Había una vez una mula que todos los días, tenía que llevar a su amo por un largo camino desde su cabaña hasta el pueblo más cercano, a dos kilómetros de distancia. Menos mal que estaba acostumbrada y que su dueño era muy bueno con ella, por lo que cada día, después de levantarse muy temprano, se esforzaba en hacer su trabajo con mucha dedicación y cariño.
Esa mañana, su amo le dio de comer como de costumbre y permitió que tomara agua antes de partir al pueblo. Le colocó la silla de montar, cargó las mercancías que iba a vender en el mercado y al rato se pusieron en marcha.
No había pasado ni media hora cuando un acompañante inesperado hizo acto de aparición: se trataba de una mosca diminuta pero muy molesta.
—¿Qué? ¿Disfrutas del camino? ¡No sé como puedes caminar tanto bajo este sol tan ardiente! Debes de ser tonta en verdad para dejar que ese humano te dé órdenes —le dijo la mosca con socarronería.
La mula la ignoró, manteniendo sus ojos puestos en el camino. Pero no conforme con distraerla, la mosca comenzó a zumbar y a zumbar cada vez más fuerte, mientras revoloteaba alrededor de su cabeza. Quería hacerle perder la paciencia para divertirse.
—Bueno, ya que andas en eso, podrías ir un poco más rápido ¿no? ¡Vaya bestia tan perezosa que eres! —le espetó la mosca, posándose en una de sus orejas y burlándose— ¡Anda, más aprisa! Que si no aprietas el paso tendré que picarte y eso no te va a gustar.
Una vez más la mula trató de ignorarla y la mosca se enfureció.
—¡¿Quieres que baje a tu cuello y te pique?! ¡Más aprisa he dicho!
—No me importa lo que tú digas y tampoco si vas a picarme —le dijo la mula—, no es a ti a quien tengo que rendir cuentas, sino a mi amo. Yo sé muy bien cuando tengo que apurar el paso o ir más lento, pues al contrario que tú, siempre he trabajado duro. Y cuidado, que si no dejas de molestar, mi dueño puede acabar contigo en un santiamén. Solo necesita su látigo.
—¡Eso ya quisiera verlo!
Y dicho y hecho, cuando la mosca menos se lo esperó, el humano agitó el látigo fulminándola al instante. La muy bravucona quedó tendida a un lado del camino, con las alas tan maltratadas que no iba a poder volar en mucho tiempo.
—Bien te lo advertí, no te metas con quien trabaja, pues los perezosos y provocadores siempre reciben su merecido —repuso la mula riendo y alejándose tan tranquila.
Quejándose de dolor, la mosca tuvo que reconocer que esa vez había ganado y ella, había aprendido una importante lección. Nunca más volvería a molestar a nadie.
Moraleja: No es fuerte ni valiente quien amenaza a todo el mundo, especialmente cuando se sabe más débil que los demás. Por eso no hagas caso de provocaciones y concéntrate en dar lo mejor de ti mismo en cada cosa que hagas.
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