Esta historia corta comienza hace mucho tiempo, en un lugar del que nadie se acuerda, en donde había un estanque de aguas cristalinas y puras. El líquido estaba tan limpio, que a través de él podían verse con claridad los cientos de peces de colores que nadaban bajo la luz del sol y las hierbas que crecían junto a ellos.
Nadie sabía de esta laguna preciosa, que habitualmente se encontraba muy sola. Pero un día, dicen que dos mujeres llegaron hasta ella para bañarse, venidas de otro sitio desconocido.
Eran la furia y la tristeza.
Cualquiera habría pensado que eran compañeras de viaje al verlas tan juntas, pero lo cierto es que la mayoría del tiempo se ignoraban. Estaban tan ensimismadas en sus propios sentimientos.
La primera caminaba muy apresurada, tenía el ceño fruncido y maldecía en voz alta a todo lo que se le cruzaba enfrente. Se desvistió con movimientos rápidos y entró en el agua con un violento chapuzón, bañándose en un santiamén.
Sus manos se movían veloces por todo su cuerpo, sin tomarse nunca el tiempo para hacer aquella tarea con la calma que era debida. Así era ella, siempre actuaba sin pensar.
Detrás de ella venía la tristeza, cabizbaja y arrastrando los pies. Suspirando, entró al lago con extrema lentitud, luego de haberse quitado la ropa sin ganas. Muy despacio empezó a lavarse, todos sus movimientos eran débiles, daba la impresión de que ni siquiera quería estar ahí.
Una vez que hubo terminado con su baño, la furia salió de las aguas y agarró el primer vestido que encontró para marcharse.
No se dio cuenta de que aquellas ropas no eran suyas, sino de la tristeza.
Cuando esta terminó de bañarse, mucho tiempo después, nadó hasta la orilla sollozando y se asustó al no encontrar su ropa. Más triste aun, tuvo que conformarse con tomar los vestidos de la furia, pues no se atrevía a andar desnuda por allí.
Así, cada una se fue a vagar por el mundo con el vestido equivocado, contagiando a las personas que se dejaban con sus emociones.
Se dice desde entonces que, si observas con atención a alguien se siente furioso con el mundo, te darás cuenta de que en el fondo no es más que alguien triste, que busca defenderse de las duras experiencias por las que ha pasado a través de una fachada dura y cruel.
De igual manera ocurre cuando analizas detenidamente a una persona deprimida. Muchas veces podemos confundir la tristeza con un capricho, cuando es una reacción natural en alguien que ha tenido muchos disgustos en la vida y cansado de luchar, no le queda más que rendirse y dejar que las lágrimas reemplacen al enojo.
Existe solo una manera de vencerlas a ambas, y es sonreír y agradecer por las cosas buenas que tenemos a nuestro alrededor.
Porque a pesar de los malos momentos, de los tristes y los aburridos, siempre encontraremos que hay más motivos para ser felices que los que tenemos para estar mal.
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