Oksana y Pavel eran dos niños que habitaban en un vecindario de Moscú. Como eran vecinos, siempre se enteraban de todo lo que ocurría en el barrio y a menudo hablaban sobre los chismes que escuchaban de boca de sus madres o las otras mujeres de su calle.
Hacía días que una de sus vecinas se encontraba desesperada porque se había perdido su hijo, Yuri. Él era un niño muy revoltoso y varios conocidos no dudaban que se hubiera escapado a propósito, solo por angustiar a su madre. Otros no estaban tan seguros. Después de todo, había pasado ya demasiado tiempo como para que todo se tratara de una broma.
—A Yuri no lo vamos a volver a ver —dijo Pavel aquella tarde, mientras Oksana y él estaban sentados en el asfalto, observando los coches que iban y venían.
—¿Por qué lo dices? ¿Tú sabes algo? —le preguntó su amiga con suspicacia.
Pavel se lo pensó un momento.
—Si te cuento, ¿prometes no decírselo a nadie?
—¿Cómo que no? ¡Está perdido! ¿No ves que su mamá está desesperada por saber de él?
—Es que si le decimos la verdad, va a pensar que le estamos tomando el pelo —dijo Pavel—, pero yo sé bien lo que vi la otra noche.
—¿Qué viste?
—Al Volga negro.
—¿Un Volga negro? ¿Te refieres a un carro?
—Sí, claro, no hay otro Volga en Moscú, ¿no? Mi hermano me dijo que ese coche conduce todas las noches por las calles, muy sigilosamente, buscando a niños que se encuentren solos. Si los encuentra, una puerta se abre para raptarlos y nunca se les vuelve a ver.
—Ahora sí que me estás tomando el pelo —dijo Oksana—, ¿por qué alguien iría por ahí conduciendo un coche como ese y secuestrando niños?
—Porque ese alguien no es cualquiera, es el diablo en persona. Él va en busca de chicos a los que pueda llevarse al infierno y vaya que Yuri se lo merecía. ¡Todo el tiempo se la pasaba haciendo bromas pesadas! Yo mismo lo vi subirse a ese carro infernal hace varias noches, pero nadie me creería.
—Pues contar este tipo de cosas sí que es es una broma horrible —dijo Oksana poniéndose de pie—, ¡qué mal gusto!
Molesta por lo desconsiderado que era su amigo, se metió en su casa sin ganas de platicar.
Esa noche sin embargo, no podía dejar de pensar en lo que Pavel le había contado. ¿De verdad sería cierto? Inquieta, se incorporó en su cama y se asomó por la ventana.
La calle estaba desierta pero de pronto, un vehículo dobló por la esquina y se deslizó lentamente frente a las casas. Era negro y elegante.
Oksana se quedó muy quieta y asustada.
Cuando el Volga pasó frente a su casa, la ventanilla del asiento del conductor descendió y alguien se asomó. Desde en interior, un hombre pálido le dirigió una perversa sonrisa.
Este relato corto es una adaptación de «El Volga Negro», una leyenda urbana que es muy conocida en Rusia.
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