Esto sucedió una noche mágica, hace miles de años, justo antes de que se celebrara la primera Navidad del mundo. Había una gran fiesta en el cielo y todas las estrellas se engalanaron para asistir y cubrir el manto estelar con su brillo.
—La más bella soy yo —dijo una estrella azul— que con mi luz y mi grandeza, iluminó al mundo como ninguna otra.
—No, yo soy la más bella —dijo otra, que se había puesto un vestido que era todo de plata—, ¿quién más podría emitir tal resplandor, si no soy yo con mi precioso traje?
Y así, una por una, las estrellas comenzaron a presumir lo hermosas, lo grandes y lo brillantes que eran, pasando por turnos hasta el centro del cielo, para ver cual de ellas esplendor más. De pronto, una vocecita tímida habló desde el fondo de la cúpula celestial.
—Yo quiero intentarlo también.
Todas las estrellas se volvieron confundidas, para ver quien había hablado. Se trataba de una estrellita muy pequeña, que apenas si emitía un débil brillo, tan frágil como la llama de la una vela. Las risas hicieron eco entre las nubes del cielo.
—¿Tú? ¿Pero cómo vas tú a iluminar cualquier cosa, con lo chiquita que estás?
—¡Tan solo mira lo insignificante que eres!
—Una estrella tan pequeña como tú, no merece estar en nuestra fiesta.
Lastimada por las crueles palabras de sus compañeras, la estrella se marchó lejos, hasta que un golpe del viento la derribó y la arrojó a la Tierra. La pobre había caído en medio de un desierto que parecía infinito. Y por un sendero entre las dunas, se aproximaban tres camellos, que transportaban a tres hombres vestidos de elegante manera.
Uno de ellos vio a la estrella, sonrió y la cogió en su mano.
—¿Que estás haciendo aquí, estrellita? —le preguntaron los hombres.
—Me caí del cielo —lloró ella.
—Tal vez tú puedas ayudarnos.
—¿Cómo?
—Vuelve a subir y guíanos hasta un lugar llamado a Belén. Debemos llegar esta misma noche y todavía no encontramos el camino.
—No puedo, soy pequeñita y muy insignificante.
—Tú no eres insignificante, puedes brillar más que ninguna otra estrella en el cielo. Solo debes creer en ti misma, con todo tu corazón.
La estrella fue arrojada nuevamente al cielo y una vez que estuvo en las alturas, se concentró con todas sus fuerzas en brillar, pensando que era valiosa, que era amada y especial.
Un resplandor precioso inundó el cielo, iluminando un pesebre muy humilde en Belén. Allí, acababa de nacer Jesús, el rey de los hebreos. Y los hombres con los que la estrella se había encontrado en el desierto, eran nada más y nada menos que los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, que iban a llevarle regalos. Gracias a su luz habían podido llegar sanos y salvos.
Desde entonces, cada año la estrella vuelve a surgir sobre la Tierra. Está guiando a los reyes una vez más, para que puedan llevar obsequios a los niños de todo el mundo.
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