En un pueblo muy remoto, vivía una mujer que era conocida por hacer toda clase de brebajes y encantamientos. A menudo se la podía ver en la plaza, escuchando los problemas de las personas y prometiendo que los resolvería mágicamente. Su mejor talento, según afirmaba, era usar sus poderes para aplacar la ira de los dioses, que tantas desgracias causaban entre los humanos.
—Acérquense, vengan todos a mí y solucionaré toda tristeza que aqueja sus vidas —decía, vociferando—, puedo devolverles la salud, reunirlos con el amor de sus vidas, darles grandes riquezas. Una palabra mágica, una poción, un hechizo es lo que necesitan para encontrar la felicidad.
Curiosamente sus remedios no eran tan infalibles como ella pregonaba. Cuando funcionaban, al poco tiempo la vida de sus clientes volvía a empeorar y ella se justificaba diciendo que debían haber hecho algo que ofendiera a los dioses.
—Los dioses son caprichosos y cualquier error puede provocar grandes cambios en nuestros destinos —decía ella, convencida—, ¡otro encantamiento de mi parte volverá a poner las cosas en su lugar! Yo se los prometo.
Llegó un momento en el que la situación se volvió insostenible y tras muchas quejas de las personas del pueblo, la bruja fue arrestada por charlatana y conducida hasta una mazmorra. Allí paso toda la noche hasta que al día siguiente, fue juzgada por los hombres con más autoridad en el lugar.
—Tú, que engañas sin escrúpulos a toda esta buena gente, no mereces seguir entre nosotros —dictaminaron ellos con severidad—, por eso hemos decidido que esta misma tarde, serás ejecutada. No dejaremos que sigas estafando a estos pobres aldeanos.
En vano, la bruja trató de suplicarles que le perdonaran la vida; incluso intentó atemorizarlos, asegurando que invocaría la ira de los dioses. Y esto indignó mucho más a sus jueces.
—Te crees muy poderosa mencionando a los dioses, cuando tú con tus mismas malas acciones debes haberlos deshonrado. Estamos seguros de que si ellos quisieran castigar a alguien, no sería más que a ti, por todas las mentiras que han salido de tu boca.
La bruja fue arrastrada hasta la plaza del pueblo, donde comenzaron a preparar todo para la ejecución. La gente miraba asombrada, algunos con gran temor, otros con curiosidad y alegría. ¡Por fin iba a tener lo que se merecía! Llena de rencor, la mala mujer los miró a todos y gritó que se arrepentirían de lo que estaban haciendo.
—¡Yo los maldigo por esta injusticia! ¡Que la cólera de los dioses caiga sobre ustedes!
Algunos de los asistentes se mostraron temerosos al escuchar sus palabras. Pero entonces, un hombre habló entre la multitud.
—Tu bruja, que siempre has dicho ser capaz de manipular la ira de los dioses, ¿cómo es posible que no hayas podido hacer lo mismo con nosotros, que somos simples humanos?
La hechicera se quedó muda, sin saber que responder. Él tenía razón. Siempre había sido una embaucadora.
Esa misma tarde la ejecución se llevó a cabo. Y nadie volvió a mencionar nada sobre la brujería en el pueblo.
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