Cuentan que hace mucho tiempo en las cercanías de Leinster, al norte de la Irlanda, vivía un rey llamado Maón que siempre usaba una enorme capucha sobre su cabeza. Nunca se la quitaba y año con año, llamaba a uno de sus súbditos para que fuera a cortarle el pelo.
Solo él podía decidir que persona tendría el «honor» de ser su peluquero, pero las personas de su reino vivían aterradas de que les tocara tal suerte. Y es que de todas las personas que habían entrado en su palacio para cortar su melena, ninguna había vuelto a salir jamás. La razón era tan sencilla como escalofriante: Maón tenía dos orejas puntiagudas de elfo debajo de su capucha.
Le aterraba que la gente se burlara de él si lo descubrían, pero como todos los que le cortaban el cabello irremediablemente descubrían su secreto, el soberano los mandaba encerrar en el calabozo por el resto de sus vidas.
Un día, le tocó acudir al castillo a un joven llamado Liam que vivía en el bosque con su madre enferma. Él no era peluquero, sino leñador, pero aun así tuvo que presentarse para cortar el pelo de Su Majestad.
Liam se sorprendió mucho al ver que Maón era un elfo y cuando este lo mando encarcelar, se arrodilló ante él pidiendo clemencia.
—¡Por favor, tengo una madre que me necesita mucho! Prometo que nunca revelaré a nadie lo que he visto.
Y como a Maón le pareció que era sincero, le perdonó la vida y la advirtió que jamás debía hablar con nadie sobre sus orejas. Al principio, Liam se sintió muy aliviado al volver a casa, pero conforme pasaban los días más angustiado se ponía por el peso y la responsabilidad de aquel secreto.
Su congoja llegó a tanto, que enfermó de una fiebre terrible y su madre tuvo que acudir con un viejo druida, para que le revelara que clase de mal había contraído su hijo.
—El muchacho se encuentra así a causa de un secreto que no puede revelar a nadie, y ahora la carga está quitándole la vida. Lo mejor es que se deshaga de él.
El druida le dijo a Liam que anduviera hasta un punto en el que se cruzaban cuatro caminos y se fuera por el de la derecha. Allí crecía un gigantesco sauce, al que tendría que contarle el secreto que guardaba. Como el árbol no tenía boca, jamás lo desvelaría a nadie.
Liam obedeció y una vez que se hubo desprendido de aquella carga tan grande, su vida volvió a la normalidad.
Pero ocurrió que tiempo después, el sauce fue talado y se hizo con su madera un arpa, que fue a parar a manos de un músico prodigioso. Y cuando el arpista se presentó a tocar en la corte del rey Maón, el instrumento reveló la verdad en medio de una misteriosa melodía:
¡Dos enormes orejas tiene el rey Maón! ¡Dos enormes orejas tiene el rey Maón!
Y muy avergonzado, el soberano no tuvo ya poder para encerrar a nadie.
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