Esa tarde, Marina había salido de su trabajo sumamente agotada. No era para menos, encontrándose a mitad de semana y con los pendientes en la oficina al tope. Malhumorada, bajó las escaleras del subterráneo y aferró su bolso con fuerza. Odiaba la congestión que había todos los días en ese lugar.
No supo si sentirse aliviada o decepcionada cuando su metro llegó casi de inmediato, puesto que como de costumbre, el transporte estaba a reventar. Sin embargo entró a toda prisa, ansiosa por regresar a casa.
Una vez dentro del metro, Marina fue empujada por una avalancha de gente, obligándola a quedar de pie en el centro del vagón.
El metro reanudó su marcha y ella suspiró, notando como un hombre alto y con gabardina se mantenía de pie cerca de su persona. Había algo que no le daba buena espina en ese sujeto.
Tenía una expresión muy seria y vacía, y lo más raro, es que estaba cargando en su hombro una bolsa de mujer sumamente costosa y fina.
Marina intentó ignorarlo y concentrarse en sus asuntos, pero la afluencia de pasajeros que entraban en casa estación era tal, que cada vez la empujaban más y más hacia aquel hombre, hasta que de un momento a otro se vio al lado de él.
Al sentir como la miraba fijamente con aquella expresión vacía, la joven se sintió intimidada.
Luego, sintió como él retiraba la vista y tuvo oportunidad de mirar más de cerca aquel bonito bolso femenino, que ahora que tenía tan cerca, pudo notar que se encontraba sumamente lleno. ¿Qué traería aquel personaje en su interior y por qué cargaría con un accesorio como aquel?
Marina echó un rápido vistazo dentro y se quedó helada: el bolso estaba repleto de manos femeninas, que parecían haber sido cortadas de tajo de sus cuerpos. Todas ellas además, estaban llenas de joyas muy costosas como anillos y pulseras cargadas con oro y piedras preciosas.
La mujer gritó espantada, atrayendo la atención del resto de las personas.
Las puertas del vagón se abrieron y rápidamente, el desconocido la empujó y echó a correr afuera, mientras Marina era incapaz de controlar su ataque de nervios.
Alguien alertó a un policía que fue corriendo detrás del hombre, pero desgraciadamente no pudo atraparlo.
Horas después, Marina prestaba declaración ante la policía, describiendo con detalle lo que había visto. Algunos policías no le creyeron, aunque de cualquier manera peinaron la zona para ver si podían detener al tipo.
Nunca lo encontraron.
Dicen que hasta hoy, puede que halla por ahí un hombre perturbado, al que le gusta matar y cortar las manos de mujeres adineradas para pasearse con ellas macabramente.
Durante los años 90, esta fue una de las leyendas urbanas más populares en México, logrando aterrorizar a miles de personas que usaban los servicios del subterráneo. A pesar de lo escalofriante que es esta historia, lo cierto es que nunca se ha podido comprobar la existencia de un personaje como el que en ella se describe.
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