Este era un cabrito al que le encantaba pastar en la pradera con sus amigos. Cada día, apenas salía el sol, se dirigían todos en fila para comer la verde yerba que crecía en medio del valle. En cambio cuando este se ocultaba, regresaban inmediatamente a sus casas, pues sabían que los animales salvajes aprovechaban ese momento para acechar.
—Nunca hay que quedarse más tiempo del que es debido en la pradera —era la advertencia que recibían a menudo—, a menos que quieran convertirse en comida para los lobos.
Un día, el cabrito salió a pastar con sus amiguitos como de costumbre. Sin embargo se estaba tan bien ahí, que se entretuvo más tiempo del que era necesario y no regresó a tiempo a su hogar con ellos.
Cuando se dio cuenta ya estaba muy oscuro y él no tenía idea de que camino debía tomar de regreso.
—¡Qué tonto he sido! —se lamentó— ¿Y ahora que voy a hacer?
Dos ojos amenazadores relucieron en medio de la oscuridad, sobresaltándolo. El cabrito se quedó muy quieto, mientras un enorme lobo se hacía presente ante él. La bestia lo miraba con muy malas intenciones y tenía las fauces abiertas de par en par, mostrando una maliciosa sonrisa.
—¿Te has perdido, pequeño? —le preguntó de manera burlona— Si quieres puedo mostrarte el camino.
El cabrito, desconfiado, le dio las gracias y dijo que quería irse solo. Pero el lobo no lo dejó pasar. Estaba claro que en cualquier momento, iba a lanzarse encima de él para devorarlo. El pobrecillo estaba a punto de echarse a llorar y a suplicarle por su vida.
No obstante trató de mantener la calma. Sabía que si era lo suficientemente inteligente, podría salir ileso de aquella situación.
—Por favor, señor lobo —le dijo—, yo sé que no tengo oportunidad de escapar de usted. Pero antes de morir, quisiera pedirle un único favor, para no irme tan triste de este mundo.
—¿Qué quieres? —dijo el lobo.
—He escuchado que usted es muy bueno tocando la flauta —dijo el cabrito—, me han dicho por ahí que su talento como músico no tiene igual. Si va a comerme, al menos permítame escucharlo primero. Para mí será un gran honor ser devorado por un músico tan bueno.
El lobo, halagado por sus palabras, sintió que su ego es inflaba por todo lo alto. A decir verdad, él era pésimo tocando la flauta, pero nadie se había atrevido a decírselo por miedo a su mal carácter.
—Ya que lo pones así, está bien. Voy a concederte ese último privilegio —dijo pomposo y sacó el instrumento para empezar a tocar de una forma terrible.
Cerca de ahí, unos perros de caza escucharon el escándalo y corrieron al bosque para ver de donde venía, ya que así les era imposible dormir. Al llegar y ver al lobo, de inmediato se abalanzaron contra él, mordiéndolo sin piedad y haciéndolo gritar de dolor.
Y así fue como el cabrito logró escapar y encontrar el camino de vuelta a casa.
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