿Pero qué crees que estás haciendo? —le preguntó enojado— ¿No ves lo mucho que estás ensuciando el río? ¿Qué no sabes que toda la gente del pueblo bebe esta misma agua?
El pescador, sorprendido, le respondió:
—Lo siento, pero hace días que no conseguía pescar lo suficiente para mantenerme y tenía que hacer algo al respecto. Mi trabajo es muy importante para vivir.
—Eso no es excusa, ¡estás arriesgando la vida de muchas personas! ¿Es qué no tienes vergüenza?
—Pues no —dijo el pescador obstinadamente— y la verdad es que no me importa, ¡yo quiero hacerme rico y lo voy a lograr!
E ignorando al hombre, continuó recogiendo sus peces. El otro, muy enojado por su respuesta, miró la máquina que había creado, tomó una piedra y sin decir una palabra, la arrojó desmontando cada una de sus piezas y provocando que fueran arrastradas por la corriente.
—¡¿Qué has hecho?! ¿¡Ahora cómo voy a pescar?! —se lamentó el pescador.
—Hubieras pensado en eso, antes de afectar las vidas de tantas personas. Ojalá esto te enseñe a no enriquecerte a costa de los demás.
Moraleja: Cuando quieras cumplir tus objetivos en la vida, procura hacerlo sin perjudicar a los que te rodean. Tal vez te parezca más fácil alcanzar tus sueños sin preocuparte por nadie, pero terminarás pagando un precio más alto de lo que te imaginas.
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