Hace mucho tiempo, cuando los hombres apenas empezaban a disfrutar de las bendiciones de la creación, lo único con lo que podían alimentarse era con las raíces y los animales a los que cazaban, pues no sabían sembrar. Tampoco conocían las bondades del maíz, ese alimento tan nutritivo y con el que se pueden hacer cientos de deliciosos platillos, incluyendo las tradicionales tortillas.
Viendo que los hombres estaban muriéndose de hambre, Quetzalcóatl, el gran dios azteca, decidió bajar a la Tierra para ayudarlos. El resto de los dioses se habían cansado de tratar de vencer los obstáculos para enseñarles el don de la agricultura.
—No se preocupen, que ya me ocuparé de eso —les dijo Quetzalcóatl.
Lo siguiente que hizo fue transformarse en una diminuta hormiga negra. Ya en la Tierra, se reunió con una hormiga roja para que le mostrara el camino hasta los misteriosos sembradíos más allá de las montañas, que escapaban a los ojos de los hombres y en donde el maíz crecía sin nadie que pudiera alimentarse de él.
Viajaron las dos hormigas por un camino lleno de peripecias, teniendo que sortear lluvias potentes y vientos que arrastraban el suelo. Tuvieron que cuidarse del calor y de los animales que se atravesaban en su sendero. Pero finalmente, consiguieron llegar hasta las montañas.
Subieron por un monte inmenso y se abrieron paso entre los maizales, que estaban en su estado más tierno.
Quetzalcóatl tomó un solo grano de maíz entre sus diminutas pero fuertes mandíbulas, y así, emprendió el camino de regreso hasta donde vivían los hombres, resguardados en sus modestas chozas y con hogueras donde cocinaban a los animales que a duras penas lograban cazar.
Encontrándose entre ellos, Quetzalcóatl les entregó el pequeño grano y les enseñó como debían colocarlo bajo tierra, para que los rayos del sol lo hicieran fuerte y lo convirtieran en una hermosa planta.
Y así sucedió. Con el paso del tiempo, ese pequeño maíz floreció hasta convertirse en una mazorca, y de los granos de esta surgieron muchas más, hasta que los primeros hombres fueron capaces de cultivar maizales enteros. El hambre se terminó entre ellos.
Con la llegada de este precioso alimento, fueron capaces de alimentar a sus niños y hacer infinidad de comidas.
A veces, se comían los granos enteros, que por sí solos eran muy dulces y sabrosos. Otras, los añadían en medio de caldos o entre la carne de los animales que atrapaban. Pronto aprendieron también a molerlos para preparar harina, con la que cocinaban ricas tortillas y hacían masa para diferentes y ricos manjares.
Desde entonces, Quetzalcóatl se convirtió en el dios más amado por la gente y él también era la deidad que más se preocupaba por sus fieles.
Hasta el día de hoy se cuenta esta hermosa leyenda azteca a muchos niños de América Latina, para que recuerden lo valioso que es el maíz en muchas culturas y sepan agradecer por este precioso alimento, que aun hoy en día forma parte de nuestra dieta.


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