Había una vez un águila a la que le encantaba abusar de los demás animales, cosa que no le resultaba difícil, pues como bien debes saber, esta es una de las aves más majestuosas y peligrosas que existen en la naturaleza. Al águila nadie se atrevía a enfrentarse, con su enorme pico, sus afiladas garras y su poderosa visión bajo la cual ni siquiera las hormigas conseguían esconderse.
Constantemente cazaba animalitos indefensos, aun cuando ya había comido, como ratones, pajarillos o comadrejas.
—Ya verás, malvada, que un día te vas a tropezar con alguien más cruel que tú. Y entonces no te sentirás tan intocable —le advirtió un día una de sus víctimas.
—Calla, que a mí nadie me puede vencer. ¿Quién se podría comparar con alguien tan hábil como yo? —dijo el águila riendo.
Y a continuación, devoró a su presa.
Un día, el ave estaba descansando en la cima de una colina cuando un cazador se internó en el bosque. Este hombre era bien conocido por la manera implacable en la que acorralaba a los animales, a los que le gustaba coleccionar como trofeos en su casa. Vio al águila a lo lejos y sus ojos resplandecieron de codicia.
—Con esa criatura tan majestuosa, me convertiré en el cazador más respetado de toda la región —se dijo a si mismo.
Entonces sacó su arco y tomando una flecha, disparó sobresaltando al águila.
—¿Pero qué es esto? ¿Quién se atreve a interrumpir mi descanso? —se preguntó enfadada.
Al ver al cazador a lo lejos, el miedo se apoderó de ella. Normalmente los hombres no se atrevían a internarse por aquella área del bosque, pero aquel humano debía ser el más osado de todos.
Rápidamente remontó el vuelo, mientras el cazador volvía a tensar el arco, sin perderle de vista. Le persiguió hasta un lugar sin retorno de la montaña y empuñando su flecha más afilada, consiguió derribarla al clavársela en el corazón. El águila, sintiéndose morir, liberó un gemido de angustia y miró el arma que la había vencido.
Esa misma flecha estaba decorada con unas plumas hermosas y largas. Plumas de águila.
—¡Ay de mí, que tonta he sido! —lloriqueó— ¡Terminar vencida por mis propias plumas! ¡Ayuda, ayuda! ¡Por favor, alguien ayúdeme!
Pero nadie acudió para rescatarla, todos los animales se habían escondido.
—Si tan solo no hubiera sido tan malvada con ellos, tal vez no habría caído en la trampa del cazador. Es demasiado tarde para mí —y diciendo esto, el águila murió.
El cazador se llevó a casa su premio y las criaturas del monte nunca más volvieron a ser molestados por esa ave tan egoísta.
Moraleja: No hay nada más bajo que resultar herido con tus propias armas. Así como las plumas del águila terminaron volviéndose en su contra, tus malas acciones y las palabras que dices sin pensar pueden hacerlo contigo. De modo que sé amable con los demás y no hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
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